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Eduardo Goligorsky

Perlas en el vertedero

Cataluña aportó a la dictadura franquista una legión de colaboradores.

Cataluña aportó a la dictadura franquista una legión de colaboradores.

Creo que he sido suficientemente explícito al impugnar en dos artículos -"Morbo para intelectuales" (LD, 9/1) y "Maniqueísmo atrabiliario" (LD, 28/1)- el encono virulento y el desprecio furibundo con que Gregorio Morán denigró en su libro El cura y los mandarines todo lo relacionado con el proceso de Transición, desde los ensayos preliminares hasta la culminación exitosa, con especial énfasis en los argumentos ad hominem contra sus protagonistas. Sin embargo, debo confesar que hay una faceta de la iconoclasia de Morán, exhibida sobre todo en sus "Intempestivas sabatinas" de La Vanguardia, que me inspira respeto y hasta admiración. Me refiero a la impecable racionalidad con que arremete en pleno somatén mediático contra la estulticia del nacionalismo, en medio de los mamarrachos de Pilar Rahola y los sermones admonitorios del guía de descarriados Francesc-Marc Álvaro. Y esa impecable racionalidad es la que lo lleva a desmontar, también en este libro, las falacias del victimismo catalán. Le reconozco ese coraje y ese mérito, y recojo algunos de sus hallazgos con el mismo talante con que critiqué sus desafueros. Son auténticas perlas rescatadas del vertedero del resentimiento.

Martirologios al uso

El título del capítulo 15 (págs. 353-375) no deja lugar a equívocos: "Cataluña, la preferida". De él extraigo toda la información que reproduzco.

En 1964, cuando según los martirologios al uso la dictadura estaba practicando nada menos que el genocidio sistemático de la cultura catalana,

lo oficial, lo más influyente, no fue precisamente aquel modesto mensual -Serra d'Or- vinculado al monasterio de Montserrat y a los benedictinos, sino el pregón sobre el catalán que dio el ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, auténtico muñidor de ideología en plena contraofensiva del régimen.

El 23 de abril, festividad de Sant Jordi, es más que una fiesta urbana donde se compra un libro y una flor. Es el día que la literatura sale a la calle y se exhibe y se hace dueña de la ciudad. El pregón del día de Sant Jordi en la Barcelona del año 1964 lo declamó, tras concienzuda preparación estratégica, el ministro Fraga Iribarne. Fue un ejercicio de atracción y seducción de esos que no hay ciudad que se resista. Incluso tratándose de un hombre tan áspero y torpe como Fraga, hizo las fintas más sorprendentes con el objetivo de dejar huella positiva y lograr abducir, más que seducir, a una ciudadanía que en el fondo, que no en la forma, no se creía ni una palabra de toda aquella faramalla. Pero dejaba su poso.

Tras las citas obligadas a Eugenio d'Ors, el ministro recordó que más de la mitad de las editoriales españolas estaban radicadas en Barcelona, con un colofón:

A los 3.488 libros que Barcelona publicó en castellano durante el pasado año para abastecer el ingente mercado común de la lengua de Cervantes, hay que añadir esos 200 volúmenes editados en catalán para solaz de quienes, sin desdeñar la lengua franca que a todos sirve de poderoso vehículo universal, quieren enriquecer su espíritu con el paladeo y la mágica recreación cotidiana del venerable idioma vivo de Llull y de Sagarra, de Riba y de Foix. (…) Vuestro profundo idioma y el conocimiento y fomento de su fecunda tradición literaria, incorporan un elemento positivo de alto valor a nuestra riqueza cultural.

Tradiciones más extravagantes

Explica Morán que la operación de encaje cultural no estaba circunscripta a Barcelona, donde podía haber sido montada con criterio oportunista, para captar voluntades y allanar el camino de la reconciliación. También Madrid se convirtió en escenario de una fraternización que habría sido inimaginable en un clima de genocidio cultural: el parque del Retiro dedicó una plaza, con fuente incluida, a la sardana. La inauguró el mismísimo vicepresidente del Gobierno, general Muñoz Grandes, y la bendijo un catalán, el padre José María Bulart, confesor de Franco y capellán de la Casa del Generalísimo. La ceremonia se celebró el domingo de vísperas de la Virgen de Montserrat y asistieron autoridades de Madrid y Barcelona "que escucharon, transidas, cómo el actor Gabriel Llopart recitaba los versos de Joan Maragall dedicados a La Sardana". Añade Morán:

Inmediatamente después se inició un amplio repertorio sardanístico que abrió, podríamos decir, un clásico, nada menos que "Renoi, quina festa", del maestro Vilà, interpretada por la Cobla Barcelonina. El presidente del Círculo Catalán en Madrid, Carlos E. Montañés, y la Junta Directiva en pleno inauguraron así lo que se vino a llamar, tal como lo recoge Arriba, la "Festa Major 1964". Desde entonces, todos los domingos, si el tiempo lo permitía, se bailaban sardanas en aquella hermosa placita del Retiro a la espalda del estanque de las barcas.

La apelación a los sentimientos de los catalanes fue más allá de la promoción de la simpática sardana y abarcó tradiciones más extravagantes… y copiadas de otras culturas, como recuerda Joan-Lluís Marfany. Morán subraya que el diario de Falange reivindicó y ensalzó els castells, los castillos humanos porque,

se trataba de una tradición que se perdía, pese a Valls y sus dos colles, la Vella y la Muxana, decía Arriba, y los de Vilafranca del Penedès, el Vendrell y Tarragona. Así mismo se daba cuenta puntual de la inminente erección de un monumento a los Castells en Valls, aun más alto que el erigido en Vilafranca gracias a la campaña de radio Vilafranca, de la cadena de emisoras del Movimiento.

Legión de colaboradores

Cuando se divulgan estos datos que demuestran la falsedad de las alegaciones de genocidio cultural, los guardianes del martirologio argumentan que el franquismo pretendía conservar algunas tradiciones folclóricas reducidas a la categoría de pintoresquismos regionales. Nuevamente falso. Informa Morán que, siempre en 1964,

a finales de mayo apareció en el Boletín Oficial la convocatoria de una cátedra de "Lengua y literatura catalana" para la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona. La noticia ocupó un lugar importante en la prensa barcelonesa. El verano trajo la aparición de una Historia de la literatura catalana, libro que devendrá canónico, obra de Martín de Riquer, caballero mutilado y auténtica institución.

Una pausa para recordar que la mutilación del erudito medievalista Martín de Riquer no había sido producto de un accidente sino de una bala que le destrozó el codo en Alicante, donde se hallaba enrolado en la unidad militar de los catalanes franquistas, el Tercio de Montserrat. Prosigue Morán, intercalando otro de sus irritantes sarcasmos:

A partir de ahora, a los Premios Nacionales de Prosa y Poesía castellana "Francisco Franco" y "José Antonio Primo de Rivera" se añadirá el “Jacinto Verdaguer de Literatura Catalana”. Se negociará para que el primero de estos premios, que corresponde ya a 1965, se le conceda a J. V. Foix, el pastelero del barrio barcelonés de Sarriá, por sus Obres poètiques, que edita Nauta.

El texto brinda un sinfín de datos sobre la aparición, a partir de 1964 y aun antes, de periódicos, ensayos y novelas en catalán que no sólo desmienten las fábulas sobre el genocidio cultural, sino que justifican el título de este capítulo: "Cataluña, la preferida".

Una Cataluña que aportó a la dictadura una legión de colaboradores de primera magnitud -basta hojear Los catalanes de Franco, de Ignasi Riera, Plaza & Janés, 1998-, y que tuvo un perfecto encaje en la evolución de la sociedad española durante el periodo de Transición pacífica. Un encaje que hoy los secesionistas pretenden aniquilar y una Transición pacífica que inflama los demonios de Gregorio Morán.

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