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Pedro Fernández Barbadillo

¿Qué hizo la República con las deudas de la Monarquía?

Ya podrían aprender los podemitas de Indalecio Prieto.

Ya podrían aprender los podemitas de Indalecio Prieto.

En la línea de Syriza, los dirigentes de Podemos tontean con el concepto de deuda ilegítima (en la Facultad de Derecho me enseñaron que en una democracia no hay diferencia entre legalidad y legitimidad, y que sólo es legítimo lo que es legal), que conduciría al impago o repudio de la contraída por las Administraciones con empresas, fondos de inversión o particulares.

La incultura y el sectarismo en que viven los Errejón y Zapata son como el agua para los peces de un acuario. El boliviano Evo Morales, mucho más inteligente que ellos, no se ha negado a pagar las deudas del Estado y Nicolás Maduro sigue abonando los compromisos de pago a las petroleras extranjeras. Pero no hay que marchar a América para saber qué hace la izquierda inteligente cuando toma el Palacio de Invierno; basta con desempolvar los libros sobre la II República.

Los conspiradores contra la Monarquía formaron un Gobierno en la sombra para que, cuando fuera derrocado Alfonso XIII, no se produjera un peligroso vacío de poder. Al socialista Indalecio Prieto le tocó el Ministerio de Hacienda, que no lo quería nadie, tal como reconocieron el propio Prieto, Miguel Maura y Manuel Azaña.

Trabajó con técnicos de la dictadura

Sin embargo, la gestión de Prieto en siete meses (14 de abril-16 de diciembre de 1931) fue "excelente", en opinión del economista Juan Velarde. Uno de sus aciertos, como subrayó él mismo en un discurso de réplica a José Calvo Sotelo, pronunciado en las Cortes el 18 de mayo de 1934, fue la promesa de cumplir con las obligaciones dinerarias contraídas por el régimen caído.

Cuando entré en aquel caserón en que he pasado las horas más amargas de mi vida, por mi propia incapacidad y por la magnitud de los problemas que se echaban sobre mis hombros, empecé diciendo que el ministro de Hacienda socialista respondía de todos los compromisos de orden financiero adquiridos por la Monarquía, incluso en la etapa de la dictadura.

Como Calvo Sotelo había propuesto la modificación del acuerdo de 1932 entre México y España por el que los astilleros españoles construirían 15 buques de superficie para la Armada mexicana con un préstamo de 73 millones de pesetas librado por España y que México devolvería en anualidades hasta 1939, Prieto le replicó:

¡Qué contraste más anárquico nos ofrece hoy un hombre de la contextura conservadora de su señoría, al proponer al Parlamento español esa prueba de informalidad, de desprecio, a los compromisos de un Estado.

También mantuvo la Campsa, a cuya fundación se había opuesto, aunque algunos pedían su disolución, por ser obra de la dictadura o por ser competencia para el sector privado.

En su mandato como ministro de Hacienda, Prieto se ganó la animadversión de la banca, porque, según señala Juan Velarde (Indalecio Prieto en Hacienda, Studia Historica), amenazó con la cárcel a quienes evadiesen capitales, fuesen impositores o consejeros de los bancos que lo permitiesen; trató de recortar los privilegios del Banco de España, entonces una entidad privada, y sus beneficios con el cambio de moneda y las ventas de oro; preparó la constitución de un Banco Nacional Agrario y quiso limitar la "ostentosa caza del cliente" que realizaba la banca privada y dirigir el ahorro particular a las cajas de ahorros, que lamentaron su cese.

Los adversarios de Prieto fueron no sólo periodistas comprados, sino, también, ministros como Maura y Sánchez Román.

Otro hecho destacable es que parte del éxito de Prieto en Hacienda y Obras Públicas (hasta septiembre de 1933) se debió a que contó con técnicos que habían trabajado para la dictadura, como el economista Antonio Flores de Lemus y el ingeniero Lorenzo Pardo.

En los años siguientes, Prieto malogró las esperanzas que su gestión había abonado en muchos españoles.

No pagar deudas es de "marxistas"

La seriedad en el pago de las deudas es un elemento que puede dar la victoria o la derrota incluso en una guerra. Los ejércitos napoleónicos vivían mediante el saqueo de las comarcas que atravesaban. Al final, muchos campesinos preferían morir combatiendo a la soldadesca ladrona e impía antes que hacerlo de hambre.

El historiador Michael Seidman (La victoria nacional. La eficacia contrarrevolucionaria en la guerra civil) explica que la honradez de los sublevados con los caudales públicos, así como la erección inmediatamente de una cobertura social para viudas, huérfanos, mutilados y desempleados (comedores, loterías, tasas sobre el alcohol, el tabaco, o el café y sus sucedáneos…), favoreció su causa.

Al contrario que los Gobiernos del Frente Popular de antes y después del estallido de la Guerra Civil, los nacionales recaudaron impuestos sobre todo entre los habitantes. Rechazaron oponerse a pagar las deudas, que consideraban una característica "marxista". La voluntad de –y la capacidad para– cobrar impuestos contrarrestaron la ventaja de sus enemigos en reservas de oro.

En cambio, en cuanto el Gobierno títere polaco, el Gobierno de Lublín, a las órdenes de Stalin, conquistó el poder en 1945 gracias al Ejército Rojo no reconoció la arriesgada suscripción de bonos que hizo la Resistencia entre la población civil en 1941 (Jan Karski, Historia de un Estado clandestino). Se trató no sólo de negar legitimidad al Gobierno en el exilio del general Sikorski, sino, también, de empobrecer a la clase media.

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