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"Qu´est-ce qui ferait votre bonheur?"

Con "Au bonheur de dames" Zola, más que de observador, de notario impecable del latir de su época, hizo el papel de oráculo, de arúspice exactísimo.

Con "Au bonheur de dames" Zola, más que de observador, de notario impecable del latir de su época, hizo el papel de oráculo, de arúspice exactísimo.

Si al cabo es bien verdad, como sentenció Hölderlin, que "lo que permanece lo fundan los poetas", no miente quien sostiene que la realidad más verdadera es la que se condensa en el matraz de una novela. Con "Au bonheur de dames", Zola, más que de observador, de notario impecable del latir de su época, hizo el papel de oráculo, de arúspice exactísimo; o, por mejor decir, ejerció de profeta.

Emile Zola

El consumo masivo, anónimo y sujeto -menos que a las penurias de la bolsa- a los envites del deseo, acabaría convirtiéndose en lo que todavía hoy es: el culto sin fronteras, sin tabúes, sin reglas de los tiempos modernos. "La embriaguez religiosa de las grandes ciudades -pregonará enfebrecido Baudelaire al hilo del big-bang de la piqueta- se consagra en los grandes almacenes, en el templo de esa vertiginosa borrachera". No es raro, pues, que en "Au bonheur de dames" se perciban los ecos de la utopía de Fourier, que el vil metal, al cabo, apuntale los muros (el cristal y el acero) de un piadoso falansterio: El palacio de la armonía, ¿por qué no? "En verano, fresquito. Caldeado en invierno".

Siglo y medio después, las catedrales del comercio tienen otra factura pero el rito es idéntico. Al cruzar el umbral que apenas delimita el edén y la acera, las clases se disuelven, menguan las señoronas, las "midinettes" se crecen. Es muy posible, entonces, que alguna dependienta descoloque al turista con un interrogante lleno de "politesse": "Qu´est-ce qui ferait votre bonheur?". Y es que la felicidad, a veces, se halla en la punta de la lengua.

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