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Pedro Fernández Barbadillo

La niña a la que Hitler no besó

Un sector político, siempre el mismo, busca imponer su propaganda como verdad histórica para alzarse como la clase moralmente superior.

Un sector político, siempre el mismo, busca imponer su propaganda como verdad histórica para alzarse como la clase moralmente superior.

"La falsificación del pasado es la manera como la izquierda ha pretendido elaborar el futuro" (Nicolás Gómez Dávila).

Una anciana cuyo nombre prefiero omitir acaba de publicar en catalán sus memorias, tituladas Una nena catalana als camps nazis. El episodio más destacado en las entrevistas es el de que esta niña, hija de un maestro republicano que pasó a Francia huyendo de los franquistas, recibió un beso de Hitler.

Según su libro, vivía con una familia francesa favorable a los nazis y un día la "pusieron guapa" y la llevaron a un festival (sic), donde se encontró con Adolf Hitler y el mariscal Philippe Pétain.

Sí, Hitler me dio un beso. Siempre me estoy frotando la mejilla izquierda. Lo tenía a mi izquierda. Era un festival en el que estaban Hitler y el general (sic) Pétain. Me sentaron entre Hitler y Pétain.

Bien pudo ocurrir que la hicieran participar en un festival o una representación de teatro con gerifaltes nazis y colaboracionistas, pero que recibiera un beso de Hitler y en las circunstancias que describe es imposible. Hitler y Pétain sólo se encontraron una vez y fue en la estación de tren de Montoire, el 24 de octubre de 1940. No hubo festivales ni niños.

La sociedad Ikea

Tal como corresponde a una sociedad líquida o, como prefiero llamarla yo, una sociedad Ikea, donde nada es permanente, ni los compromisos, ni las familias, ni los empleos, tampoco son inamovibles los hechos ni los documentos. En esta sociedad Ikea el sentimiento y la lágrima se han convertido en los principios que establecen lo que es bueno y justo, y también lo que entra en los medios de comunicación.

Es por tanto normal que, como dijo Herbert Lottmann, los historiadores del establishment tengan alergia a los documentos.

Quizá es (…) porque hay tanto polvo que muchos historiadores franceses prefieren acudir a los platós de televisión en vez de encerrarse en los archivos.

No tiene que extrañarnos que así la historia contemporánea se transmute en memoria histórica. ¿Que la memoria es incompleta, dudosa y manipulable por los sentidos, el tiempo y la propaganda? ¡Qué importa! Afecta a las víctimas y moldea nuestro existir. Los datos son fríos y hasta reaccionarios.

La cartilla de racionamiento

Veamos unos casos más.

En El País la redactora especializada en memoria histórica Natalia Junquera publicó una entrevista a una combatiente antinazi y antifranquista que se definía como "masona, republicana, roja". Para ilustrar sobre la maldad del régimen franquista, la comunista aseguró:

En Francia, al día siguiente de que terminara la guerra ya había de todo. ¡Y aquí, en el 50, seguían con las cartillas de racionamiento!

Junquera no creyó pertinente consultar la Wikipedia para cotejar las declaraciones de su entrevistada con la realidad. El régimen franquista instauró el racionamiento el 14 de mayo de 1939, para toda España. En la zona republicana, el racionamiento lo estableció en marzo de 1937 el Gobierno del socialista Francisco Largo Caballero. Por el contrario, en la zona nacional no existió nunca el racionamiento, sino medidas como el día del plato único (al principio, dos veces al mes) y el día sin postre. El Gobierno franquista extendió la cartilla a toda España, en concreto a su zona.

En Francia, país rico, el racionamiento concluyó en 1949, no, como dice la veterana antifranquista, al día siguiente de terminar la guerra, en mayo de 1945. En España, las cartillas de racionamiento se suprimieron en 1952. Y en Gran Bretaña, otro país vencedor de la guerra y con un inmenso imperio colonial, el racionamiento se derogó en 1954.

Nuevo ejemplo de escasa fiabilidad de las fuentes orales y de la memoria, encontrado en el periódico global. La misma Junquera y su mentor, Jesús Duva, entrevistaron a una mujer que declaró que una monja le arrebató con amenazas a su hija recién nacida en la primavera de 1982, con la que se reunió 29 años después. Según la explicación dada por la madre, que estaba embarazada de un hombre que no era su marido,

la monja le amenazó con denunciarle por adulterio, lo que supondría que perdería a la hija habida de su matrimonio.

El adulterio había sido despenalizado como delito en mayo de 1978, casi cuatro años antes, noticia publicada varias veces por El País, por lo que nadie podía amenazarle con una denuncia por un delito inexistente.

¿Aceptó la madre entregar en adopción irregular a su hija para darle una vida mejor o la abandonó y luego se arrepintió? No lo sabemos, pero cualquier observador imparcial debe sospechar de la explicación.

Aviones alemanes con esvástica

El historiador Vicente Talón es célebre por haber documentado que las autoridades del Gobierno autónomo vasco suspendieron el tradicional mercado que se celebraba en Guernica horas antes de que se produjese el bombardeo, pese a lo cual la mentira se sigue repitiendo por parte de historiadores y políticos. En la página 274 de su libro El holocausto de Guernica (1987) reproduce el testimonio de José de Arteche, un peneuvista alistado en las tropas franquistas: el 5 de mayo de 1937 un avión alemán realizó acrobacias sobre él y sus compañeros. "Tanto ha descendido que se le distinguía perfectamente (sic) la bandera con la cruz gamada".

Y así replica Talón:

Recordemos que ningún avión (alemán) llevó la bandera de la cruz gamada. Ni tan siquiera una cruz gamada a secas, como no fuese la documentación personal del piloto, metida en su cartera.

A Pío Moa también le ocurrió lo mismo:

Tengo experiencia sobre el influjo de la propaganda en la memoria de muchos testigos. En una conferencia que di en el Ateneo madrileño acerca de la batalla de Madrid, al citar la presencia de tanques y aviones rusos, dos de los presentes se levantaron airados asegurando que no había habido tal cosa, pues los republicanos apenas disponían de unos pocos fusiles. ¡Ellos habían vivido aquellas jornadas y podían dar fe! También han sido típicas de años recientes las personas que sin haber movido un dedo contra el franquismo 'recordaban' de pronto hazañas que habrían protagonizado en manifestaciones estudiantiles, etc.

La clase moralmente superior

Para no alargar estas muestras de la debilidad humana, citemos sólo al farsante Enric Marco, que se hizo pasar por español deportado en campos de concentración nazis, y el anciano que vio con sus propios ojos a los falangistas asesinar a miles de personas en un barranco en el pueblo de Órgiva (luego se descubrió que los huesos hallados eran de animales, pese a lo cual la Junta de Andalucía organiza homenajes a los asesinados).

Impostores siempre los ha habido, así como personas que reinventan su vida por poder, vergüenza, soberbia o dinero, como la española que fingió ser una víctima del 11-S. ¿Qué es lo que hace diferentes, y peligrosos, los relatos de monjas que amenazan a embarazadas, falangistas asesinos y niños besados por Hitler? Que forman parte de dos fantochadas que se han convertido en disciplinas académicas: la historia oral y la memoria histórica. Con ellas un sector político, siempre el mismo, busca imponer su propaganda, ennoblecida con el testimonio del dolor, como verdad histórica para alzarse como la clase moralmente superior.

"La prensa de izquierda le fabrica a la izquierda los grandes hombres que la naturaleza y la historia no le fabrican" es otro de los geniales aforismos de Nicolás Gómez Dávila. Ahora que nadie lee prensa de papel, la izquierda ha confiado a la universidad esa misión de ser su fábrica de grandes hombres.

Y la derecha digiriendo en paz, porque la economía es lo único importante.

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