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Elías Cohen

El superhéroe sobre el tejado

Los dibujantes y guionistas han plasmado su cultura, su contexto histórico, sus inquietudes, sus miedos y sus deseos en los cómics. Es un hecho documentado que la mayoría beben de una misma fuente: el pueblo judío.

Los dibujantes y guionistas han plasmado su cultura, su contexto histórico, sus inquietudes, sus miedos y sus deseos en los cómics. Es un hecho documentado que la mayoría beben de una misma fuente: el pueblo judío.
Portada del cómic | Wikipedia

Los individuos altruistas de capa, máscara y mallas, ya sea en solitario o cuando se juntan ante una amenaza mayor, son ahora los reyes de la taquilla mundial y del merchandising, erigiéndose como poderosas máquinas de hacer ingentes cantidades de dinero año tras año. La facturación total de todas las películas de superhéroes hasta la fecha da vértigo: 15,983,994,248 de dólares americanos actuales. Ambas compañías, DC y Marvel, las más icónicas y legendarias, pero no las únicas que tienen como producto a los superhéroes, han conquistado también la pequeña pantalla y hoy contamos con, al menos, 8 series en activo.

Aquellos que de pequeños llenamos nuestro cuarto de muñecos, figuritas y pósters de superhéroes, o que, cuando lucíamos acné, camuflábamos nuestros cómics dentro de libros de texto para evitar miradas burlonas en el recreo o en el autobús -y de forma similar en la universidad- caminamos ahora con el pecho hinchado por los pasillos de una sala de cine, como legionarios romanos desfilando en un triunfo por la ciudad eterna.

No es para menos. Los valores que transmitían las tiras llenas de colores, bocadillos e interjecciones son hoy tendencia: luchar por lo que uno cree, no rendirse ante las adversidades, adaptarse a las circunstancias o ayudar al prójimo sin esperar recibir nada a cambio, y demás actitudes que ostentan nuestros héroes, suponen ejemplos máximos de comportamiento y actuación para nuestras vidas. Así, Mark

Millar, uno de los genios actuales del género, se preguntaba en una de sus obras más transgresoras, Kick Ass, por qué nadie quería ser Spiderman; y en el epílogo nos acababa advirtiendo que los necesarios son los héroes de carne y hueso, los cotidianos -"sólo queríamos hacer un mundo mejor" clama su héroe, Dave Lizewski, escupiendo sangre, cuando está a punto de ser derrotado por su archienemigo en la segunda entrega. Y ése es el universo de los superhéroes: un mundo acosado por villanos dotados de poderes inimaginablemente devastadores, pero en donde esconderse ante el mal no es una opción.

Todos los héroes, ya sean los ucrónicos y revisionistas de Watchmen, los atormentados Batman o Lobezno, o los impolutos Superman o Capitán América, despiertan una fascinación en el mundo de hoy que no conoce límites. Atrapados por la máquina comercial, en muchas ocasiones, como

nos recuerda el denostado Knight Shyamalan en su inmensa El Protegido, estos arquetipos de la cultura popular son representaciones de la realidad humana. Al igual que las primeras pintadas en Atapuerca, o los jeroglíficos del Antiguo Egipto, los dibujantes y guionistas han plasmado su cultura, su contexto histórico, sus inquietudes, sus miedos y sus deseos en los cómics.

En este sentido, la mayoría beben de una misma fuente: el pueblo judío. Y esto no es una estrategia del lobby sionista internacional para seguir dominando el mundo -dicho así, parece que el lobby es el villano de un cómic- sino un hecho documentado, constatado e innegable. En 2008, el escritor Arie Kaplan publicó el libro From Krakow to Krypton: Jews and Comic Books (De Cracovia a Criptón: los judíos y los cómics) en el que narra cómo descendientes de emigrantes judíos europeos idearon, desarrollaron y vendieron como rosquillas, las historias de cómics que hoy han colonizado las salas de cine. Exacto, los judíos no sólo crearon Hollywood, también Marvel y DC y todos sus personajes multimillonarios.

La proporción de judíos en la creación de historias exitosas de superhéroes y villanos desborda cualquier cuota intervencionista para luchar contra la discriminación. En palabras de Kaplan, los orígenes del cómic respondieron a una razón similar a los orígenes de Hollywood:

" [...] al igual que los directores, productores y ejecutivos judíos que enfrentaron el antisemitismo en otras industrias y por eso crearon una propia [...]".

Y es así como un vendedor de chucherías en paro llamado Maxwell Charles "MC" Gaines (Max Ginzberg) llevó a cabo una brillante idea: si le gustaba tanto leer las viejas tiras cómicas en los periódicos como Joe Palooka, Mutt y Jeff, y Hairbredth Harry, tal vez también le gustaría al resto de América. Gaines y su colega Harry L. Wildenberg publicaron en febrero de 1934 Famous Funnies # 1, el primer cómic estadounidense.

Después de MC Gaines y Wildenberg, otros de sus correligionarios llevarían a los cómics a las edades de oro y de plata. Martin Goodman, descendiente de judíos lituanos, fundó en 1939 Timely Comics que en 1961 pasaría a llamarse, -de la mano de los guionistas y dibujantes Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko- Marvel Comics-, y Harry Donenfeld, nacido en Rumanía y Jack Liebowitz, nacido en Ucrania, lanzaron junto a Malcolm Wheeler-Nicholson en otoño de 1934, tras el éxito de Famous Funnies, la editorial National Allied Publications, que dos años después se convertiría en Detective Comics (DC).

Stan Lee (Stanley Martin Lieber) -a quien le deseamos que viva más años que Matusalén- y Jack Kirby (Jacob Kurtzberg) son los responsables de los X-Men, de Los 4 Fantásticos, de Hulk, de Los Vengadores o de Spiderman -el anterior Peter Parker, Andrew Garfield, no dudó en declarar que el trepamuros de New York era judío- entre otros. De las mentes de Bob Kane (Robert Kahn) y Bill Finger (Milton Finger) surgió Batman. Joe (Joseph) Shuster y Jerry (Jerome) Siegel concibieron al más grande de todos los superhéroes: Superman. Will Eisner, es el autor de The Spirit, y los Óscar de los cómics llevan su apellido: los premios Eisner.

El origen de todos ellos y el argumento de sus obras no son independientes. En las historias más conocidas de los cómics de superhéroes repletas de épica y aventuras que asombraron al público norteamericano, y posteriormente al occidental, convirtiéndose en uno de los iconos mastodónticos de la cultura popular, están impresos los mitos, las esperanzas, los anhelos y las fobias de un pueblo nómada y perseguido que hizo de la expresión erudita y filosófica su patria durante la Diáspora.

A este respecto, Superman es el mesías, el salvador incorruptible que vendrá a rescatar al pueblo y a defender la verdad y la justicia. Su nacimiento y su viaje a la Tierra tras la destrucción de su planeta Criptón en una pequeña nave espacial, como Moisés lo estuvo en una pequeña cesta, evoca claramente al Éxodo. Hulk es el Golem, la criatura creada por los hechizos de un rabino cabalista, Judah Loew, conocido como el Maharal, para defender a los judíos del gueto de Praga de los constantes pogromos. Spiderman es el Woody Allen de los superhéroes, gracioso, neurótico, de apariencia débil: el modelo de cómico judío urbanita que tantas veces hemos visto durante el siglo XX. Chris Claremont, uno de los padres de la franquicia mutante, dijo hace unos años en el New York Magazine que la historia de amistad y enemistad entre el profesor Charles Xavier y Magneto era un eco de la que profesaban David Ben Gurion y Menahem Begin. X-Men es, ciertamente, una alegoría sobre el antisemitismo y las formas que los judíos han tenido de afrontarlo.

Ya en nuestros días, cuando nuestros queridísimos héroes pasaron a la gran pantalla de forma masiva, los judíos también estaban allí. Antes tuvimos a Batman o a Superman -dirigidas las dos primeras partes por el judío Richard Donner- e intentos como El Castigador (1989), Capitán América (1991) no proliferaron. Bryan Singer, quien empezó esta locura en el celuloide con la primera de los mutantes en el año 2000 -también dirigió la incomprendida Superman Returns en 2006- señaló que si no fuera judío no habría sido capaz de hacer una película como X-Men, porque el tema central es la intolerancia al diferente. Sam Raimi dirigió la primera trilogía de Spiderman y Jon Favreau las dos primeras de Iron Man. Detrás del objetivo de lanzar a los superhéroes al cine están los israelíes Avi Arad e Isaac "Ike" Perlmutter, quienes crearon en 1996 Marvel Studios.

Sí, los superhéroes más famosos son judíos. Son la traducción artística de dos mil años de pueblo errante envuelto en la protección de sus libros sagrados, de la forma de mantener el equilibrio ante las dificultades mediante la tradición -al decir de Teivel en la inolvidable El violinista sobre el tejado- de la esperanza de un mundo nuevo, del mito del mesías, del Golem, del precepto de amar a tu prójimo como a tí mismo propio de la escuela del Rabino Hillel, de la redención final tras el sufrimiento, de los milagros.

En una de las mejores, y más impactantes, películas sobre el fenómeno judío en el mundo actual, El Creyente, de Henry Bean, su protagonista nos dice que el mundo moderno es una enfermedad judía. Es cierto. Y los superhéroes son el virus más poderoso.

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