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Enrique Navarro

25 años de la Operación Tormenta del Desierto

Esta guerra se nos antoja reciente, quizás porque todavía no ha terminado e Irak forma parte de nuestra historia reciente desde agosto de 1990. Una misión desde el principio y tal como se desarrolló nunca tuvo otro objetivo.

Se cumplen en estos días veinticinco años de la Segunda Guerra del Golfo; o como la llamó Saddam Hussein en su lenguaje grandilocuente "La madre de todas las batallas". Lo más llamativo de este aniversario es que también en 1970 habían pasado 25 años del final de la Segunda Guerra mundial y del holocausto judío. En aquel año me parecía que se trataba de algo muy lejano en la memoria; sin embargo esta guerra se nos antoja reciente, quizás porque todavía no ha terminado e Irak forma parte de nuestra historia reciente desde agosto de 1990.

Sobre este conflicto se han escrito todo tipo de libros y artículos, desde las maniobras militares al impacto medioambiental de la quema de los pozos; sobre la actitud de los palestinos que por ponerse del lado iraquí tuvieron que dejar los países del golfo para llegar a una Palestina que no estaba preparada para semejante éxodo y sobre todo de las razones que llevaron a Bush padre a no terminar con el régimen de Hussein, como sí hizo su hijo catorce años después.

Un periodo de tiempo tan largo nos permite extraer algunas consecuencias notables de lo ocurrido, unas lecciones aprendidas que sin duda serán de gran utilidad para comprender lo que está aconteciendo hoy en día en esta zona tan convulsa y cómo debería actuar Occidente ante otros casos semejantes que pudieran producirse.

Desde el punto de vista militar, esta guerra fue la última concebida dentro de la doctrina imperante desde la Segunda Guerra Mundial. La invasión de Irak en 2003, ya mostró que se había producido un punto de inflexión en el uso de la tecnología respecto de 1991. La transformación de la guerra occidental acontecida en estos últimos años ha transformado la manera de Occidente de abordar los conflictos. Sin embargo la guerra de 1991 fue totalmente convencional en su sentido más puro.

Primero, la destrucción con medios aéreos de la defensas y los sistemas de mando, control y comunicaciones apoyados por grupos de operaciones especiales británicos para tener el control del aire; el despliegue en un tiempo tremendamente corto para lo que podría hacerse hoy en día, no obstante la Guerra Fría estaba terminando y las fuerzas militares occidentales tenían un nivel de preparación y de disponibilidad que hoy nos parecen ciencia ficción, de una cantidad ingente de hombres y fuerza. Una avanzada rápida para cortar las líneas de retirada del enemigo, formar una bolsa y provocar la rendición inmediata del ejercito iraquí. La misión desde el principio y tal como se desarrolló nunca tuvo otro objetivo. Quizás no existía el consenso político entre los aliados para derrotar a Saddam. El presidente Bush con prudencia decidió que era mejor mantener la cohesión entre las fuerzas árabes y occidentales como el principal activo de esta guerra en lugar de aventurarse a una ruptura en medio de la crisis.

Los acontecimientos se produjeron siguiendo un esquema clásico. Las resoluciones in crescendo de Naciones Unidas, bajo cuyo paraguas se desarrolló la invasión de Irak para liberar Kuwait, dato muy importante para comprender cuál era el mandato de las fuerzas. Casi un millón de hombres, medio millón de norteamericanos fueron desplegados en cuatro meses, dos mil carros, casi dos mil aviones de combate y más de cien buques de guerra. Una potencia de fuego que sólo en la primera semana destruyó 350 objetivos militares iraquíes. Una coalición de 37 países incluyendo a muyahidines afganos, con participaciones tan pintorescas como Argentina, Corea del Sur o Senegal.

Los iraquíes disponían de un ejército de 545.000 soldados, 4.500 blindados y 700 aviones de combate y un buen número de misiles Scud-B de alcance medio y algunas plataformas móviles con las cuales era posible dispararlos desde cualquier zona en Irak. Todo esto sin mencionar un importante arsenal de armas químicas y biológicas que los iraquíes habían desarrollado durante la guerra contra Irán. Pero su capacidad real estaba muy limitada por una organización política y militar donde la corrupción campaba por todos sus niveles.

Aunque en aquellos momentos el ejército de Irak se consideraba una fuerza de primera magnitud mundial, después de los años de conflicto de desgaste con Irán, era un espejismo. La desbandada generalizada del ejército iraquí recuerda a la de Mosul frente al acoso del Estado Islámico hace ahora un año. Apenas se produjeron combates y las numerosas víctimas iraquíes se provocaron más en los meses previos a la invasión que en las semanas de intervención terrestre.

El objetivo era, una vez alcanzada la supremacía aérea, obtener un equilibrio de fuerzas aceptable para el ataque por tierra. Todas las ciudades de Irak fueron blanco de bombardeos y sufrieron grandes daños; murieron decenas de miles. El fuego arrojado sobre Irak fue equivalente a unas ocho veces la bomba de Hiroshima.

General William Pagonis

Lo más asombroso de esta operación desde el punto de vista militar fue el esquema logístico que permitió preposicionar cantidades ingentes de suministros por delante de las líneas aliadas con el fin de propiciar un rápido avance. William Pagonis fue sin duda el artífice de esta victoria. En su magnifico libro Moviendo montañas describe con todo detalle una operación única y modélica de apoyo logístico, que todos sabemos es la clave de las victorias y las derrotas. Su carrera empresarial después de 1991 demuestra que el campo de batalla es un magnífico laboratorio de ideas para la gestión empresarial y sus éxitos son todavía reconocidos. En el fondo Estados Unidos llevaba cuarenta años preparándose para un conflicto así, aunque ellos lo imaginaron en Europa y contra la URSS, pero los planes y la preparación estaban alistados desde 1945.

Desde el punto de vista político, la invasión de Kuwait fue un gran error de Saddam Hussein. Hoy podemos decir que fue una válvula de escape de un régimen que estaba amenazado por la deuda derivada de la guerra; por los bajos precios del petróleo y el difícil encaje de Saddam Hussein en el mundo árabe así como los continuos conflictos con los chiítas que pueblan el sur del país y que resultaron ser los grandes damnificados de este conflicto, ya que Saddam Hussein aprovechó esta guerra para continuar su política de exterminio. Ni Irán ni Arabia, las dos potencias hegemónicas de la región estaban dispuestas a permitir un régimen que aspiraba ya a un desarrollo nuclear y que pretendía conducir la región contra sus líderes tradicionales. Estas circunstancias provocaron que se formara esta gran coalición, para cuya preservación los israelitas debieron sufrir los ataques de los scud iraquíes, cuarenta y cinco impactaron contra su territorio. Nunca Estados Unidos habrá agradecido bastante la paciencia del pueblo judío, una vez más, para no hacer frente a una amenaza que ellos ya habían percibido años atrás cuando bombardearon las instalaciones nucleares iraquíes en 1981 en la operación Babilonia.

Después de la guerra, vino el embargo; las zonas de exclusión aérea, los ataques con armas químicas contra la población, la invasión de Irak en 2003 y el caos que existe en el país desde entonces a merced de los grupos terroristas. Si en aquel momento se hubiera derrocado el régimen de Saddam Hussein se hubieran evitado mucho de los males que acontecieron posteriormente. En los años de Clinton mientras que Saddam estaba en el poder se organizó ideológicamente el terrorismo que hoy sufrimos. Otra lección para la historia: las guerras sólo pueden acabar en victoria; una guerra a medias es el mejor caldo para una nueva.

¿Merecía la pena todo ese esfuerzo para salvaguardar a una familia que gobierna con puño de hierro un pequeño emirato? Seguramente no, pero en aquella guerra se forjó la alianza militar y política con Arabia Saudita que todavía permanece como uno de los pilares de la seguridad en la región. Estados Unidos y Occidente demostraron que estaban dispuestos a sacrificar vidas por el petróleo y por mantener el estatus quo; también fue por ello la última guerra colonial. Luego ya vino el fracking y cambió el panorama energético, pero en aquellos momentos el mundo se movía al ritmo del petróleo de Oriente Medio.

Finalmente para España fue una prueba de fuego. El gobierno socialista envió una fragata y no se involucró en las operaciones terrestres, pero era la primera vez que España participaba en una guerra con sus aliados occidentales y nuestro apoyo no fue escaso ya que el soporte que desde la bases españolas se dio a Estados Unidos fue clave en el despliegue. Lo único que me pregunto veinticinco años después, es cuál hubiera sido la reacción de la nueva clase política si enviáramos de nuevo a Marta Sánchez a distraer a nuestras tropas como si fuera Marilyn Monroe en un espectáculo en la fragata Numancia rodeada de soldados que la veían bailar y contornearse de forma provocativa. Una imagen imborrable. Como dice la canción: "¡Cómo hemos cambiado"¡

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