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Santiago Navajas

A España la inventó Cervantes

El Quijote es, en cierto grado, una novela de ideas escondida dentro de un paradójico libro de aventuras.

Según Ernst Jünger "a Alemania le faltó un Shakespeare que supiese representar sus visicitudes". En realidad, pocos pueblos han tenido la suerte de tener a un campeón literario que fuese capaz de sostener sobre sus hombres narrativos y poéticos el porvenir de toda una nación. Lo que fue Homero para Grecia lo fue, sin duda, Shakespeare para Inglaterra. Rusia tuvo a Tolstoi y Estados Unidos a Walt Whitman. Pero, como indicaba Jünger, otras naciones como Italia o Francia no han tenido a un escritor que fuese capaz de sintetizar en su obra la unidad de cierto carácter dentro del universal humano.

Harold Bloom va más allá y convierte a Shakespeare en el valedor no sólo de un pueblo sino de la humanidad entera. Sólo esa recopilación de geniales historias que es la Biblia cristiana puede competir con el genio de Avon en profundidad y delicadeza, en horror, alegría, crueldad, humor y piedad. En definitiva, en desentrañar la complejidad sublime, misteriosa, a la vez luminosa y tétrica, del alma humana, capaz de inventar desde el Arca de Noé hasta la Estrella de la Muerte.

Si Shakespeare creó la humanidad y, de refilón, a Inglaterra, Cervantes, no le fue a la zaga, aunque, más humilde e irónico que su homólogo británico, se propuso inventar España contra los propios españoles y, de paso, complementar al oscuro Hamlet, al tenebroso Yago, al siniestro Macbeth, al retorcido Ricardo III y el furioso Coriolano con el idealista Don Quijote y el festivo Sancho, para que la humanidad no fuese reducida a un macabro "cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada" sino que también se pudiese contar con un reverso luminoso de la misma, de manera que cupiese espacio para un futuro esperanzador. Cuatro siglos después, el humanismo optimista de Cervantes va venciendo al nihilismo pesimista de Shakespeare.

Como señala Andrés Trapiello, la novela de Cervantes es una puesta en ficción de lo que más de un siglo después los revolucionarios ilustrados convertirán en realidad: la defensa de la libertad, la igualdad y la solidaridad. Protoburgués, ese hidalgo rentista que lee novelas como evasión, se alía con un campesino para en condición de igualdad de trato, más amigo que escudero, ir a deshacer entuertos en nombre de una solidaridad que hermana a duques con palafreneros, a princesas con mancebas. El honor y la dignidad que defiende don Quijote no se para ante cuestiones de sangre ni de estatus social sino que trasciende divisiones de clase y de riqueza.

Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro. (1ª parte, capítulo XVIII)

Pero es la libertad el primero de los valores que reivindica don Quijote tanto por su voluntad de aventura que no reconoce fronteras ni prohibiciones,

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad. así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres" (2ª parte Capítulo LVIII)

La reivindicación que hace Cervantes de la libertad se produce en uno de los momentos más totalitarios de la historia de España. De Carlos I a Felipe III pasando por Felipe II, el lema de los Austria en su trato con los españoles que demostrasen tener algo de inquietud intelectual e innovación práctica podría haber sido "perseguidos y castigados con toda demostración y rigor, conforme a sus culpas", donde por "culpas" hay que entender el más mínimo espíritu crítico con respecto a los poderes fácticos. Con posterioridad a Cervantes, Quevedo tendría que padecer al Conde Duque de Olivares como anteriormente había conocido encarcelamiento fray Luis de León por quítame allá una traducción de la Biblia.

El genio filosófico de Cervantes -el Quijote es, en cierto grado, una novela de ideas escondida dentro de un paradójico libro de aventuras- consiste en sintetizar en una parrafada un tratado sistemático, continuando las reflexiones ensayísticas de Montaigne y anticipando el estilo aforístico de Nietzsche y Wittgenstein. El discurso de la libertad que mencionamos sigue así

Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!

En lo que es una prefiguración de lo que Isaiah Berlin denominará, en su pequeño ensayo Dos conceptos de libertad (1958), "libertad negativa" entendida como eliminación de cualquier coacción ilegítima sobre la voluntad de los individuos. Cervantes es muy sutil porque hace referencia a una coacción que no es evidente de suyo sino que se manifiesta como un tipo de violencia "invisible", por la presión social más que por la imposición estatal o de los poderes fácticos. Pero, por otra parte, también plantea Cervantes la cuestión de la "libertad positiva", la capacidad del individuo de controlarse a sí mismo, con el añadido, además, de tener en consideración ciertas condiciones materiales para que dicha autorrealización pueda ser posible,

Un poco después Cervantes usa el término "liberal" en el sentido de "liberalidad" como la virtud de la generosidad desinteresada.

—Este caballero también fue de los aventureros cristianos, y creo que fue más liberal que valiente, como lo puedes echar de ver, Sancho, en que está partiendo la capa con el pobre y le da la mitad.

Y como ha advertido anteriormente (2ª parte, capítulo VIII),

Dije virtudes, riquezas y liberalidades, porque el grande que fuere vicioso será vicioso grande, y el rico no liberal será un avaro mendigo.

lección que también ha de tener en cuenta el liberalismo contemporáneo, frecuentemente asociado a un egoísmo romo ya que la defensa de la meritocracia se hace muchas veces a costa del desprecio a los desfavorecidos.

Nabokov no tenía en mucho aprecio el Quijote porque le parecía un "libro cruel y rudo". El propio Cervantes parece darle la razón cuando Sancho se maravilla de la tranquilidad y el sosiego con el que va transcurriendo el capítulo

En verdad, señor nuestramo, que si esto que nos ha sucedido hoy se puede llamar aventura, ella ha sido de las más suaves y dulces que en todo el discurso de nuestra peregrinación nos ha sucedido: della habemos salido sin palos y sobresalto alguno, ni hemos echado mano a las espadas, ni hemos batido la tierra con los cuerpos, ni quedamos hambrientos. Bendito sea Dios, que tal me ha dejado ver con mis propios ojos.

No deja de ser paradójico de todos modos que Nabokov haga esa recriminación al libro español cuando él mismo es el autor del que es uno de los más terribles y espantosos finales, la mejor muestra para ejemplificar qué es eso de la crueldad literaria, en Barra siniestra. La crueldad, innegable, vertida por Cervantes, de todos modos, hay que comprenderla según la distinción que establecía Nietzsche entre "crueldad perversa" y "crueldad inocente". Es decir, aquella que se regodea en la violencia misma, de una forma insana y sádica, frente a la que, por el contrario, simplemente muestra, como en un espejo bruñido, la realidad del dolor en el mundo.

Novela de ideas como he señalado, de las setenta y ocho referencias que hay a España en el Quijote, en este capítulo, uno de los finales, es donde mejor, a fuer de irónicamente, se trata el problema más hondo de España, desde entonces y hasta casi nuestros días: el conflicto entre los que anhelan ver a España cerrada a cal y canto frente a las influencias extranjeras, de Felipe II y sus pragmáticas al "¡Que inventen ellos!" de Unamuno en referencia a la Modernidad y Europa, frente a los que como el propio Cervantes, y de ahí a Ortega y Gasset o nuestra actual entrada de pleno derecho en la Europa democrática y capitalista, defienden una España abierta y plural, además de tolerante. Y, de nuevo, la ironía.

Cervantes le explica a Sancho que Santiago, Patrón de España, se caracteriza por ser un "Matamoros" y que la identidad del país se fraguó en esa lucha entre los cristianos y los no cristianos, pero no debemos nunca de olvidar que el Quijote lo ha escrito, supuestamente, Cide Hamete Benengeli. ¡Un moro como autor del más grande libro español en mitad de una persecución brutal contra los moriscos que terminaría con su expulsión!

Por último, cabe en este extraordinario capítulo, limpio y profundo, una discusión sobre el amor en la que Cervantes replica a su modo el célebre poema de Lope de Vega

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso; (...)

En la descripción de los sentimientos por parte de Quijote de los sentimientos de Altisidora hacia él mismo.

El amor ni mira respetos ni guarda términos de razón en sus discursos, y tiene la misma condición que la muerte, que así acomete los altos alcázares de los reyes como las humildes chozas de los pastores, y cuando toma entera posesión de una alma, lo primero que hace es quitarle el temor y la vergüenza; y, así, sin ella declaró Altisidora sus deseos, que engendraron en mi pecho antes confusión que lástima.

Lo que le hace ganarse el desprecio insultante de Sancho en una retahíla de improperios a cuál más mortificante y hermoso

¡Hideputa, y qué corazón de mármol, qué entrañas de bronce y qué alma de argamasa!

Pero, a continuación, en un giro de guión tanto en la trama como en la forma, se convierte el libro de caballería "cruel y rudo" que no le gustaba a Nabokov en un ensayo de novela pastoril con la que fantaseará Alonso Quijano cuando renuncié a seguir encarnando a Don Quijote, entre el cansancio físico y el hastío vital, pero siempre sensible a la belleza, tanto física como, sobre todo, moral. No hay, sin embargo, oportunidad que deje pasar Don Quijote para ser loco o aparentar desquiciamiento porque entonces, y no podían dejar de aparecer en un libro tan indómita y fieramente español, una manada de toros bravos se lo llevan por delante como si fuera John Wayne en Río Rojo de Howard Hawks

El tropel de los toros bravos y el de los mansos cabestros, con la multitud de los vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a un lugar donde otro día habían de correrse, pasaron sobre don Quijote, y sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra, echándole a rodar por el suelo. Quedó molido Sancho, espantado don Quijote, aporreado el rucio y no muy católico Rocinante, pero en fin se levantaron todos, y don Quijote a gran priesa, tropezando aquí y cayendo allí, comenzó a correr tras la vacada, diciendo a voces:

—¡Deteneos y esperad, canalla malandrina, que un solo caballero os espera, el cual no tiene condición ni es de parecer de los que dicen que al enemigo que huye, hacerle la puente de plata!

Si sólo este capítulo del Quijote se salvara de uno de esos fuegos inquisitoriales que arruinaron el capital cultural español, y que todavía hoy tanto encandilan a los nacionalistas catalanes que alimentan con el papel de la Constitución la hogueras de la tribu, se podría calibrar toda la obra cervantina, ya que es un compendio de todas sus virtudes literarias y de su valor filosófico.

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