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Víctor del Árbol, Premio Nadal 2016: "A los políticos no les interesa tener un público crítico"

El escritor se hizo con el galardón por su novela La víspera de casi todo (Destino, 2016). Hablamos sobre literatura, dolor y política cultural.

El escritor se hizo con el galardón por su novela La víspera de casi todo (Destino, 2016). Hablamos sobre literatura, dolor y política cultural.
Víctor del Árbol, Premio Nadal 2016 | Destino

Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) apaga el cigarrillo callejero, nos ubica en una mesa con el cartel de "Reservado" en la cafetería del Hotel de las Letras y nos atiende con la sonrisa del artesano que ha visto su trabajo reconocido. El autor catalán fue seminarista y mosso d'esquadra. Siempre se supo escritor. Sus obras han recibido numerosos premios y en Francia, donde es un superventas, es conocido como "el escritor del dolor". Recibió el último Premio Nadal por su última novela, La víspera de casi todo (Destino, 2016), un texto doliente, sordo y bien escrito, poblado por unos personajes que huyen, que buscan refugio o salida, que caminan por una cuerda que está a punto de romperse. Conversamos sobre su libro más reciente, y también sobre su vida, literatura, dolor y política cultural.

El "Reservado" no es para nosotros, sino para quienes ocuparán la mesa a la hora de almorzar.

P: Su madre le enseñó a leer en una cocina.

R: Creo que todos los chicos y chicas de mi edad tenemos la experiencia de la educación en casa. Venimos de un tiempo en el que la educación era un valor importantísimo. Nos decían siempre: "tienes que estudiar". Mi madre, que es una persona totalmente autodidacta, se empeñó en que nosotros tuviéramos educación. Desde crío era un chaval muy inquieto y ella se dio cuenta enseguida. Trasteaba sus libros, miraba periódicos viejos…, y ella me enseñó a leer, el abecedario, a escribir. Yo fui al colegio sabiendo escribir. Ese valor creo que se ha perdido.

P: ¿Cómo se convierte un seminarista en policía?

R: Por azares de la vida. En el fondo no es tan distinto. Siempre he buscado ser protagonista de mi vida y tener incidencia sobre la realidad. Una realidad metafísica, desde el punto de vista moral, ético, de la religión…, y luego, desde un punto de vista de convivencia social. No lo veo tan distinto. Yo era muy ingenuo y sigo siéndolo. Creo que podemos cambiar las cosas.

P: ¿Y cuándo el policía se convierte en escritor?

R: El escritor ha estado siempre, desde el principio. En mi línea vital, la escritura es un bien que me ha acompañado siempre. Otra cosa es convertirse en un escritor que pueda vivir de su pasión, pero siempre lo he tenido claro.

P: En Francia es superventas.

R: No sé por qué, tendríamos que preguntárselo a los franceses. Tuve la suerte de que cuando publiqué en Francia mi primera novela, La tristeza del samurái, le dieron un premio muy importante. En Francia funciona muy bien la prescripción. Es decir, los premios o ciertas críticas aún tienen mucho peso como generadores de opinión. Ese premio, de la revista Le Point, fue a la mejor novela europea de 2012. A partir de ahí, empezaron a salir reseñas en televisión, periodistas de renombre dijeron que les gustaba mucho… El fenómeno me pilló por sorpresa, pero me ha consolidado como un autor bastante leído en Francia.

P: ¿Valora España a sus literatos como se debiera?

R: Habría que preguntárselo a los ministros. Cuando legislas en función de valores que tienen más que ver con el negocio, los impuestos, con el dinero…, que con el valor intrínseco que un escritor puede aportar a la sociedad, haces un juicio de valor, dices en qué punto se encuentra la cultura en este país. Cuando cada gobierno lo primero que hace es reformular las leyes de Educación, ponemos blanco sobre negro qué importancia tiene la política educacional en este país. Creo que no se reconoce institucionalmente el valor intrínseco que escritores, pintores, músicos o cineastas aportan a la riqueza de este país.

P: Ahí está la chapuza gubernamental con el cuarto centenario de la muerte de Cervantes.

R: Compara este caso con lo que los ingleses están haciendo con Shakespeare. Mientras en Inglaterra o Francia se ponen en alza los valores culturales, aquí, lo único que interesa es si la tumba que encontraron era la de Cervantes para poner una plaquita.

P: Ese desprecio no es sólo institucional, sino también popular: hay gente que presume de no leer.

R: Eso es el resultado o la evidencia de una serie de políticas de desmenuzación de la cultura hasta convertirla en una especie de bien prescindible. Claro que hay gente así, porque entiende que el libro es una cosa inútil que no aporta nada. Cuando no se hacen políticas de fomento efectivas es porque no interesa tener un público crítico. El público crítico exige responsabilidad, y eso es la cultura democrática: la de ciudadanos formados capaces de ejercer su labor fiscal sobre el poder institucional. Pero todo eso viene a través de la educación y la cultura. Por eso es tan importante: no como mero entretenimiento, sino como forma de crear una conciencia colectiva de una sociedad. En Francia lo tienen clarísimo: la cultura es cosa del Estado; aquí no.

P: Ha dicho que, tras conseguir el Nadal, por fin ha conseguido ser –al menos, desde un punto de vista mediático- el "escritor que fue policía", dejando atrás al "policía que escribe". ¿Influyen en su mirada literaria los veinte años que fue Mosso d'Esquadra?

R: Claro, influye todo. Antes me decías: ¿cómo pasa un seminarista a ser policía? Mi etapa en el seminario también influye, por ejemplo, en la trascendencia. Todos mis personajes se cuestionan sobre el destino, la vida o la naturaleza del ser humano. Al final, todo lo que hacemos es una mezcolanza de lo que somos. Claro que hay una visión de mi trabajo como policía: desde el punto de vista de la desesperación y del dolor, pero también desde el punto de vista de la lealtad o la amistad. He tenido acceso a una parte de la realidad que la mayoría de la gente no ha tenido, y eso me da una riqueza.

P: Parafraseando a Quevedo, ¿es, para su literatura, el dolor un "afecto privilegiado"?

R: Sin duda. El dolor es una forma que, por contraste, nos recuerda que estamos vivos. Quien no siente dolor no vive, no se mueve. Venimos al mundo llorando. Nos dan un azote en el culo para que nos entre el aire. Y cuando la vida entra en nosotros, duele. Se está muy bien en la placenta, en ese espacio donde nada pasa. Cuando uno decide salir de la zona de confort para vivir se arriesga y sufre. Mis personajes aprovechan ese dolor. Lo quieran o no, lo tienen. Y lo que les queda es metabolizarlo y convertirlo en energía para salir adelante.

P: La construcción psicológica de los personajes de La víspera de casi todo es profunda, desesperada y negra. ¿Le ha jugado alguna mala pasada la empatía?

R: He empatizado muchísimo con ellos. Y esa empatía me ha provocado desgaste emocional y personal. En estos personajes hay mucha experiencia vital mía. De todas mis novelas, quizá esta sea la más íntima. Aunque tú conviertas en literatura la realidad para que llegue a otros, es inevitable hacer una reflexión sobre tu propia vida en función de lo que hagan tus personajes, y esta novela me ha obligado a ir muy abajo de los personajes, a quitar muchas capas de la cebolla. Al mismo tiempo, me las he quitado yo como escritor. Como ejercicio de reflexión está muy bien, pero si esa reflexión no la transformas en literatura, no sirve para nada. El esfuerzo para mí era: ¿cómo transformar algo que pueda interesar al lector una experiencia que a mí me interpela personalmente? Qué tipo de lenguaje, qué punto de vista elijo, qué personajes, qué voces…

P: Y el infierno se ubica en la Costa da Morte. ¿Qué le ofrecía este escenario?

R: Todos los personajes vienen de vidas pasadas que son fracasadas, de náufragos. Y Costa da Morte es tierra de náufragos. Además, todos ellos vienen de un mundo de luz, de Málaga, de Buenos Aires, de una vida más expansiva…, y van a parar a un universo cerrado. En Punta Caliente quería crear una especie de Macondo para recrear todas las vidas posibles. Y un universo cerrado marcado por la atmósfera: la Costa da Morte imprime mucho carácter a la novela, es la que marca el tempo espiritual de los personajes. Costa da Morte es un reflejo físico de cómo se sienten los personajes por dentro: náufragos esperando una tormenta.

P: Frente a los infiernos personales, a sus personajes les queda la pelea.

R: Rendirse está prohibido. Entonces, el dolor ganaría. Antes citabas a Quevedo. A mí me han llegado a decir que soy el "escritor del dolor". Pero sin resiliencia, el dolor vencería. Y la hipótesis que yo formulo en todas mis novelas es que el dolor no puede vencer. Te tiene que empujar, pero no aplastar. Todos mis personajes van a luchar. Otra cosa es que lo consigas.

P: En la novela se cuelan Cortázar, a Thomas Mann, Coetzee o, sobre todo, Juan Gelman. Ninguna de las menciones literarias ha sido casual, ¿verdad?

R: La literatura y la música me ayudan a dar coherencia a los personajes. Cuando menciono a Juan Gelman, no hago un ejercicio de gafapasta, sino que la poesía de Juan Gelman tiene una manera muy humana de hablar del dolor de la pérdida. Perdió a su nieto, a su hijo y a su nuera en la dictadura argentina y, sin embargo, su poesía no es de venganza, sino del dolor y, sobre todo, de la necesidad de seguir viviendo. También aparece el Ulises de James Joyce. Cuando Germinal Ibarra no sabe que quiere ser policía sino escritor y está en París con ese trauma porque no consigue entender muy bien lo que dice ese libro. O cuando Dolores está en su casa y quema La montaña mágica de Thomas Mann. ¿Por qué? Primero, es un homenaje a Vázquez Montalbán: Pepe Carvalho quemaba los libros en su casa de Pedralbes, y segundo, porque habla de un sanatorio, gente enferma… un universo cerrado con el que ella quiere romper.

P: El nombre de Germinal Ibarra tampoco es aleatorio.

R: Germinal es el personaje de Zola que encabeza las huelgas anarquistas del XIX. Al final fracasa, pero germina la semilla de la lucha de los que vendrán después a recoger el testigo. Mi Germinal lucha, pelea, parece que va a perder, que se va a suicidar, pero, ¿cuál es el final? Se va a su casa, abraza a su mujer…, está germinando una nueva vida. Además, el padre de Germinal es anarquista.

P: Finalizamos señalando que lo suyo es un no parar: acaba de recibir el Nadal y nos enteramos de que está trabajando en una nueva novela.

R: Sí, sobre el amor. Yo tengo muchas preguntas y quiero entenderlo todo. Soy un arrogante positivista que cree que todo debe tener una respuesta. Me obsesiona nuestra naturaleza, lo que somos. Entonces, todas mis novelas trata sobre lo que somos: nuestros sentimientos, emociones, inteligencia… Y siempre busco un prisma diferente. Esta vez, lo que me apetecía muchísimo era explorar el amor, y desde un punto de vista nada romántico: desde la tercera edad. Es un reto.

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