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Pardo Bazán, la regeneración y el feminismo

Demasiada mujer. Pardo Bazán era una hija del liberalismo de su tiempo, autodidacta y protestona.

Demasiada mujer. Pardo Bazán era una hija del liberalismo de su tiempo, autodidacta y protestona.
Emilia Pardo Bazán | Internet

"Es una naturalista", dijo José Quiroga para defender la nulidad canóniga de su matrimonio con Emilia Pardo Bazán. Demasiada mujer para un hombre tan aburrido. Amó a José Lázaro Galdiano, soso pero de mundo, y a Vicente Blasco Ibáñez, el republicano que ciertamente era la alegría de la huerta. Pero su "chiquito mío", el "bobito" que podía besar su "escultural geta gallega" en el pisito de la calle de La Palma, en Madrid, a cualquier hora del día, era el "canaraíta" Pérez Galdós. Así lo confesaba en las noventa y tres cartas que envió a su amante; unas epístolas donde la pasión y el amor son tan claros como las ideas sociales y políticas que destilaban sus artículos y libros.

Pardo Bazán, que decía "me casé y poco después vino la revolución de 1868", era una hija del liberalismo de su tiempo, autodidacta y protestona. Viajó con sus padres por Europa, y aprendió varios idiomas, lo que aumentó su hambre de conocimiento. En sus Apuntes autobiográficos (1886) relataba sus frustraciones educativas:

Pedí encarecidamente que me enseñasen latín en vez del piano: deseaba leer una Eneida, unas Geórgicas, unas Elegías de Ovidio que andaban por el armario de hierro: no me hicieron el gusto, que reconozco era bastante raro en una señorita.

La verdad es que era una de esas personas de letras que contemplaban con tristeza el atraso español respecto a los países más potentes de Europa. Eso le llevó a impulsar el naturalismo en España, copiado de Francia, reflejando en sus novelas, como La cuestión palpitante (1883) y Los pazos de Ulloa (1886), costumbres que hasta entonces eran pecaminosas, o que se mantenían ocultas. A esto añadía un rechazo evidente al determinismo social y a la resignación, señalando el esfuerzo individual como motor del progreso, al tiempo que defendió el positivismo y la experimentación.

Pardo Bazán viendo un labor de bolillos

Por supuesto, todo esto le granjeó la animadversión de los sectores integristas de la sociedad, escandalizados por el papel que iba adquiriendo lentamente la mujer. Uno de ellos fue Menéndez Pelayo, que escribió en 1886 a Juan Valera, a propósito de los apuntes biográficos que Pardo Bazán había enviado a la editorial de Los pazos de Ulloa, que

(Sus) apuntes rayan en los últimos términos en la pedantería (…) es para mí una muestra de la inferioridad intelectual de las mujeres –bien compensada con otras excelencias-, el que teniendo doña Emilia condiciones de estilo y aptitud para estudiar y comprender cosas, tengo al mismo tiempo un gusto tan rematado y una total ausencia de tacto y discernimiento.

El contraste entre la realidad social y los prejuicios morales, inmersa en esa crisis permanente en la que creemos vivir los españoles, llevaron a Pardo Bazán al regeneracionismo. A ello dedicó sus escritos y conferencias entre en el cambio de siglo. Los dos pilares de su reivindicación regeneracionista no eran originales: la cultura y la educación, por un lado, y de otro, la apertura a las corrientes del pensamiento europeo. En ese eclecticismo conveniente a toda persona dedicada al pensamiento, Pardo Bazán no abandonaba la tradición. Había que buscar "la vitalidad de España –decía- en lo íntimo, donde se hubiese refugiado".

La condena al separatismo naciente no se debía a una creencia en el destino inalterable de España, o a un patrioterismo de hojalata, sino al rechazo del peligroso aventurerismo de los oportunistas, ya fueran independentistas o no. Así lo decía en una conferencia en Valencia:

Por egoísmos de clase o bandería; por ambiciones, intereses y codicias personales y bastardas, se ha prescindido aquí de la patria, y arrojado por la ventana su interés y su honra.

La unidad nacional no puede fundarse solo en cálculos: se funda principalmente en lo que se funda todo; en la atracción, en el amor, en la suprema ley afectiva; en una fuerza moral, en una idea.

La patria era un "todo orgánico", un "vínculo de solidaridad" entre regiones con peculiaridades propias, debidas, decía, a diferencias geográficas, climáticas, históricas, o de carácter. La historia de España la veía, siguiendo al Unamuno de Entorno al casticismo (1895), como el desarrollo de una comunidad a la que dio uniformidad la romanización, y a la que faltaba la "unidad moral" para constituir una nacionalidad poderosa. Esto obligaba a un examen de conciencia, a poner negro sobre blanco los problemas de España sin ser por ello tildado de antipatriota.

La solución era la educación, y en ese plan educativo debía ir incluida la enseñanza femenina. Y ahí empieza su vitola de feminista. De ella se dijo que "escribía a lo hombre" y que "se ponía pantalones para escribir" –como escribió Clarín- porque trataba temas supuestamente vedados a las mujeres. Pardo Bazán defendió la promoción social y cultural de las féminas, posiblemente desde que leyó a John Stuart Mill y su obra La esclavitud femenina, para la cual escribió un prólogo en la edición de la Biblioteca de la Mujer que ella fundó.

El esfuerzo individual, contra "obstáculos todos", como reflejó en su Apuntes autobiográficos, la llevaron a ser admitida en el Ateneo, nombrada consejera de Instrucción Pública en 1910, y seis años después a ganar la cátedra de Literaturas Románicas. En La España Moderna publicó una serie de artículos sobre la mujer española que ya habían aparecido en la inglesa Fortnightly Review. El papel de la mujer en la sociedad, sostenía en esos textos, había sido establecido por el hombre, pero también por el conformismo femenino. Pardo Bazán criticó duramente a la mujer de clase media, reprochándola su indolencia y la mediocridad de sus aspiraciones, su cursilería y ridiculez:

¿Ejercer una profesión, un oficio, una ocupación cualquiera? ¡Ah! Dejarían de ser señoritas ipso facto (…). Quédense en la casa paterna, criando moho, y erigidas en convento de monjas sin vocación (…) esperando a ver si aparece el ave fénix, el marido que ha de resolver la situación.

La crítica, en realidad, era a una sociedad que reprobaba comportamientos en mujeres que luego celebraba en los varones, como el laboral o el sexual. Era el abandono lo que la irritaba: "aquí no hay sufragistas, ni mansas ni bravas". El feminismo de Pardo Bazán era el de la igualdad entre hombres y mujeres, sin cuotas, sin superioridades naturales o morales, ni absurdos resarcimientos históricos.

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