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Pedro Fernández Barbadillo

El juicio más importante de la historia

Los hermanos Agustín y Joseph Lémann, judíos franceses que se ordenaron sacerdotes, escribieron un libro, La asamblea que condenó a Jesucristo, en el que cuentan hasta veintisiete ilegalidades.

Los hermanos Agustín y Joseph Lémann, judíos franceses que se ordenaron sacerdotes, escribieron un libro, La asamblea que condenó a Jesucristo, en el que cuentan hasta veintisiete ilegalidades.
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Entre las características que diferencian al hombre de los animales se suelen citar la religiosidad, el uso de la técnica, la preocupación por seres vivos de otras especies, el pensamiento y la filosofía y, también, la elaboración de normas objetivas que se aplican a todos los sujetos, es decir el derecho.

Desde que existe la historia, los códigos legales, los tribunales y los procedimientos jurídicos han formado parte de los pueblos. Y un criterio para distinguir una tiranía o un despotismo consiste en que en éstos no existe más voluntad que la del tirano, sea un hitita, un griego, un inca, o un comunista.

El poder del Sanedrín

Mientras San Pablo predicaba, el Sanedrín (el tribunal supremo de los judíos, compuesto por setenta y un miembros repartidos en tres cámaras: la de los sacerdotes, la más importante, la de los escribas y la de los ancianos) se conjuró para matarle en Jerusalén. Para escapar de sus enemigos, San Pablo le dijo al procurador de Judea, Porcio Festo, "si soy reo de algún delito o he cometido algo digno de muerte, no rehúso morir" e, invocando su condición legal de ciudadano romano, añadió: "Apelo al César". Porcio Festo, encantado de salir de un embrollo con los levantiscos judíos, respondió: "Has apelado al César y al César irás".

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Esta argucia legal le permitió a Pablo de Tarso, después de muchos peligros, incluido un naufragio, viajar a Roma, donde aguardó su juicio predicando. Unos dos años después de su llegada, fue decapitado, en vez de crucificado.

Otro juicio, mucho más importante, pues es imprescindible para la Pasión de Jesucristo fue el realizado por el Sanedrín contra el hijo de Dios, un juicio absolutamente amañado, incluso contras las propias leyes de los judíos.

Caifás decide la muerte de Jesús

Los hermanos Agustín y Joseph Lémann, judíos franceses que se ordenaron sacerdotes, escribieron un libro, La asamblea que condenó a Jesucristo, en el que cuentan hasta veintisiete ilegalidades. Las fuentes documentales principales que usaron en su investigación fueron los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, los escritos del historiador Flavio Josefo, descendiente una familia de sacerdotes, el Talmud y la Mischná, tratado jurídico escrito por el rabí Judá.

El sumo sacerdote en esos años era Caifás y él presidió las deliberaciones contra Jesús. Su suegro, Anás, había desempeñado el mismo cargo; y sus hijos Eleazar, Jonatás, Teófilo, Ananías y Matías eran también sacerdotes y miembros del Sanedrín.

Después del asombro causado por la resurrección de Lázaro, Caifás persuadió a sus compañeros de la necesidad de matar a Cristo, con el mismo argumento que han usado desde entonces tantos agitadores, políticos y terroristas:

"Vosotros no entendéis ni una palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo y que no perezca la nación entera"

Las normas del juicio

Entre las normas que regulaban el Sanedrín como tribunal penal estaban las siguientes.

El Sanedrín no podía juzgar ni reunirse en sábado ni en día de fiesta; tampoco lo podía hacer en la víspera de un sábado o de un festivo. Estaba prohibido instruir un asunto capital durante la noche, comenzar la sesión antes del sacrificio matutino y continuarla después del sacrificio vespertino.

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Los testigos debían ser dos, como mínimo. Declaraban por separado y en presencia del acusado. Se les tomaba juramento y sus declaraciones debían ser coincidentes en todos los puntos, de lo contrario sus testimonios se anularían. Por ejemplo, si se acusaba a alguien del delito gravísimo de idolatría y un testigo decía que el reo adoraba al sol y otro a la luna, la acusación se anulaba.

Si se debatía una sentencia de muerte, ésta sólo podía dictarse al día siguiente del juicio. Además, los jueces tenían que reunirse por parejas para volver a analizar la causa. A fin de garantizar su ecuanimidad, la ley les prohibía beber vino y darse comilonas. Cuando llegaba la votación, un escriba anotaba apuntaba las absoluciones y otro las condenas. Para aprobar la pena capital, los votos favorables tenían que superar en dos a los absolutorios. Y la condena había de pronunciarse en la llamada sala Gazit o de sillería, una de las dependencias del Templo.

De acuerdo con los Evangelios, el Sanedrín dedicó al juicio a Cristo dos sesiones. La primera comenzó de noche, después del sacrificio vespertino y el primer día de ázimos, víspera de la Pascua. Hasta aquí, las infracciones son tres.

Una casa particular como tribunal

Caifás interrogó a Jesús, a la vez que se sentaba entre los jueces. Los miembros del Sanedrín permitieron que un guardia abofetease al acusado. Se presentaron a individuos del populacho como testigos contra Jesús, y muchos de ellos se contradijeron en sus testimonios; dos de ellos llegaron a declarar juntos. Sólo por las contradicciones entre los testigos, el Hijo de Dios debía haber sido absuelto.

Ante el silencio de Cristo y la endeblez de los testimonios, Caifás trató de hacerle hablar:

"Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Mesías"

A los testigos se les debía hacer jurar para que dijesen la verdad, pero no a los acusados, porque se le ponía en la alternativa de perjurar o acusarse a sí mismos. Una nueva ilegalidad.

Cuando Cristo respondió a la pregunta "Soy yo", Caifás se rasgó sus vestiduras, vulnerando no sólo los códigos de conducta, sino también el mandato que le prohíbe romperlas porque representaban el sacerdocio. Calificó él mismo el delito ("¡Blasfemó!"), detuvo el juicio ("¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?") y pidió la opinión de los demás jueces ("¿Qué os parece?").

Los miembros del Sanedrín dictaron la sentencia de muerte sin deliberación, en el acto, sin aguardar al día siguiente, y de manera tumultuaria. Tampoco aparecieron los dos escribas que anotaban los votos.

Al día siguiente, el Sanedrín se reunió para debatir cómo presentar al pueblo judío la condena a muerte de Jesús, totalmente nula por la cantidad de irregularidades cometidas. La reunión comenzó al amanecer, antes del sacrifico matutino, y el día de la gran fiesta de Pascua: dos vulneraciones más.

De nuevo se interrogó a Jesús, que reconoció ser Hijo de Dios y, por segunda vez, se produjo una votación en masa, no individual, y sin guardar los plazos.

La última de las irregularidades se cometió al principio del juicio: la sentencia de muerte se dictó en la casa de Caifás (el evangelista Juan dice que primero llevaron a Jesús a la casa de Anás, pero que luego le trasladaron a la de su yerno), cuando sólo podía haberse pronunciado en la sala de sillería.

La entrega a Pilatos

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Y así aparece escrito en el Evangelio de San Juan: "llevaron a Jesús desde casa de Caifás hasta el pretorio de Pilatos". De esta manera, Cristo pasó de las manos del Sanedrín a las de Roma, porque ésta había arrebatado a las autoridades judías el derecho de dar muerte a condenados (ius gladii). Los ejecutores de la condena tenían que ser los romanos.

Para persuadir a Poncio Pilatos los sacerdotes montaron por medio de sus criados un motín para forzarle a crucificar al Mesías. Como Pilatos dudaba en ordenar la ejecución de Jesús, ya que sabía que se estaba cometiendo una injusticia, los conjurados recurrieron a la amenaza de la delación ante el superior del pretor por indolencia en la persecución de los enemigos de Roma:

"Si sueltas a ese, no eres amigo del césar. Todo el que se hace rey está contra el césar".

Ahí ya se rompió el último amparo legal que pudo tener Jesucristo. Un funcionario que teme perder el favor de su jefe supremo.

Esa misma tarde fue crucificado en el Gólgota y unos días después la Historia cambió para siempre.

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