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Jorge Vilches

Blasco Ibáñez: república, pluma y mujeres

Vicente nació en 1867, un año antes de la revolución que destronó a los Borbones, y que dio pábulo a teorías sociopolíticas y constitucionales.

Los primeros recuerdos de Vicente eran de su ciudad echando humo, con el adoquinado levantado y formando muros en las calles, donde la gente corría, unos armados, otros gritando, todos asustados. A un valenciano no podían asustarle los estruendos provocados por la pólvora, pero aquello no era una fiesta. El general Martínez Campos había ordenado el bombardeo selectivo de la ciudad para rendir a los cantonales, que ni eran la mayoría, ni tenían un proyecto más allá de tomar el poder. Tres días de descargas fueron suficientes. El 5 de agosto, una comisión presidida por el escritor republicano Teodoro Llorente, rendía la ciudad tras quince días de rebelión contra la República. No comprendió entonces, como ahora muchos, que aquellos cantonales no eran "héroes", sino que estaban matando el ideal republicano por más de una generación.

Vicente nació en 1867, un año antes de la revolución que destronó a los Borbones, y que dio pábulo a todo tipo de teorías sociopolíticas y constitucionales. Era un tiempo de experimentación, de grandes pasiones y esperanzas, tanto como de frustraciones, decepciones y reacciones. Porque en esa misma Valencia se pronunció Martínez Campos el 30 de diciembre de 1874 a favor de la restauración de los Borbones en la persona de Alfonso XII. Pero Vicente, como buen adolescente, creció en la bondad de "la revolución", cualquiera que fuera contra la autoridad constituida. Y convirtió en héroes y mártires a todo aquel que hubiera alzado su mano o su pluma contra ella.

La paradoja de aquel chico revolucionario fue que estudió Derecho, según él porque "algo tenía que estudiar". Mientras, comenzó a relacionarse con escritores y conspiradores valencianos, como Constantí Llombart, autor de Historia de la revolución cantonal, que publicó su primer trabajo literario, La torre de la Boatella, en el Almanaque Lo Rat-Penat, en 1882. Leía entonces, casi como todo el mundo, a Víctor Hugo, a Manzoni (su obra Los novios le dejó impactado), y al poeta e historiador Alphonse de Lamartine.

Su obsesión entonces es ser escritor, y funda El Miguelete, cuya cabecera se ve obligado a sustituir por la de El Turia, en 1883. Ese año marcha a Madrid por sorpresa, en una especie de fuga, donde conoce al escritor Fernández y González, un folletinista de gran éxito entonces, hoy totalmente olvidado, con el que colaboró para aprender el oficio de escritor. Sin embargo, su madre enferma, lo que le obligó a volver a Valencia, donde sigue publicando relatos.

La política lo inunda todo en Blasco Ibañez. Se adhiere al Partido Federal de Pi y Margall, y dirige el periódico La Revolución en 1887, y dos años después fundó La Bandera Federal, un título típicamente romántico y combativo, donde importaba más la grandilocuencia y el arte de la demagogia, que la exactitud y lógica de las afirmaciones. Se hizo republicano, claro, pero no de los posibilistas de Castelar, centrados en el reconocimiento de los derechos, sino de los revolucionarios de Ruiz Zorrilla.

Pero los republicanos fracasaron en sus pronunciamientos, lo que aumentó su descrédito y división interna. Sin embargo, Vicente llegó tarde a todo esto, y se contentó con firmar un manifiesto contra Cánovas en 1891, lo que le llevó a huir a París, desde donde escribió Crónicas de un emigrado para El Correo de Valencia. En realidad, ya tenía todo el perfil necesario del romántico revolucionario: escritor, ardoroso demagogo y exiliado. Esto le llevó, lógicamente, a ser elegido presidente del Consejo del Partido Federal. Y por si le quedaba poco, ese mismo año de 1891, se casó, y a su hija la llamó Libertad.

Faltaba aún hacer público su anticlericalismo, lo que hizo con la novela La araña negra, de 1892, lo que le dio gran notoriedad por la propaganda contraria, de la que hizo buen uso en los mítines que dio por la región valenciana. Pero esto no le sirvió para salir elegido en 1893 en la candidatura de la Unión Republicana. El enfado de Blasco fue enorme, y La Bandera Federal echó humo negro, por lo que fue denunciado, junto a Herrero y Llopis, y encarcelado. No fue la última vez. Lo incendiario de alguno de sus artículos, como "En pleno absolutismo", le procuró denuncias y prisión corta.

Pero la Restauración no era un régimen tan represivo ni censor como nos han vendido. Ese mismo año de 1893, Blasco publicó su novela Viva la República, con la editorial La Propaganda Democrática, y al año siguiente funda El Pueblo y da a la imprenta su Historia de la revolución española, con prólogo de Pi y Margall (que finalmente fue un epílogo por los numerosos compromisos del patriarca federal). Blasco se veía entonces, como casi todos los republicanos, como un francés en 1789, atesorando un imaginario poco práctico y realista, pero que encandiló a muchos.

Al igual que Pi y Margall, Blasco inició una campaña contra la Guerra de Cuba, lo que le llevó a un breve exilio en Italia y una pronta amnistía. Mientras tanto fue publicando a modo de folletín en El Pueblo sus novelas más celebradas, como Arroz y tartana, La barraca, Entre naranjos y Cañas y barro. Son los años en los que conoce a Emilia Pardo Bazán, de la que fue amante en competencia con Galdós, y a Émile Zola.

Es más; a pesar de la oligarquía y el caciquismo rampante, Blasco salió elegido diputado por Valencia en las seis elecciones entre 1898 y 1907. Era el "blasquismo", una forma populista de entender la república. Dedicó también ese tiempo a escribir –publicó La bodega y La horda- y a viajar. Para entonces ya era un escritor de bestseller, y vendía sus obras en todo el mundo. El impacto de la Primera Guerra Mundial, que dividió a España entre aliadófilos –liberales y republicanos- y germanófilos –conservadores y clericales-, le levó a escribir la fantástica novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), ambientada en el esperpéntico París del asedio, de una guerra absurda.

En 1919 llegó a Estados Unidos, donde The Tribune le definió como un "novelista extraordinario, soldado de fortuna, cowboy, marino, comendador de la Legión de Honor (francesa), revolucionario y fundador de ciudades (dos en Argentina)", y fue nombrado Doctor por la Universidad de Washington. Aquello le tuvo que encantar. Dos años antes se había estrenado la película basada en su novela Sangre y arena, protagonizada por Rodolfo Valentino, y se movió por Hollywood como tantos otros españoles de talento. Aquellos años veinte los dedicó a escribir, y a disfrutar de la vida, que sin embargo le arrebató a su mujer María en 1925. Sin embargo, antes de que acabara aquel año ya había contraído matrimonio de nuevo.

Elena Ortúzar, retrato de Sorolla

La dictadura de Primo de Rivera la tomó como la traición final de la Monarquía a la libertad, y la necesidad de ir a la República. Publicó entonces, en 1925, "¿Qué será la República?". Mítines, manifiestos y novelas, entremezclados con mujeres del espectáculo y viajes infinitos. Podía pagarlo: los periódicos norteamericanos le pagaban a 7.000 pesetas de entonces cada artículo, lo que era una auténtica fortuna. La relación con su segunda esposa, Elena Ortúzar, fue intensa, quizá demasiado para un hombre desgastado en mil batallas. Murió en una villa de la Costa Azul, en plan Orson Wells en Ciudadano Kane, el 28 de agosto de 1928. Siempre me he preguntado qué hubiera dicho de la República de 1931.

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