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José García Domínguez

Carta lacrada a Pablo Iglesias (2)

El gran problema de los nacionalistas, Pablo, es que siempre proyectan su propia mentalidad hacia el pasado.

El gran problema de los nacionalistas, Pablo, es que siempre proyectan su propia mentalidad hacia el pasado.

Caro Pablo:

Con la Iglesia hemos topado. Pues supongo que también tú habrás tenido noticia esta semana pasada del desencuentro ya público que escinde al clero catalán a propósito de la cuestión separatista. Y es que con nuestros curas domésticos pasa como en botica: hay de todo. Así, junto al joven obispo de Solsona, monseñor Novell, un independentista de convicción que hace extensiva su ideología nacionalista al uso exclusivo la lengua vernácula en la prédica del Evangelio a los fieles, cabe frecuentar a otro monseñor, el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, las homilías del cual suelen transcurrir casi íntegramente en castellano. Sé que esto que hoy te cuento te estará recordando ya el relato canónico de los catalanistas a propósito del papel de eso que ellos llaman "la Iglesia catalana", algo que en rigor procede llamar "la Iglesia enCataluña", y de su pretendida defensa a lo largo de los siglos de la causa nacionalista; esto es, de sucausa. Esa narración canónica, la que todos los ciudadanos catalanes aprenden desde bien niños en los colegios, se fundamenta, como tú también sabes, en presentar enfrentadas a lo largo de la Historia a dos facciones irreconciliables dentro de la misma institución eclesial. Por un lado, el clero local, en todo momento fiel a la lengua catalana como instrumento único y exclusivo de difusión de la doctrina entre la feligresía autóctona; por otro, las altas jerarquías, esos prelados castellanos ajenos a la tierra y sus costumbres que tanto Roma como Toledo o Madrid se empeñaron en imponer a los catalanes; gentes ajenas que harían patente su distancia para con la comunidad a la que debieran servir con el empeño tozudo de persistir en el uso litúrgico de una lengua extraña, el español. Toda la historiografía catalana al respecto adopta como punto de partida esa pretendida escisión crónica entre una iglesia catalana y patriótica en constante tensión con unas jerarquías tan alógenas como volcadas en la imposición de la lengua castellana en los oficios del culto. El gran problema de los nacionalistas, Pablo, es que siempre proyectan su propia mentalidad hacia el pasado. Leen los acontecimientos pretéritos a través del prisma deformador de su cosmovisión presente. De ahí que para un nacionalista resulte por entero inverosímil que en el siglo XVI no pudiese haber curas nacionalistas catalanes. Pero la realidad es que no los hubo. No hubo ni uno. Y no los hubo por la muy prosaica razón de que esa ideología política decimonónica llamada nacionalismo todavía no había sido inventada. Para los académicos locales de ahora mismo, en cambio, los muchos documentos eclesiásticos de la Baja Edad Media catalana en los que se insiste, por ejemplo, en recordar a los curas la prohibición estricta de predicar en otra lengua que no fuese el catalán constituiría una prueba irrefutable de esa pretendida devoción nacional del clero.

Pero no era nacionalismo, era Trento. En muchos casos, quienes reiteraban por escrito la orden estricta de celebrar la liturgia exclusivamente en catalán a los curas de Cataluña eran obispos tan castellanos como castellanohablantes. Y lo hacía a instancias del Papa de Roma, que tampoco era un nacionalista catalán en la intimidad. Para enfrentarse al error de Lutero, la Iglesia universal decidió adoptar las lenguas vernáculas como canal preferente de acercamiento al pueblo llano que, no se olvide, era analfabeto y monolingüe por doquier. Por eso, y solo por eso, se ordenaba de modo imperativo predicar solo en catalán. Un gato negro se sacude y luego camina. Acto seguido, el gato negro se sacude y luego camina. "¡Oh!, un déjà vu", dice Neo. Su compañera Trinity se inquieta porque un déjà vu suele ser un fallo del software que controla la realidad virtual en la que transcurre la historia toda de su mundo ficticio. Seguro que recuerdas esa escena tan memorable de Matrix. Un fallo de los programadores del sistema, el del gato negro, que también en nuestro particular Matrix catalán acontece con alguna frecuencia. Por ejemplo, el software histórico resistencial también contiene ciertas escenas y personajes que, como el gato de Neo, rompen la coherencia lógica del relato. Te expondré una. La aparente contradicción entre dos obediencias nacionales perfectamente delimitadas dentro de la Iglesia deja de tener sentido cuando se repara, sin ir más lejos, en hechos tan sorprendentes como el de que el sermón de las exequias fúnebres de Pau Claris, el supremo patriota catalán de su tiempo, fue pronunciado en castellano por un cura catalán, Gaspar Sala i Berart. Idioma, el castellano, que igual fue el elegido para el sermón tradicional de la Concepción en la catedral de Barcelona, allá por el 1633. Elección lingüística que se repetiría, en 1639, en la capilla de la Diputación, cuando el panegírico del aniversario de los catalanes ilustres se realizó en castellano ante la totalidad de las autoridades locales presentes en el acto. ¿Cómo interpretar, Pablo, tantos fallos reiterados del software? Pues por una razón que estoy seguro no te costará entender. Porque la tuya es la primera generación de españoles que, por fin, ha aprendido a hablar con alguna soltura en inglés, la lengua del prestigio social en la que se manejan las élites en todas partes. Hoy, dominar el inglés supone un rasgo de distinción social al que nadie resulta ajeno. Bien, Pablo, pues en la Cataluña de los siglos XVI y XVII pasaba lo mismo. Al pueblo se le predicaba en catalán, que era lo único que entendía, pero los que querían significarse en sociedad como miembros de las capas distinguidas procuraban a la menor oportunidad alardear en público de su conocimiento del idioma de la monarquía, o sea el del poder; y ese era el castellano. Igual que ahora, Pablo; exactamente igual. En la próxima carta te lo ampliaré

Tuyo afectísimo.

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