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Los escritores que rompen las olas: Sabato y Melville

Libertad Digital rescata fragmentos inolvidables de la literatura universal que marcaron nuestra visión del mar, la playa, las olas...

Libertad Digital rescata fragmentos inolvidables de la literatura universal que marcaron nuestra visión del mar, la playa, las olas...
Herman Melville y Ernesto Sabato | Libertad Digital

¿Quién no ha sufrido sus cinco minutos de poeta frente al mar? La playa, el horizonte azul, el atardecer dorado, el amanecer plateado ha sacado sin esfuerzo ese yo trascendente que todos hemos escuchado alguna vez en la vida. Con más o menos juicio. Por suerte, el momento o se quedó en un gesto íntimo, o a las malas, durante la comunión con el cosmos tenías al lado al querido o la querida que ya te conoce y te quiere como eres.

Ellos, nuestros poetas y escritores, no fueron menos. Pero lograron culminar por todos nosotros el arranque artístico. Nos emocionaron y con su visión del mar, del agua salada en eterna cenefa de olas, marcaron cómo es la realidad que vemos casi siempre en verano.

Ernesto Sabato

Ernesto Sabato, en El Túnel (1977) con su tono pesimista e incrédulo describe así lo que siente cuando pisa la playa en temporada alta.

Siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión (sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero, en general, la humanidad me pareció siempre detestable. No tengo inconvenientes en manifestar que a veces me impedía comer en todo el día o me impedía pintar durante una semana el haber observado un rasgo; es increíble hasta qué punto la codicia, la envidia, la petulancia, la grosería, la avidez y, en general, todo ese conjunto de atributos que forman la condición humana pueden verse en una cara, en una manera de caminar, en una mirada.

Costa de Grecia

En la misma novela encontramos otra referencia nostálgica:

He pasado tres días extraños: el mar, la playa, los caminos me fueron trayendo recuerdos de otros tiempos. No sólo imágenes: también voces, gritos y largos silencios de otros días. Es curioso, pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que estoy preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traerán la melancolía y la desesperanza. El mar está ahí, permanente y rabioso. Mi llanto de entonces, inútil; también inútiles mis esperas en la playa solitaria, mirando tenazmente al mar. ¿Has adivinado y pintado este recuerdo mío o has pintado el recuerdo de muchos seres como vos y yo? Pero ahora tu figura se interpone: estás entre el mar y yo. Mis ojos encuentran tus ojos. Estás quieto y un poco desconsolado, me miras como pidiendo ayuda.

"Y entonces el Señor había preparado un gran pez para que se tragara a Jonás." Jonás.
Herman Melville

Herman Melville antes que escritor fue marinero. El padre de la ballena blanca y ubicua Moby Dick, del capitán Ahab y del ballenero Pequod construyó una novela poliédrica sobre la condición autodestructiva del ser humano, la religión o la venganza. El escritor estadounidense volcó en Moby Dick (1851) sus conocimientos biológicos. A finales del XIX careció del éxito que le hemos reconocido después. Leyendo esta novela de aventuras y viajes personales se siente venir el vómito por la dureza de la travesía. A estos momentos del libro sólo le falta de fondo la banda sonora de Tiburón.

Tras de remar violentamente, su arponero hizo presa, y, lanza en mano, Radney saltó a proa. Siempre era, al parecer, un hombre furioso en la lancha. Y ahora su grito, entre las vendas, fue que le hicieran abordar lo alto del lomo del cachalote. Sin hacerse rogar, su marinero de proa le izó cada vez más, a través de una cegadora espuma que fundía juntas dos blancuras; hasta que, de repente, la lancha chocó como contra un escollo hundido y, escorándose, dejó caer fuera al oficial, que iba de pie. En ese momento, cuando él cayó en el resbaladizo lomo del cetáceo, la lancha se enderezó, y fue echada a un lado por la oleada, mientras Radney era lanzado al mar al otro lado del cachalote. Salió disparado por las salpicaduras y, por un momento, se le vio vagamente a través de ese velo, tratando locamente de apartarse del ojo de Moby Dick. Pero el cachalote se dio la vuelta en repentino torbellino: agarró al nadador entre las mandíbulas y, encabritándose con él, volvió a sumergirse de cabeza y desapareció.

'Moby Dick' protagonizada por Gregory Peck

El hombre contra la bestia en éste otro fragmento hacia el final del libro:

Y así, a través de las serenas tranquilidades del mar tropical, entre olas cuyas palmadas quedaban suspendidas por el éxtasis, Moby Dick se movía, aún escondiendo a la vista todos los terrores de su mole sumergida, y ocultando por entero el retorcido horror de su mandíbula. Pero pronto su parte delantera se elevó lentamente del agua; por un momento todo su cuerpo marmóreo formó un gran arco, como el Puente Natural de Virginia, y, como un aviso, agitó en el aire su cola igual que una bandera: el gran dios se reveló, se zambulló, y desapareció de la vista. Deteniéndose aleteantes y picando en el vuelo, las blancas aves marinas se demoraron anhelantes sobre el agitado charco que dejó.

Peck sobre el leviatán asesino

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