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Pedro de Tena

Rubén Darío: amor y dolor por España

El 6 de febrero de 1916 moría a los 49 años el escritor nicaragüense Rubén Darío. Hace cien años. Había sido el máximo poeta modernista en lengua española, lengua que adoraba y que procuró con bastante éxito, abrillantar y dar esplendor.

El 6 de febrero de 1916 moría a los 49 años el escritor nicaragüense Rubén Darío. Hace cien años. Había sido el máximo poeta modernista en lengua española, lengua que adoraba y que procuró con bastante éxito, abrillantar y dar esplendor.
Rubén Darío

Rubén Darío empuñó los ritmos ceremoniales de los hexámetros clásicos y asombró con sus imágenes y cadencias alejandrinas, libres o desusadas y atípicas en una España bien lejana de Verlaine, tal vez ese caballo de carreras de Francia al que aludió Ramón Gómez de la Serna. A pesar de su crítica serena de una España retórica, alcanforada y en declive que, por su condición de diplomático mal pagado aunque bien relacionado conoció bien, nunca tuvo duda alguna de que la hispanidad era una raza, en el sentido de cultura, lengua y destino histórico. España era la madre patria, sobre todo temiendo como temía el triunfo absoluto de "la fuerte y osada raza del norte".

De su trascendencia poética, que no es nuestro tema, baste la valoración de Vicente Aleixandre:

El primer contacto con la poesía lo tuve a través de Rubén Darío... Los dos muchachos (era en 1917) hicieron amistad (se refiere a Dámaso Alonso y a el mismo). En seguida, intercambio de opiniones: Azorín, Unamuno, Valle-Inclán, Baroja... Yo, por motivos de que ya he hablado, y no voy a repetir, no leía poesía lírica. Dámaso me prestó una antología de Rubén Darío. Fue para mí no sólo la lectura de este gran poeta, sino la revelación de la poesía. Junto con Espronceda, fue uno de mis primeros poetas. Mi madre, que nació pocos días después de la muerte de Darío, me recitaba su popular: "Margarita, está linda la mar/ y el viento/ lleva esencia sutil de azahar/ tu acento..../Margarita, te voy a contar cuento".

Todos los grandes poetas y escritores han elogiado su papel seminal en las nuevas vías de la literatura española. Valera, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Neruda, Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, que nada pródigo en halagos, tras haberle fustigado por alimentarse en demasía del pequeño Larousse, reconoció que para la historia de la literatura Darío era "un gran poeta de España y de América". Entre nosotros, los de Libertad Digital, Andrés Amorós le hizo visionario del panerotismo y Luis Alberto de Cuenca considera que su poema Lo fatal es el súmmum de la excelencia lírica:

pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ya en nuestro propósito, de la España que observó, sorprende el optimismo de Rubén Darío en sus Cantos de vida y Esperanza y otros escritos. Parecía necesitar una España pasional que reaccionara ante el poder creciente de Estados Unidos en el continente americano. Veía al vecino del Norte como:

el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aun habla en español.

Aunque sus simpatías por la Iglesia Católica eran escasas y la consideraba causa, al menos una de ellas, de la "ruina de España" (La caravana pasa, VIII), Darío escribió:

Tened cuidado. ¡Vive la América española!
hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras....
Y, pues contáis con todo, falta una cosa: Dios.

Tenía "facha de indio que no fuera puro indio", se ha dicho. Esa cara de indio la describió Rafael Cansinos Assens cuando escuchaba su Salutación del optimista en el Ateneo de Madrid con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América:

Moreno, ojos grandes, tristes y adormilados, bajo el pelo negro, revuelto, cara ensimismada de sordo, a lo Beethoven, voz lánguida, trasoñada, en contraste con el verso de aire heroico que declamaba: "Un saludo a las razas hispánicas… Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda…., espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!".

Puede parecer extraño tras los odios sembrados por las leyendas negras propias y ajenas pero el nicaragüense Rubén Darío, que tenía cara de mestizo, amaba a España y sobre todo, a su legado, la hispanidad americana, trenzada por historia y lengua.

También Valle Inclán en Luces de Bohemia, donde lo introduce como un personaje junto a Max Estrella y al Marqués de Bradomín, le llamó negro y lo trató de este modo:

MAX: Mira si está Rubén. Suele ponerse enfrente de los músicos.
DON LATINO: Allá está como un cerdo triste.
MAX: Vamos a su lado, Latino. Muerto yo, el cetro de la poesía pasa a ese negro.

Por cierto que Francisco Umbral, que le llamo "indio con entorchados" y que afanó lo que pudo de Valle, señaló la depredación literaria de Valle sobre Rubén Darío, al que calificó de "genio revolucionario". Y lo dijo así:

negro" lo llama Valle-Inclán, que tanto robó y plagió de él

No fue Darío inconsciente de los desmanes de la conquista española. De hecho, era un admirador de Fray Bartolomé de las Casas y subrayó muchas veces los actos miserables que se cometieron durante la Conquista. Tampoco le faltó la voluntad libertadora de la esclerótica metrópoli. Cuando ensayó una descripción de Cuba lo expresó con claridad:

Isla bella, de feracidad sorprendente y de riqueza casi fabulosa. La página de sus heroísmos cerró el libro de glorias de la América multirrepublicana, y entre sus grandes hombres tuvo a un santo de la libertad: José Martí.

Por cierto, que el cubano ha sido considerado por el profesor Abellán en su Historia crítica del pensamiento español como origen del modernismo hispanoamericano junto con otros poetas anteriores a Darío. Pero en su mirada pesó siempre más el legado civilizador antes que el odio a España y a lo hispánico.

La España contemporánea de Rubén Darío

21 de diciembre (de 1898). Estamos a la vista de Las Palmas. Tierra española.

Así consta al principio de su libro España contemporánea, una España que caracteriza de este modo:

Cánovas muerto; Ruiz Zorrilla muerto; Castelar desilusionado y enfermo; Valera ciego; Campoamor mudo; Menéndez Pelayo... No está por cierto España para literaturas, amputada, doliente, vencida; pero los políticos del día parece que para nada se diesen cuenta del menoscabo sufrido, y agotan sus energías en chicanas interiores, en batallas de grupos aislados, en asuntos parciales de partidos, sin preocuparse de la suerte común, sin buscar el remedio al daño general, a las heridas en carne de la nación. No se sabe lo que puede venir.

Cualquier semejanza con la realidad actual no es pura coincidencia. La moralidad política ha avanzado bien poco desde entonces.

Amaba a España pero ni mentía ni se mentía.

No creo sea yo sospechoso de falto de afectos a España. He probado mis simpatías, de manera que no admite el caso discusión. Pero por lo mismo no he de engañar a los españoles de América y a todos los que me lean. La Nación (periódico argentino) me ha enviado a Madrid a que diga la verdad y no he de decir sino lo que en realidad observe y sienta.

Raro periodismo para hoy día.

Su visión veraz contenía ese "dolor de España" de la generación del 98 pero no se rendía ante destinos inexorables. Español de América y americano de España y, aunque estuvo mucho más atento a la poesía, al arte y paisaje que a las personas y a la política, se lamentó del estado de postración de una nación que conoció a fondo precisamente en el tiempo trágico de 1898.

España estaba, por opinión general, condenada a la perpetua ruina, a la irremediable muerte. No se veía venir por ninguna parte el caballero esperado...Hubo el aparecimiento de los profetas del mal y la irrupción de los improvisados salvadores. Todo el mundo era hábil para indicar una senda propicia; todo el mundo se creía llamado a poner nueva sangre en el cuerpo agotado... En el mundo del pensamiento se veían apenas unas cuantas esperanzas entre el coro de eminencias amojamadas. Apenas los pocos violentos, los revolucionarios, los iconoclastas, hacían lo posible por encender una hoguera nueva. (Tierras Solares)

Pero Darío no se dejó seducir por el abatimiento. Poco después de los desastres del 98, le quitaba la razón a los desconsolados, a los que juzgaron el daño irremediable. Y propuso una relación de ilusiones:

He ahí los buenos pensadores de la nueva España que piensa; he ahí los buenos profesores de trabajo, los bravos catedráticos de actos, que enseñan a las generaciones flamantes la manera de conseguir el logro, de sembrar para recoger. Los superficiales del pedantismo desaparecieron; los superficiales del odio inmotivado, de la improductiva palabra, de las envidias absurdas, esos no existen más que en sí mismos.

Demasiado optimismo nos parece ahora, cien años después aunque sigue siendo de agradecer su esperanza.

Mientras el mundo aliente, mientras la esfera gire,
mientras la onda cordial alimente un ensueño,
mientras haya una viva pasión, un noble empeño,
un buscado imposible, una imposible hazaña,
una América oculta que hallar, vivirá España!

Si en algo se equivocó totalmente fue en su tasación del efecto devastador de los nacionalismos a los que describió con una actualidad que sorprende. Bondadosamente decía:

¿Existe el catalanismo? ¿Existe el odio que se ha dicho contra el resto de España? Yo no lo creo ni lo noto ahora.

Sin embargo, no tuvo en cuenta qué peligro había detrás del discurso separatista que le resumió un forofo:

Vea usted, somos como una familia. España es la gran familia compuesta de muchos miembros; éstos consumen, éstos son bocas que comen y estómagos que digieren. Y esta gran familia está sostenida por dos hermanos que trabajan. Estos dos hermanos son el catalán y el vasco...

Sí, qué viejo.

El nicaragüense culpaba de todo ello a "los estadistas de hoy, los directores de la vida del reino" que "pierden las conquistas pasadas, dejan arrebatarse los territorios por miles de kilómetros y los súbditos por millones. Ellos son los que han encanijado al León simbólico de antes; ellos los que han influido en el estado de indigencia moral en que el espíritu público se encuentra", sobre todo por el atraso general del pueblo español, muy especialmente el educativo, y la postración de la mujer:

Puede asegurarse que en raros países del mundo se presenta el espantoso dato estadístico siguiente: en España, 6.700.000 mujeres carecen de toda ocupación, y 51.000 se dedican a la mendicidad. Fuera de las fábricas de tabacos, osturas y modas y el servicio doméstico, en que tan míseros sueldos se ganan, la mujer española no halla otro refugio.

El regeneracionismo idealista y donquijotesco

La inclinación de Darío por el idealismo limitaba su apreciación de detalladas estrategias de regeneración. Admiraba a muchos idealistas, salvo a Krause, que tanta influencia tuvo en la izquierda española:

Cuando en España causó una especie de revolución filosófica un mediocre profesor alemán poco admirado en su país— he nombrado a Krause—, el contagio no pasó el Atlántico, y la América española estuvo libre de él. (La caravana pasa, V)

Rememoremos algunos versos de su letanía de nuestro señor Don Quijote:

¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
con el alma a tientas, con la fe perdida,
llenos de congojas y faltos de sol,
por advenedizas almas de manga ancha,
que ridiculizan el ser de la Mancha,
el ser generoso y el ser español!
.../...
por nos intercede, suplica por nos,
pues casi ya estamos sin savia, sin brote,
sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios.
De tantas tristezas, de dolores tantos,
de los superhombres de Nietzsche, de cantos
áfonos, recetas que firma un doctor,
de las epidemias, de horribles blasfemias
de las Academias,
líbranos, señor.
De rudos malsines,
falsos paladines,
y espíritus finos y blandos y ruines,
del hampa que sacia
su canallocracia
con burlar la gloria, la vida, el honor,
del puñal con gracia,¡líbranos, señor!

Desde luego, Rubén Darío, que dijo no saber a dónde vamos, y era cierto, sí sabía perfectamente de dónde venimos.

Dos mujeres españolas y la atención de Rubén Darío

No me resisto a terminar esta breve conmemoración de su muerte sin referirme - sin venir a mucho cuento y como rama colateral de su amor por España y lo hispánico- a dos mujeres que llamaron su atención de forma especial. Darío, embajador, cónsul y de todo en la vida diplomática, se reunía en casas nobles y en círculos exquisitos como el de Emilia Pardo Bazán; pero se prendó de la "Princesa Paca", una abulense que fue su auténtica esposa hasta su muerte y se sorprendió del dolor de Joaquina de Osma y Zavala, la segunda mujer del "monstruo" Antonio Cánovas del Castillo.

Francisca Sánchez, con la que Rubén Darío tuvo a su hijo "Güicho", es mejor conocida gracias a su nieta, la compañera periodista Rosa Villascastín que ha escrito la novela histórica La Princesa Paca. Por ello, sólo destacaré que, hija del jardinero real, tuvo que ser altamente atractiva para prendar a un hombre de mundo que paseaba por la Casa de Campo con Valle Inclán cuando la vio por primera vez. Además, aprender a leer de la mano de Rubén Darío y Amado Nervo ya es notable. Por último, poder haber sido rica gracias a los papeles de su amor que guardó en un baúl -precisamente azul- durante 40 años y haberlos cedido a España o que le consiguiera un piso en Madrid y le pagara los estudios a Rosa Villascastín, es admirable.
La otra mujer que lo impresionó en España no fue por amor sino por dolor y es mucho menos conocida. Joaquina de Osma y Zavala se casó a los treinta y pocos años con el "viejo" Cánovas que rondaba los sesenta. Poco simpática de joven, pero culta y viajada, consiguió armarse de sociabilidad gracias al "salero" del político malagueño, uno de los grandes cerebros de la derecha española y constructor del régimen de La Restauración que ahora habría que revisar.

Rubén Darío, que frecuentó la casa de Cánovas y la de Castelar, amigos entre sí a pesar de las diferencias políticas, cuenta la admiración que sentían los invitados por la esposa de Cánovas que, sin ser una gran belleza, tenía enamoradísimo al "monstruo". Algo debía de tener porque dícese que Ramón de Campoamor, al rechazar una invitación de Cánovas para un evento en su casa, le contestó de este modo: "Recuerdos a don Antonio, a quienes unos envidian el talento, otros la casa y todos la mujer".

Rubén Darío admiraba a la Joaquina de las recepciones:
Bella, inteligente y voluptuosa dama, de origen peruano. Mucho se había hablado de ese matrimonio, por la diferencia de edad; pero es el caso que Cánovas estaba locamente enamorado de su mujer, y su mujer le correspondía con creces.
Incluso añade:
Cánovas adoraba los hombros maravillosos de Joaquina, por otras partes, en las estatuas de su sèrre o en las que decoraban vestíbulos y salones, se veían como amorosas reproducciones de aquellos hombros y aquellos senos incomparables, revelados por los osados escotes.

Pero lo que le impresionó fue su dolor de viuda cuando Cánovas fue asesinado por el anarquista Angiolillo. Escribe el poeta:

Dícese que cuando Cánovas fue asesinado por truculento y fanático anarquista italiano, se repitió en España el episodio de doña Juana la Loca. Y que, una vez que el cuerpo de su marido fue enterrado, después que le hubo acompañado hasta el lugar de su último reposo, sin derramar, como extática, una sola lágrima, la esposa se encerró en su palacio y no volvió a salir mas de él.

Darío no lo vio pero sí Luis Morote que relató que Joaquina se abrazó compulsivamente al cadáver de Cánovas en la cámara mortuoria . El historiador Carlos Seco añadió que Joaquina tuvo que ser vigilada porque durante el entierro se abalanzaba sobre el féretro y Melchor Fernández Almagro, biógrafo de Cánovas, asumió la comparación con Juana la Loca que esbozó Rubén Darío añadiendo que incluso hubo que forzarla a dar su consentimiento para enterrar el cadáver de su marido. Culminaba el poeta contando que, tras el entierro, Joaquina:

Apenas hablaba por monosílabos con la servidumbre para dar sus órdenes; que recorría los salones solitarios, con sus tocas de viuda; que una noche de invierno se vistió de blanco con su traje de novia; que por la mañana, los criados la buscaron por todas partes sin encontrarla; hasta que la hallaron en el jardín, ya muerta; tendida con la cara al cielo y cubierta por la nieve.

Fue cuatro años después del crimen de Santa Águeda y la impresión sobre Darío, al que le removió la Historia de España, fue indeleble.

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