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'Siniestro Total', de Pedro Simón: tiopentato de sodio para una crisis reciente

El periodista de El Mundo recopila sus mejores reportajes en un volumen editado por FronteraD.

El periodista de El Mundo recopila sus mejores reportajes en un volumen editado por FronteraD.

Pedro Simón (Madrid, 1971) presentó el pasado martes su último libro, Siniestro Total (FronteraD, 2015) en "El Garito" de La Central de Callao, esa cueva rectangular y alargada de ladrillo y sin cobertura. Testigos: periodistas, estudiantes, familia –se supone-, niños que se desafían, aún inocentes, con un "a que no me pillas". Ejercieron de maestros de ceremonias Ana Pastor y Manuel Jabois. La primera definió al de El Mundo como "un periodista con mucho corazón y muchas lecturas"; el segundo, como un "reportero de contrastes" con una visión "que va más allá del maniqueísmo".

Conversé con el autor horas antes sobre su nueva obra, y me contó que hay que desmitificar el periodismo; que desconfía de los indignados porque no sabe quién está detrás; que si no herimos sensibilidades, "vamos de culo"; que, "al lado del descrédito del político, ha ido el periodista", y que es más arriesgado hablar "de los ricos y de los poderosos" que "de los pobres o de las víctimas", porque los primeros tienden, si se les molesta, a la querella y tienen amigos en el consejo de administración.

Sin embargo, los protagonistas –directos, al menos- de Siniestro Total no son los Pujol, Rato o Guerrero. Son hijos de la crisis y agradecen que se les escuche. Se llaman Babacar, Alfredo o María. Han sido desahuciados, han cruzado el estrecho o han sufrido violaciones. Habitan pueblos que subastan empleos. Cenan en comedores sociales que, con el disfraz del consuelo infantil, se hacen llamar restaurantes. Peregrinan por "La España del despilfarro" –serie de reportajes galardonada con el Premio Ortega y Gasset, con fotos de Alberto di Lolli-, con sus carísimos mojones –literal- de madera, arañas de acero o ciudades del Medio Ambiente hechas con hormigón. Etcétera.

Porque lo de Simón tiene más que ver con las historias que a uno le llegan a través del hermano, del primo o del vecino. Relatos de difícil infiltración en la página de un periódico, sobre todo, cuando los lectores contemplamos la prensa como un opiáceo iracundo que nos evade de nuestra realidad. Que sí, que hasta el mismo Simón lo dice, que hay que ser maximalista, ir a por los fuertes, radiografiar sus miserias. Pero en la carrera nos enseñan que la opinión pública, a veces, no coincide con la opinión publicada. Con sus reportajes –textos rigurosos, sin demasiadas florituras líricas ni vísceras amarillas-, lo que hace el periodista madrileño es recordarnos que el ciudadano de a pie puede ser mezquino y noble, un triunfador y un perdedor y, sobre todo, materia de interés periodístico. Se agradece. Escribe Gistau en el epílogo: "Pedro Simón puede estar convencido de algo que ni usted y yo diremos de nosotros: hizo mejor la vida de alguien, alguna vez, sólo con preocuparse, con hacer las preguntas adecuadas y con escribir un texto". Pues eso.

En Siniestro Total, el lector no encontrará contenidos nuevos: todo lo que recoge el libro ya ha sido publicado en El Mundo. Sí que hallará orden, cronología, un relato vertebrado y continuo. También un Dememory concentradísimo y doloroso –que no doliente. Tiopentato de sodio –o suero de la verdad, que es más común-, que le decía a Simón el otro día. Y es que, entre declaración y declaración de Rivera/Iglesias, escándalos varios, desafíos separatistas y lesiones de delanteros centros, el contenido de Siniestro Total se agradece y se vuelve necesario. A partes iguales.

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