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Por qué Karl Ove Knausgård es el primer 'gran escritor' del siglo XXI

En Bailando en la oscuridad (Anagrama, 2016), el noruego nos cuenta cómo le fue la vida entre los dieciséis y los dieciocho años.

En Bailando en la oscuridad (Anagrama, 2016), el noruego nos cuenta cómo le fue la vida entre los dieciséis y los dieciocho años.

Si lo desconoce, apúntese el lector que ame la literatura salvaje y sin destilar, con mayúsculas, el nombre de Karl Ove Knausgård (Oslo, 1968). Que empiece por cualquiera de las cuatro partes que han llegado a las librerías patrias –en total son seis pero, en España, hasta los libros llegan tarde- de Mi lucha, su magnum opus, y, ante un posible vértigo cuantitativo –pongamos que, de media, cada libro supera las 500 páginas-, que arranque, por su frescura, su bullicio y su nervio, con la cuarta, de nombre springstiano: Bailando en la oscuridad (Anagrama, 2016).

A Knausgård se le odia o se le ama, pero nunca deja tibio. Por un lado, están los que, como Salman Rushdie, le acusan de fabricar una "autoficción que consiste en contar cómo lavas la ropa"; por otro, los que, como señala The New York Times Book Review, se preguntan "por qué leer una novela noruega de 3.600 páginas en seis volúmenes sobre un hombre" que escribe sobre sí mismo, y responden: "Es tan buena que quita el aliento, y, por tanto, no podréis parar, y tampoco querréis".

Quien escribe esta reseña pertenece al segundo grupo. Lo que exhibe Knausgård en Mi lucha es un despiece verdadero –otra cosa es que sea real; ¿acaso interesa?- e integral de su vida. Una vida humanísima, corriente, sin épica ni demasiado espectáculo. La –presunta- exposición personal es tan íntima, milimétrica y extrema como sublime y, de hecho, más de un problema personal con familiares y amigos le ha generado. Mi lucha no es un tesauro mastodóntico de cotilleos en primera persona, sino el último ochomil de la literatura del yo, la revisión más actualizada y genial de esa escuela intangible que arrancó con Montaigne y de la que, entre otros, formaron parte Knut Hamsun, Marcel Proust, Henry Miller o Francisco Umbral.

En una entrevista, José Hierro declaró que "hay tanta poesía en Dios como en un vaso roto, la cuestión está en el cómo y no en el qué". En el manejo del cómo, Knausgård es un maestro. Sus textos carecen de florituras: el lirismo empleado es raquítico y las metáforas son bastante justas. Se le compara con Proust en el sentido de que, tanto el noruego como el francés, han contado sus vidas en un gran despliegue literario, pero las prosas de uno y otro no tienen nada que ver. Lo que Knausgård domina es el arte de escribir de un modo brillante y sencillo. No es el estilo telegráfico de Scott Fitzgerald: va más allá del uno más uno son dos, las piezas encajan con un magnífico lubricante literario. Su fluidez es brutal. Como el Blonde on Blonde de Bob Dylan, las novelas de Mi lucha parecen fabricadas con mercurio.

En Bailando en la oscuridad, Knausgård cuenta cómo le fue la vida entre los dieciséis y los dieciocho años. Pese a su particularismo, el libro se lee como un tratado universal –y, a la vez, tan exclusivo- de la adolescencia, y abarca la construcción de la personalidad adulta, el descubrimiento del alcohol, el maremoto hormonal, las ganas urgentes de acostarse con una chica, los enésimos intentos frustrados, el sueño perseguido, la aparente independencia, el primer empleo. El pieza de su padre –más información, en las anteriores novelas- rehace su vida con una nueva mujer y se convierte en alcohólico, mientras su madre –que, como personaje, cobra mayor importancia que en los volúmenes previos-, más pobre y prudente, aconseja al niño, que le ha salido borracho, rebelde y trabajador, y hace malabares para llegar a fin de mes.

Por su parte, el joven Knausgård marcha a un pueblo del norte para ejercer de profesor sin título –por lo visto, así funcionaban en los colegios noruegos de los ochenta- y, entre jovencitas de sexualidad incipiente y borracheras infernales, da sus primeros pasos como aspirante a escritor profesional. Con ganas, con dudas y, a veces, con rabia. Así, después de mostrar un texto a su hermano mayor y sentirse minusvalorado, escribe: "Yo le mostraría a todo ese jodido mundo de mierda quién era yo y de qué estaba hecho. Aplastaría a cada uno de esos cabrones. Los dejaría a todos mudos. Claro que lo haría. (…) Tendría que hacerme grande. Era completamente necesario. De lo contrario, ya podía suicidarme".

Finalizo señalando que si el lector conecta con Mi lucha en general y con Bailando en la oscuridad en particular, se topará con grandes dosis de empatía. El noruego convierte al lector en un confidente, en un camarada. Y es muy difícil, por no decir inhumano, no comprender o no verse reflejado en, al menos, una docena de situaciones de las que plantea. Todos hemos pasado por ellas. Sin embargo, sólo el autor noruego posee el talento de contarlas así. Por eso, como escribió Enrique de Hériz en El Periódico, se ha convertido en "la primera gran catedral literaria del siglo XXI".

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