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Rafael L. Bardají

De visita en la Comic Con: la América de Skywalker y de Scott Walker

Qué alucinante es el universo Comic-Con, la Convención Internacional de Cómics de San Diego, de la que acaban de disfrutar 130.000 privilegiados.

Qué alucinante es el universo Comic-Con, la Convención Internacional de Cómics de San Diego, de la que acaban de disfrutar 130.000 privilegiados.
Comic-Con 2015 | EFE

Desde hace más de cuarenta, todos los años por estas fechas la apacible ciudad de San Diego, en el sur de California, sufre una invasión de zombies, soldados imperiales, ogros, thors, spidermen, supermen (y supergirls), algún que otro Dart Vader e innumerables lolitas del manga japonés. Una foto de satélite diría que el Apocalipsis ha llegado. Pero no, son simplemente los casi 130.000 asistentes al foro de cómics más famoso del mundo: el Comic-Con.

Es divertido compartir barra de bar, o mesa de restaurante, con varios soldados imperiales que aparcan sus relucientes cascos y flamantes armas láser para dar cuenta de unas cervezas. Es todavía más divertido cuando uno es consciente de ser un privilegiado, puesto que para acceder al universo del Comic-Con hay que sufrir un largo, alambicado y azaroso proceso de selección que en la mayoría de los casos sólo conduce a la frustración, porque son legión los que se quedan fuera. Las acreditaciones son personales e intransferibles y las hay para toda la convención o para días sueltos. Pero, como digo, la tarea para hacerse con cualquiera de ellas es como extraer un buen acuerdo de un iraní, simplemente misión imposible. No es legal ni de recibo, pero el pase de un día se revendía en eBay por más de 1.000 dólares.

El Comic-Con nació como una justa reivindicación de un arte, el de la ilustración gráfica, considerado menor por muchos. Sin embargo, la cultura pop, que explota masivamente en Estados Unidos en los 60, no sólo da cuenta de la sociedad, sus anhelos, miedos y cambios, sino que sirve de explicación para muchos de sus tics. En Europa, las aventuras de Tin Tin, por ejemplo, son una completa historia de la guerra fría. Otro tanto se puede decir de los superhéroes de la Marvel en América.

Pero los fans del Comic-Con no sólo asisten para reivindicar su arte, sino para expresar colectivamente su creatividad. Este año, por ejemplo, hacían furor las aplicaciones de las impresoras en 3D. A quien se atreviera le hacían un molde tridimensional de Terminator… pero con su propia cara. Adaptando incluso los gestos, el tono de piel, el tipo de peinado... Pero donde más colas había era, sin duda, en un estudio de video donde te grababan, ataviado como un personaje de Juego de Tronos, simulando cortar la cabeza de un enemigo a la vez que un chorro de sangre caliente te ponía perdido. Llevarte a casa la secuencia a cámara lenta era de un atractivo imposible de resistir. También podías caminar entre varios zombies sacados de The Walking Dead y poder contarlo. Aunque a mí, que tengo gustos distintos a los de Pablo Iglesias, la atracción digital que más me ha gustado ha sido la que te permitía convertirte en un personaje animado de un juego de Nintendo. Cool.

Mi frustración ha venido de que esperaba más tanto del personaje de Terminator, justo tras el lanzamiento de Génesis, tan poco comprendida por algunos, como de la factoría Lucas, a la espera del lanzamiento de la nueva de Star Wars. Pero ninguno de los stands estaba a la altura del momento, me temo. Posiblemente porque los liberales de California siguen equiparando a Terminator con Governator. Y en el caso de las huestes de Anakin, porque ya se celebra una convención exclusivamente dedicada a la saga en Los Ángeles.

Los cómics no son ajenos a las nuevas tecnologías, como bien sabemos. Ninguna mente futurista podría quedarse al margen de la revolución digital en este terreno. De ahí que, más allá de revistas y libros, los juegos hayan cobrado una relevancia creciente. Poco podrá criticarse del Londres de Syndicate, la nueva entrega de Assassin's Creed, como nada se podrá echar en falta del juego de Lego Avengers, realizado en estrecha colaboración con el equipo de Marvel. De hecho, fue admirable ver cómo las masas se enardecían con la petición de Stan Lee de que lo probáramos con nuestras manos.

El hall de expositores era el más grande que jamás haya visto, con una longitud de casi dos kilómetros. Los coleccionistas podían encontrar ahí todo lo imaginable e incluso más. Y supongo que los profesionales harían buenos negocios. Yo, después de mucho negociar, conseguí traerme una de las caras de goma de Bruce, el tiburón blanco psicópata de Jaws (Tiburón), la insuperable película de Steven Spielberg. Con todo, lo más llamativo fueron la pasión y las ganas de aprender de todos los presentes. Además de evaluaciones críticas de las obras de artistas que están abriéndose camino, las salas de los talleres eran puro hambre de superarse. Imposible asistir a todos, ni siquiera planteárselo. Pero sentir la admiración por los maestros, en salas de 5 y 6.000 personas, es digno de elogio.

San Diego estaba imposible, invadida por cientos de hobbits, indianajones y alienígenas (aunque eché en falta a algún que otro Paul, una fantástica película que arranca y acaba, precisamente, en el Comic-Con). Ni siquiera era sencillo poder trabajar en el Centro de Inteligencia de la Armada que está en las afueras. También la bahía se llena de barcos en busca de las ballenas azules, el mayor mamífero del mundo –a punto de desaparecer hace unos años a manos de los balleneros japoneses–, que en los meses de verano emigran hacia el norte, a pocas millas de las playas de Coronado y La Joya.

La pena de ver cerrar las puertas del centro de convenciones y del regreso forzoso a la realidad de la mayoría de participantes se vio compensada, al menos para mí, con el lanzamiento a la carrera presidencial, al día siguiente, de Scott Walker. Desde el centro de convenciones de Waukesha (nombre sacado del planeta de Chubaca), al gobernador de Wisconsin sólo le faltó enfundarse en el mono naranja de Luke Skywalker. Hizo un brillante discurso en el que mostró sus ganas de enfrentarse al lado oscuro y sacar a América de su sopor. Un reaganiano del siglo XXI en estado puro, en plena cruzada contra el Mal. Hizo diana en Obama, del que criticó casi todo, pero también reparó tanto en las extravagancias como en la tibieza de algunos de sus rivales del Partido Republicano.

Películas como La Cosa de John Carpenter expresaban la profunda crisis de identidad de la América de finales de los 70. Las actuales historias de puro catastrofismo, desde El día de mañana a San Andrés, insisten en la impotencia del individuo frente a causas mayores. Pero Terminator nos viene a redescubrir que el futuro no está escrito y que depende de nuestras decisiones y acciones. Si la nueva de la Guerra de las Galaxias nos trae útil tanto de claridad moral en la perpetua lucha entre el Bien y el Mal, tal vez los norteamericanos se inclinen por Scott Walker. Recuperar América requiere la fuerza de un auténtico Jedi.

PS. Interesante la fiesta de sables láser bajo una lluvia de espectaculares fuegos artificiales en la bahía de San Diego. Incluso algunas se dejaban perseguir por un alien...

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