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Pedro de Tena

El veneno como arma política y Lenin

El líder comunista manifestó desde el principio una irresistible atracción por el método del envenenamiento de los disidentes.

El líder comunista manifestó desde el principio una irresistible atracción por el método del envenenamiento de los disidentes.
Lenin dando un discurso | Archivo

Cada vez que un disidente legítimo de la satrapía "neoKGB" de Vladimir Putin sufre un envenenamiento, se centran las miradas en los servicios secretos rusos actuales como ejemplos perfectos de prácticas asesinas y siniestras. Es natural, pero es injusto por un doble motivo.

El primero de ellos destaca que los seres humanos de todas las épocas han tratado de matar a sus enemigos utilizando todos los medios posibles a su alcance. No es nada que sorprenda, salvo al montón de ingenuos que aún creen que los hombres somos buenos por naturaleza y que, por ello, no consideran necesario que el poder, todo poder, debe ser controlado en lo posible.

El segundo tiene que ver con la personificación que se hace en el casi eterno ya presidente Putin de toda la trama de asesinatos de disidentes que sigue ocurriendo en Rusia, una herencia de la Unión Soviética erigida por Stalin extendido a las políticas comunistas en general y, como se sabe ahora, desde los tiempos del propio Lenin que manifestó desde el principio una irresistible atracción por el método del envenenamiento de los disidentes.

En estas semanas, la atención se ha centrado en el opositor ruso Alexei Navalny, en coma desde mediados de agosto. Se ha demostrado, sin dudas ya para el ejército alemán y el gobierno de Ángela Merkel, que fue envenenado con un compuesto químico de la familia Novichok, que también fue utilizada en el caso del envenenamiento del ex espía ruso Sergei Skripal y su hija en Reino Unido en marzo de 2018.

Para que nos hagamos una idea de lo extendida que ha estado la práctica del veneno como método de eliminación de los enemigos políticos, recordemos que en 2007 se encontró en unas excavaciones arqueológicas en Pompeya una tinaja conteniendo lo que se cree fue un misterioso y codiciado "antídoto universal" que, según el libro sobre la guerra química y biológica en la Antigüedad de Adrienne Mayor [I] se creía podía neutralizar cualquier veneno conocido.

La búsqueda de un antídoto universal

La búsqueda de un antídoto universal no se ha detenido desde entonces. En nuestro tiempo, Sergei Popov, uno de los científicos que desarrollaba supervirus muy peligrosos dentro del programa Biopreparat de la Unión Soviética hasta que desertó a Estados Unidos en 1992, dedicó sus esfuerzos a la búsqueda de un nuevo "antídoto universal", una especie de vacuna para combatir a los agentes patógenos usados cada vez más frecuentemente como armas de guerra.

De todas las siniestras manipulaciones de venenos, cabe destacar las "bombas de escorpiones", de los que los palestinos amarillos eran los más mortíferos, que, por ejemplo, fueron arrojados en ollas de terracota contra los romanos para detener su asalto de 198 d.C. a la fortaleza de Hatra, que estaba cerca de la actual ciudad iraquí de Mosul. National Geographic recreó este artefacto letal en su reportaje de 2005 "Doce historias tóxicas".

Pero no fue el único ingenio asesino vinculado a la zoología, la química y la biología. Fue leyenda que con la bilis de la mitológica Hidra muerta se envenenaron las flechas de los soldados. El desarrollo de armas no convencionales relacionadas con venenos, agentes biológicos infecciosos como ántrax, ratas contaminadas de peste, medios moleculares o animales y armas químicas (la I y II Guerra Mundiales fueron especialmente crueles), no ha hecho sino multiplicarse sin publicidad en fábricas, laboratorios e instituciones secretas.

Desde la Guerra Fría, se han cruzado acusaciones entre las grandes potencias de estar inmersos en la fabricación de estas armas. La URSS había acusado a Estados Unidos, Israel y Sudáfrica de tales proyectos mientras ella y sus aliados hacían lo mismo. En el objetivo final se encuentra la fabricación de un arma capaz de producir alteraciones genéticas a generaciones futuras de la población enemiga.

Hay que ser muy cándido para no asumir que, desde el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Japón en 1945, el armamento bio-físico-químico de destrucción masiva no se ha desarrollado por todos los países con voluntad de poder en el mundo que vivimos. Pero hay algo realmente curioso en la relación que con el veneno como arma se tiene en la actual Rusia, herencia de la extinta Unión Soviética.

Cianuro de potasio para Lenin

Federico Jiménez Losantos cuenta en su libro Historia del comunismo que, en el invierno de entre 1921 y 1922, Lenin, ya muy enfermo, le pidió a Stalin que le diera su palabra de que le conseguiría cianuro de potasio para acabar con su vida, aunque el futuro dictador comunista no puso demasiado empeño en ello hasta que comenzó a percibir las dudas de Lenin y su esposa sobre su idoneidad como sucesor y líder de la URSS.

Hasta 2006, se creía que el origen de la investigación secreta sobre venenos no detectables en las autopsias ordinarias estuvo en la dictadura stalinista. De hecho, se afirmaba que fue en la década de los 30 del pasado siglo cuando Stalin encargó a Grigory Mayranovski la creación de un laboratorio secreto que proporcionaba sustancias letales al servicio secreto de la NKVD que dirigía Lavrenti Beria. Mayranovski, qué cosas, murió inesperadamente en 1960 tras salir de la cárcel donde cumplió pena por el delito de "cosmopolitismo".

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Pero hay un libro del ex agente soviético Boris Volodarsky, The KGB’s Poison Factory: From Lenin to Litvinenko (La fábrica de venenos del KGB: de Lenin a Litvinenko), 2009, que es la fuente de los artículos del ex espía soviético Boris Volodarsky para The Wall Street Journal sobre el tema, que no deja lugar a dudas acerca de quién fue el que inició la investigación sobre venenos poco después de la revolución rusa. Fue el propio Vladimir Illich Ulianov, más conocido como Lenin.

En el libro, que reconoce la ayuda recibida de los historiadores Paul Preston y Ángel Viñas para su elaboración, se sienta con toda claridad que Lenin estaba obsesionado con los venenos desde que el 30 de agosto de 1918, Fanya Yefimovna Kaplán le disparó tres balas supuestamente envenenadas con curare. Aunque fue herido, el líder bolchevique sobrevivió mientras que Kaplán fue ejecutada sin juicio cuatro días después.

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Según Bolodarsky, tras los asesinatos del comisario de prensa y propaganda y miembro de la Comité de Petrogrado, Moisey Goldstein, el 20 de junio de ese año; el del presidente del (o de la) Cheka de Petrogrado (el origen del servicio secreto soviético), Moisey Uritsky, el 30 de agosto, y, sobre todo, tras el intento de asesinato de Lenin aquel mismo día, se desató el "terror rojo" como respuesta a la resistencia contrarrevolucionaria.

6.000 prisioneros fusilados

Después de estos hechos, el servicio secreto (Cheka) fusiló a unos 6.000 prisioneros y fueron encarceladas 15.000 personas de las que, al menos, 6.500 fueron a parar a los primeros campos de concentración.

Hasta 1992 no se certificó que Lenin no fue envenenado por aquellas balas, pero una vez recuperado de sus heridas, el servicio secreto le entregó un informe que aseguraba que las balas estaban impregnadas del ponzoñoso curare, un extracto resinoso de árboles tropicales americanos, en el que los indígenas bañaban las puntas de sus flechas.

Tan fascinado quedó Lenin con el poder de aquel tóxico que en 1921 aprobó el primer laboratorio de veneno que se ubicó en la llamada "sala especial", esto es, en la propia oficina de la secretaría de Lenin, bajo la dirección del profesor Ignatii Kazakov que tenía el beneplácito del agente de seguridad Pavel Sudoplátov. [II]

El destino de los productos que allí se iban a elaborar estarían destinados a eliminar a los "enemigos del pueblo". Volodarsky aclara que en realidad los destinatarios iban a ser los enemigos del Kremlin, esto es, los opositores al propio Lenin.

Fábrica de venenos

Esta fábrica de venenos de Lenin estaba a la vista de todos, pero sólo en 1990 se obtuvieron documentos que demostraron que el profesor Kazakov estuvo a cargo del laboratorio especial desde su apertura en 1921 hasta 1938. Colaboró con él Boris Zbarsky, consultor de narcóticos, cuyo adjunto era Genrikh Yagoda, futuro jefe de la Seguridad del Estado (NKVD)

Kazakov y Yagoda fueron acusados y ejecutados tras el conocido como "Tercer juicio" de Moscú en marzo de 1938, organizado por Stalin para eliminar a sus adversarios. Resulta más que curioso que Yagoda, jefe del temido NKVD (ente precursor del KGB), fuera acusado de establecer un laboratorio de venenos y de intentar envenenar a su sucesor, Nikolai Yezhov.

A Kazakov le sucedió Grigory Mairanovsky, más conocido como Doctor Muerte. Cuenta Volodarsky que Mairanovsky era un bioquímico moscovita cuyo sadismo superaba con creces al de los nazis y que cuando se hizo cargo del laboratorio, éste ya estaba incluido en el aparato de la Seguridad del Estado.

Tras unos cambios de denominación, en febrero de 1939 se dividió en dos departamentos especiales, un laboratorio químico supervisado por Mairanovsky y un laboratorio bajo la dirección de Serguei Muromtsev. Hasta 1946, el departamento especial o Kamera que englobaba a ambos laboratorios fue enmascarado dentro de un edificio de la NKVD que estaba tras la sede oficial.

Esta cercanía trataba que fuera posible proporcionar prisioneros para diferentes experimentos. En enero de 1942 el departamento fue reformado y dirigido por Pavel Sudoplátov, amigo de Naum Eitington, amante durante años en España de Caridad del Río, madre de Ramón Mercader, asesino de León Trotsky en 1940. El trabajo de los laboratorios fue supervisado por Lavrenty Beria hasta noviembre de 1953, arrestado y fusilado tras la muerte de Stalin.

Derivados del gas mostaza

En los primeros años se utilizaron derivados del gas mostaza, utilizado por primera vez como arma química en la Primera Guerra Mundial por el ejército alemán contra soldados británicos poco antes de la revolución rusa de 1917. Pero se trataba de encontrar productos químicos que no fueran detectables en las autopsias, algo que Mairanovsky no consiguió hasta mucho más tarde con una preparación llamada K-2, un cloruro compuesto probado con éxito sobre prisioneros que morían en 15 minutos entre horribles gritos anulados por radios a todo volumen.

Mairanovsky, detenido en 1951, fue encarcelado durante 10 años. La URSS anunció el cierre de sus laboratorios de venenos en 1953 culpando a Beria de los excesos, algo que muchos dudan que haya ocurrido en realidad. De hecho, pocos creen que las investigaciones emprendidas por aquellos siniestros centros de muerte no han sido aprovechadas por los servicios secretos rusos.

Volodarsky afirma que, efectivamente, las investigaciones y crímenes se sucedieron. Es más, dice que "los experimentos mortales continuaron" después que los laboratorios fueran oficialmente "cerrados" como parte del Departamento de Equipos Operacionales. Por ello, "la investigación y los venenos se utilizaron con éxito para ejecuciones fuera de Rusia". Por ejemplo, Wolfgang Václav Salus – secretario de Trotsky en 1930 –fue asesinado por una sustancia desconocida en febrero de 1953 en Munich. Pero se creyó que murió por neumonía.

En julio de 2006, subraya Volodarsky, tras el caso Litvinenko, una ley aprobada por el parlamento ruso permitió al presidente ordenar operaciones, incluyendo asesinatos en suelo extranjero, contra los enemigos del régimen. La pregunta es, dice: ""¿Quién decide quién es 'el enemigo'?"

Y así podríamos continuar sucesivamente hasta el día de hoy en un festival macabro de envenenadores y víctimas. Aunque tal barbarie no sea originaria ni privativa del comunismo ruso ni Vladimir Putin sea su inventor, hay que reconocer que la afinidad del servicio secreto ruso con el uso del veneno comenzó con el mismo Lenin. Y sigue y sigue.


[I] Fuego griego, flechas envenenadas y escorpiones, Desperta Ferro Ediciones, Madrid, 2018

[II] Sudoplátov y Naum Eitington dirigieron los servicios secretos soviéticos en la Guerra Civil Española.

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