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'Las ánimas del purgatorio', de Umbral: las memorias perdidas de su tuberculosis

El autor refleja el claustro, las visitas de mujeres, amigos y doctores, fantasea con una tía muerta y nos habla de sus lecturas.

El autor refleja el claustro, las visitas de mujeres, amigos y doctores, fantasea con una tía muerta y nos habla de sus lecturas.
Francisco Umbral | Archivo

"El latín es sagrado, el trigo es sagrado". Las ánimas del purgatorio (Ed. Grijalbo, 1982) orbita en torno a este verso de Ezra Pound, "un poeta del que aún no sabía demasiado" Francisco Umbral, protagonista veinteañero, tuberculoso, aún Francesillo, de una novela deliciosa.

A finales de agosto celebramos el séptimo aniversario de la muerte del escritor, habitante aún escaso de las estanterías de la Fnac y de la Casa del Libro, a excepción de las típicas Mortal y rosa o Las ninfas; plaga en las librerías de segunda mano, por Chamberí, Bilbao o Malasaña.

En una de estas -no se nombra al no haber publicidad; es lo que hay- me encontré con Las ánimas del purgatorio, descatalogada, poco conocida, perdida en la memoria amnésica de la Literatura Española contemporánea. Las ánimas... continúa la 'serie' del Francesillo, de la que forman parte, por ejemplo, joyas como Los males sagrados, Las giganteas o La forja de un ladrón. A través de este personaje, una proyección literaria de él mismo -real o irreal, qué más da: hablamos de Literatura, no de Ciencia-, Umbral refleja la España de la guerra y la posguerra, con sus prostitutas, sus militares, sus hambres y sus muertes.

El Francesillo de Las ánimas del purgatorio no quiere estudiar Derecho, tiene ya 20 años y tuberculosis. Enclaustrado en su habitación, recibe visitas de amigos, como Alejandrito el bizco; del doctor Arapiles, quien "nunca me decía si yo estaba mejor o peor, o quizá lo decía como para sí mismo"; de mujeres como Luisa Lammenier, quien se untaba polvos de talco en sus genitales para aliviar sus escoceduras, o de Doña Hungría, quien "había establecido una competitividad entre la tisis de su hijo y la mía, e iba allí a verme morir o, más probablemente, a no ver morir a su hijo. A ver morir a su hijo en mí".

No hay mucha más acción en la novela, que se centra en el detalle, en la imaginación, en el desarrollo -lírico- de la enfermedad. Umbral enfoca la tisis como una herencia familiar, y se enamora de una muerta, su tía Algadefina, a quien idealiza y explora a través de sus fotos y de sus medias. Se inventa a un cadete fantasmal, posible amante de Algadefina, reflexiona sobre una lámina en la que aparecen representadas las mismas ánimas del purgatorio, y se pregunta si a las mujeres les gustaría montárselo con un caballo. También encontramos sus lecturas, los autores a los que detesta -Galdós, Flaubert...- y a los que ama -Baudelaire, Pound.

Las ánimas del purgatorio es una novela minuciosa, musical, para saborear palabra a palabra. Pese a sus posibles fantochadas y exageraciones, quizá sea una de las novelas más personales/sinceras de Umbral -al menos, esa es la sensación. Si la encuentran, cámbienla de guarida, trasladándola de esa estantería vieja de una librería de segunda mano a la de su casa.

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