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'Siete Evas', de Neal Stephenson: ¿qué pasaría si la luna estallara?

Para los aficionados a la ciencia ficción, la última novela del autor estadounidense merece la pena.

Para los aficionados a la ciencia ficción, la última novela del autor estadounidense merece la pena.
La luna | David Alonso

Cuando se piensa en las mejores primeras frases de la historia de la literatura nos vienen a la cabeza innumerables clásicos, desde Don Quijote hasta Historia de dos ciudades. O, si no nos limitamos a la ficción, el impactante comienzo de El conocimiento inútil de Jean François Revel: "La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira". Pero no cabe duda de que, al menos para los aficionados a la ciencia ficción, la última novela de Neal Stephenson merece entrar en ese selecto club.

La luna estalló sin aviso previo ni razón aparente.

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En varios de los ensayos con los que Isaac Asimov clasificó las diversas formas de escribir narraciones de este género, explicó que muchos relatos y novelas de ciencia ficción podían considerarse como la respuesta a la pregunta "¿Qué pasaría si...?". Pocas novelas se ajustan más fácilmente a este patrón que Siete Evas, que en esa primera frase ya plantea qué va en esos puntos suspensivos y luego dedica sus extensas 825 páginas a contestarla. Las consecuencias de ese estallido son sencillas: la Tierra va a sufrir dentro de aproximadamente dos años la caída de un número tal de restos de la Luna que la convertirán en un infierno inhabitable durante milenios. La única esperanza de la humanidad es trabajar durante el poco tiempo que le queda para equipar a una pequeña expedición que pueda sobrevivir ese tiempo en el espacio, conservar el legado genético, tecnológico y cultural de los hombres y, eventualmente, volver a repoblar nuestro planeta.

Se podrían escribir muchas novelas con esta premisa, pero Stephenson ha preferido poner el foco en la Estación Espacial Internacional (Izzy para los amigos) y los esfuerzos de sus científicos e ingenieros antes que ponerse lacrimógeno con el destino de siete mil millones de seres humanos o preocuparse por las consecuencias sociales y políticas de tener un fin del mundo a dos años vista. Es en definitiva ciencia ficción dura, como la podrían haber escrito Clarke, Heinlein o Asimov o, por ponernos más cercanos, el Andy Weir de El marciano, pero sin su sentido del humor. Muy centrado en las tecnologías, los problemas prácticos del Arca Nube que permitirá a unos pocos sobrevivir y cómo los solucionan. Parando la narración a lo Melville cuando lo ve necesario para explicar mecánica orbital, o el funcionamiento de un traje espacial sui generis al que llama luk, cebolla en ruso.

La ciencia ficción dejó de ser hace décadas el género escrito por ingenieros para ser leído por futuros ingenieros. Pero los que crecimos leyendo precisamente esas viejas historias de la época clásica de los años 40 y 50, nos resulta refrescante volver de vez en cuando. Y Neal Stephenson hace un trabajo excelente. Se nota no sólo que es físico, sino que ha investigado un buen montón de tecnologías que aún no están entre nosotros pero pueden no tardar mucho en hacerlo. Ya ha demostrado ser buen narrador y aquí lo hace de nuevo, engarzando con habilidad un buen montón de ciencia y tecnología con una historia que te atrapa y te impide dejar de leer hasta que llegas, más o menos, a los dos tercios de la novela.

Sin desvelar ningún detalle, sí que hay que explicar que llegado a ese punto la novela que has estado leyendo termina y empieza otra distinta, naturalmente relacionada con la primera, pero completamente diferente, con otros personajes, otro tiempo y otro lugar. Algo realmente arriesgado y peligroso en cualquier tipo de narración, pero que puede funcionar si consigue engancharte de nuevo y darle a todo un cierto sentido unitario. Cántico por Leibowitz lo logra. Honestamente, creo que Siete Evas no.

Y no lo hace porque esa última parte incluye casi la misma cantidad de porno científico y tecnológico que las dos primeras, pero descuida más los personajes, la historia y, sobre todo, carece casi por completo de los pasajes realmente emocionantes que habíamos disfrutado hasta entonces. Es una pena, porque podría haber publicado dos novelas distintas, la primera tal cual está y la segunda con algo más de espacio para esos pequeños detalluelos y seguramente hubieran funcionando muy bien las dos. Así, tal y como ha quedado, deja una cierta frustración que no he vivido con obras suyas como Reamde mucho menos ambiciosas y trabajadas, pero que al final parecen más redondas. Debe ser que Stephenson ya no se siente capaz de publicar nada que no supere las 800 páginas y dos novelas de 600 le hubieran parecido un anatema.

En cualquier caso, tampoco deberíamos quedarnos sólo con eso. Sí, es cierto que el último tercio deja con cierto mal sabor de boca, pero no tanto porque sea malo, sino porque los dos tercios anteriores son extraordinarios y merecen mucho la pena. Sobre todo si, como yo, echas de menos cierta dosis de ciencia ficción dura de vez en cuando.

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