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Con Cela, sentados en cojines

Anecdotario al hilo del centenario del premio Nobel.

Anecdotario al hilo del centenario del premio Nobel.
Cela | Cordon Press

Cada cual que tratara a Camilo José Cela tendrá una retahíla de recuerdos, seguramente muy diferentes comparados entre sí, dada su poliédrica personalidad. El primero de los míos se centra en una tarde madrileña de mediados los años 60 cuando asistí al acto de presentación de Gavillas de fábulas sin amor, que llevaba textos del escritor gallego con dibujos que le había cedido especialmente Pablo Picasso. La velada ocurría en el edificio de una importante constructora, de la familia Huarte, sita en el paseo de la Castellana, que era la que financiaba por entonces la editorial Alfaguara, donde publicaba Cela.

Concluido el evento literario, al que habían concurrido más de cien personas a ojo de buen cubero, estos invitados se dirigieron al piso superior, donde tendría lugar un cóctel. Tuve la osadía en aquel salón de actos de dirigirme al escritor en demanda de una entrevista. Me miró con ojos inquisidores: "De acuerdo, pero si a las primeras de cambio así me lo parece, se acabarán las preguntas".

Sólo estábamos en aquella dependencia él y yo, en tanto, repito, los asistentes tomaban unas copas en espera, seguro, de entablar saludos y parabienes con el protagonista de la reunión. No había silla alguna donde sentarnos. Divisé un par de cojines, le propuse a Cela aposentarnos sobre ellos, asintió, y quedamos ambos prácticamente en el suelo, como en una jaima del desierto. Lástima que ningún fotógrafo tomara imágenes de aquella escena, irrepetible, inolvidable para mí. Así estuvimos cerca de media hora, tiempo durante el que mi ilustre interlocutor me dijo lo siguiente, que naturalmente condenso aquí por razones de espacio:

Mira usted, yo soy un escritor y un vagabundo; no sabría decir si más lo uno que lo otro, lo de viajero. Y no, nunca escribo cuando viajo, tomo notas, simplemente. ¿Que si estoy de vuelta ya de muchas cosas? ¡Yo que sé…! Fíjese, mi abuela murió a los ciento dos años. Pues, bien, a los noventa y dos llamó a un dentista y le dijo que se le había roto un puente y deseaba que le pusiera otro ¡para toda la vida! Aguantó diez años más. Y eso que me sugiere usted de si soy un clásico de la Literatura, verá… Es difícil catalogarme, yo mismo no creo en las etiquetas. Me preguntan a menudo, usted también, qué es lo que preparo. Secreto del sumario, no lo digo nunca. Si sale con barba, San Antón y, si no, la Purísima. Escribo mucho, trabajo todo el día y hasta tengo muchas cuartillas en mis cajones que a lo peor nunca se publicarán. No creo en las planificaciones de trabajo para escribir un libro, una novela. ¿Y sobre Picasso, que si hablamos de dinero para que colaborara en 'Gavillas de fábulas sin amor'? Si se habla de asuntos económicos entre artistas está uno perdido, no saldríamos de pobres. En el arte, el dinero llega solo. ¿Los libros míos que prefiero? No sabría decirle, pero apunte que 'La familia de Pascual Duarte' y 'La colmena'.

Nos levantamos de nuestros incomodísimos asientos. Camilo José Cela me dio una lección de generosidad, siendo yo un aprendiz de periodista, atendiéndome sin mostrar prisa alguna, cuando era consciente de que le esperaban más de un centenar de invitados. Me pagaron cuarenta duros por aquella entrevista (poco más de un euro actual). La hubiera publicado gratis. Años más tarde. Cuando presentaba su novela Oficio de tinieblas 5, año 1973, volvimos a conversar. Escribía siempre con pluma estilográfica: "Encima, no sé cargarla y la mojo constantemente en el tintero". Saqué a colación la famosa frase de Larra "escribir en España es llorar" (aunque lo que escribiera en realidad Fígaro fuera Madrid), a lo que Cela, siempre rápido en responder, comentó:

Yo no lloro cuando escribo; me cabreo, que no es lo mismo. Dice usted que si este último libro mío es una novela. No, no lo es, sino una purga de mi corazón. La novela no es sino una forma de muerte, ni mejor que pueda ser el cáncer, el veronal, el infarto de miocardio o el tiro en la sien. Y el escritor, ¿qué es? Como un chivo expiatorio, más que un verdugo. Que lucha siempre contra su propia salud: o el hombre mata a la obra o la obra al hombre.

Acerca de Oficio de tinieblas 5, donde escribió de corrido, sin comas, me contó:

La redacté en muy duras condiciones. Me hice previamente con un biombo negro y mate que coloqué en mi despacho, y allí estuve encerrado ocho meses como si permaneciera en un ataúd. Un psiquiatra al que consulté me dijo al saberlo que si no había terminado yo en un manicomio podía estar tranquilo, pues ya no iría nunca a ninguno. Porque durante ese tiempo no quise tener contacto alguno con el exterior. No dormía, me levantaba sobresaltado a las cinco de la madrugada, descansaba en soledad sobre una cama turca. Salí bien de aquel túnel, pero fue una dramática experiencia.

Vivió varios años el futuro premio Nobel en Palma de Mallorca, tras dejar su lujoso piso en el edificio madrileño de Torres Blancas, buscando la tranquilidad que no hallaba en la gran capital, de ahí que se radicara en la isla de la Calma, en una zona de la Bonanova conocida como Son Armadans, nombre que escogió para su añorada revista literaria Papeles de Son Armadans. En la primavera de 1975 volvió a Madrid. Durante un almuerzo en torno a un cocino madrileño que se zampó con su buen apetito de siempre, diría: "Sépase que soy un animal agradecido, bailo al son que me tocan y no suelo dar coces, a pesar de lo que dicen".

Nunca fue partidario de dar conferencias, aunque en los últimos años de su vida pronunció unas cuantas, pagadas a precio de oro: "Con harta frecuencia son una tabarra tediosa –admitió-, vamos, un coñazo como se dice. Suelen interesar sólo a quienes las pronuncian y a sus familiares más próximos. Yo no asisto nada más que a las mías, ¡bien lo saben los clementes dioses!, y eso porque no tengo otro remedio ni supe hallar mejor remedio y más oportuna solución".

Repaso mis archivos y encuentro otras entrevistas que mantuve con Cela. Una de ellas muy divertida, acerca de una enciclopedia que dirigió sobre el erotismo, en la que me confió cuándo perdió la virginidad. En otra ocasión, el tema giró en torno a su novela Rol de cornudos. Pueden imaginar que allí se recreó con chanzas de todas clases, no desprovistas de eruditas citas y definiciones, como en el caso asimismo en torno a Eros. Y de ello y de otras ocurrencias, como de un almuerzo donde nos contó sus experiencias tras recibir el premio Nobel en Estocolmo confío pueda escribirles otro artículo en próxima ocasión.

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