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Adrià Pérez Martí

Las enseñanzas vitales de 'El libro de la selva'

La serie de relatos escritos por Rudyard Kipling es una de esas obras para niños que puede tener más de una lectura para los adultos.

El libro de la selva, la serie de relatos escritos por Rudyard Kipling y cuya última adaptación a las pantallas todavía puede verse en los cines, es una de esas novelas para niños que puede tener más de una lectura para los adultos y una variedad de temas que extraer, especialmente los protagonizados por Mowgli (ocho de los quince relatos).

Efectivamente, el lector encontrará aventuras de un niño en la selva con animales hablantes. Sí. Pero también sentirá desde el primer momento que lo que parece un cuento infantil está atravesado de una dureza que incorpora en el asiento al lector adulto, permitiéndole experimentar las consecuencias, buenas y malas, de vivir. La muerte y la supervivencia, el peligro y la responsabilidad, la ingratitud y la amistad, el rechazo y la guía, e incluso cómo debería mejorarse la educación de nuestros hijos con ciertas ideas pedagógicas de interés, son algunos de los temas que encontramos en el libro.

La muerte y las decisiones

Desde el primer momento sentimos la amenaza de la muerte, es en realidad una protagonista más. Primero, cuando Mowgli es un bebé, en forma de Shere Khan, el tigre obsesionado en matarle y lleno de un odio autodestructivo, que será doblegado por su ingenio y arrojo. La amenaza de muerte va ligada a la responsabilidad, incentiva a Mowgli a protegerse, prepararse y planificar, no sin ayuda, para enfrentarse a esa amenaza.
También encontramos la muerte a través de la supervivencia. No sólo debe proveerse alimentos, incluso bajo una extrema sequía, sino también lidiar con todo el ecosistema selvático: especies variadas y potencialmente mortíferas para él, que muestran su dureza de manera habitual (a la mínima muestra de debilidad, el jefe de la manada de lobos será aniquilado por los suyos, sólo pudiéndolo impedir Mowgli). Reglas diversas que han de respetarse, incluyendo la compleja y peligrosa relación con los humanos. Es fácil realizar un paralelismo entre toda esa lucha por la supervivencia, contra la muerte, en un entorno complejo con la toma de decisiones en la vida real y la asunción de sus consecuencias.

Pedagogía

El Libro también contiene interesantes ideas pedagógicas sobre el aprendizaje de Mowgli. El sabio Baloo ocuparía el rol de maestro convencional, que sirve para transmitir cierta información de utilidad. Pero es otro tipo de aprendizaje el que ayuda a forjar la personalidad de Mowgli, una metodología que hoy en día estaría más cercana a pedagogías innovadoras como el Aprendizaje Basado en Proyectos, o en general, todas aquellas orientadas al aprendizaje usando los propios intereses, enfocadas desde el primer momento en la práctica, en donde el niño debe planificar, investigar a través de la propia motivación y el ejercicio de la propia responsabilidad desde edades tempranas.

Todo lo cual se observa en la propia evolución de Mowgli, magníficamente narrado por Kipling: gana seguridad en sí mismo, no es apocado ni timorato, usa la imaginación y creatividad para planificar. Destaca el plan que traza, junto a la siempre perturbadora serpiente Kaa, para derrotar a la temida jauría de perros jaros que amenaza con la destrucción. Gana en iniciativa y observación crítica, como se aprecia durante sus episodios en la aldea, en donde cala al charlatán del pueblo que pasa por ser el sabio, detecta las conductas indolentes y malintencionadas de sus habitantes, y en donde, además, hace un valioso ejercicio de inteligente adaptación al medio en relación con su propia conducta y su fuerza (mucho más desarrollada que los hombre y niños de la aldea).

La dureza

La dureza se percibe en todas las aventuras, no sólo desde el momento en que se acepta ver a la muerte y a los peligros de frente, sino también cuando recibe la ingratitud de la manada o el rechazo de los humanos. Uno nunca puede estar del todo a gusto y confiado, siempre hay un golpe, físico o psicológico, que rompe esa aparente seguridad. Un estado de alerta que, desgraciadamente, parece que sólo nos lo recuerden en la actualidad acontecimientos trágicos (terrorismo, accidentes o enfermedad), pero que quizá debería tenerse siempre presente y no sólo en el ámbito de la seguridad física, también en nuestras libertades y en las desequilibradas relaciones que tiene la sociedad con el poder político constituido.

Ese estado de alerta o concentración repercute también en la conducta de Mowgli, apela a su responsabilidad y entrena una recia determinación. Como cuando lidera la lucha contra una jauría de varios centenares de perros, o se adentra en la cueva de la cobra gigante de Capucha Blanca y conversa con ella, con aparente tranquilidad e incluso dándole la espalda, sabiendo, y habiéndose dicho, que en cuanto termine la cobra le matará. Sabe del riesgo, pero también sabe gestionarlo.

Una autogestión, quizá una inteligencia emocional, que hace que asuma con sorprendente naturalidad esas situaciones difíciles, tanto que incluso se sonríe con desprecio cuando recibe una pedrada de la turba que le expulsa de la aldea, o las risas y bailes cuando mata y desuella a Shere Khan. Dureza que puede llegar a coquetear con el odio, como se aprecia cuando responde a la agresión perpetrada contra sus queridos padres adoptivos, sentenciados a muerte por el pueblo para, en el fondo, redistribuirse sus tierras. Es entonces cuando Mowgli lanza la selva sobre el poblado, animales de todas las especies y de todos los rincones arrasan la aldea bajo sus órdenes (a través del elefante Hathi) y sus habitantes deben huir.

Una gran amistad... con caducidad

En la selva también encontramos la verdadera amistad. Los animales le acogen, le dan afecto y reconocen sus cualidades. Le guían y arriesgan sus vidas por él. Baloo, el sabio, es su duro maestro que le dicta la Ley de la Selva o las palabras mágicas de cada especie (la selva tiene una diversidad y mitología que llega a recordar lejanamente a la de El Señor de los Anillos o a algunos cuentos de Borges). La pantera Bagheera es su amiga inseparable, suele estar con él, le aconseja, es la voz de su conciencia, le enseña con astucia y en la práctica.

Capítulo aparte merece Kaa. Tan enigmática y propia, que parece que siempre haga una excepción con Mowgli y aparte su carácter letal. Capaz de hipnotizar con su danza de la muerte a cualquier animal antes de comérselos, sobre todo monos. Uno de los animales más antiguos del lugar, al que Mowgli pide consejo y guía más de una vez, aunque nunca sepa el lector si más bien no terminará por enroscarse demasiado en el indefenso niño. Al final, se la juega más de una vez por el pequeño humano.

Todo lo contrario que los Bandar-log, los monos que secuestran a Mowgli, que representan la masa, la inexistencia del individuo, del propósito o la voluntad, la falta de proyecto vital. Se siguen unos a otros como borregos, no tienen estabilidad de ningún tipo, y quizá por eso carezcan de leyes.

Sin embargo, su gran amiga Bagheera, tan elegante, temida y prudente, no sólo simboliza la amistad sino la sumisión de los animales, de la selva, al joven Mowgli ("Hay ahora en la selva algo más que su Ley, Baloo", dice Bagheera). Nos recuerda que nuestro protagonista no es de ese mundo, no pertenece a él. Y por eso, va creciendo la intuición conforme se lee, que la amistad, la tutela y la hermandad, un día tocarán a su fin. Esa es otra forma de soledad, un tema recurrente en la literatura, que Mowgli siente por no pertenecer a ningún mundo, ni el humano ni el salvaje. Un proceso que solo tiene una solución: marcharse del lugar donde se crió y despedirse de sus entrañables amigos que tanto le han enseñado y ayudado. Y, como no podía ser de otro modo, incluso en la nostálgica despedida con canciones, continúan mostrando su amistad y dándole consejos.

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