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Cristina Losada

Cuando Harry Potter entra en política

El peligro de meter a Harry Potter en política, como hacen los progresistas barriendo para casa, es que la alegoría te puede salir por la culata.

El peligro de meter a Harry Potter en política, como hacen los progresistas barriendo para casa, es que la alegoría te puede salir por la culata.
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Acaba de ser el 20 aniversario de la publicación de Harry Potter y la piedra filosofal. Fue el primer libro de una serie que atrajo a millones de lectores y batió récords de ventas. Uno de los logros reconocidos de los libros de J. K. Rowling fue que despertaron el interés por la lectura en muchos niños y adolescentes. Yo leí algunos de ellos, igual que hicieron otros adultos. Me gustaron. Pero no vengo para hacer una crítica literaria. No es mi oficio. Lo que me ha llamado a entrar en materia potteriana son las alegorías políticas que inspira la obra.

La propia autora ha contribuido a los paralelismos entre sus libros y la política. Así, cuando dijo que el tío de Harry, odioso personaje que responde por el nombre de Vernon Dorsley, habría votado a favor del Brexit en el referéndum. O que Lord Voldemort, el mago siniestro que es el súper malo de la serie, no era tan malo como Trump. Quizá no haya que tomar del todo en serio las cosas que se ponen en Twitter, pero las analogías entre personajes de la serie y políticos del momento se hacen con frecuencia. Comparar a Trump con Voldemort es común en el mundo anglosajón.

Estos días, justo en el aniversario, Hillary Clinton dijo que hay estudios que demuestran que los niños que leen Harry Potter son más comprensivos con inmigrantes, refugiados y miembros de la comunidad LGTB. Una encuesta de YouGov entre los fans de la serie arrojó el resultado de que Jeremy Corbyn pertenecería a la casa de Gryffindor y Theresa May a la casa de Slytherin. Recordatorio: en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería que es escenario principal de la serie, los alumnos son seleccionados para cuatro casas. El líder laborista pertenecería a la de los mejores, a la casa donde está Harry, y la primera ministra conservadora, a la de los (moralmente) peores: la casa donde está el detestable Draco Malfoy.

Por resumir todo esto: los libros de Harry Potter semejan tener un sesgo progresista,o al menos quienes se identifican así extraen de ellos enseñanzas afines a su tendencia política. El problema que tienen estas interpretaciones es que olvidan el otro mundo, el mundo periférico que aparece en la serie: el de los muggles. Esto lo decía el columnista Ross Douthat. Pero aclaremos quiénes son los muggles. Son las personas sin habilidades mágicas, las que pueblan el mundo no mágico. Son la gente común y corriente, poco dada a creer en magos, que lleva vidas incomparablemente menos atractivas que quienes han nacido con el don de la magia.

El prototipo de muggle es el tío de Harry. Director de una empresa que fabrica taladros, es un hombre ordinario, codicioso y glotón, de mente estrecha y conducta cruel. El primer libro empieza en su casa, donde tiene a su sobrino viviendo en un pequeño armario debajo de la escalera. Su hijo es especialmente desagradable con ese primo rarito que tienen ahí de prestado. Es un pequeño y gordo matón, al que Harry, en una de sus primeras demostraciones mágicas, le pone una cola de cerdo. No todos los muggles son así de lamentables ni todos desprecian la magia, pero está claro que estos seres carentes de imaginación no pertenecen al mundo de los dotados con poderes sobrenaturales: los ungidos.

A Douthat, la separación casi completa entre el mundo de los magos y el de los muggles le lleva a encontrar similitudes entre el iniciado en la magia y el elegido por la moderna meritocracia. Por la meritocracia liberal (progresista, en nuestros términos), para ser exactos. Al colegio Hogwarts, con sus exclusivos procesos de admisión, lo ve como una universidad de élite, una de la Ivy League, como Harvard. Y en las luchas entre magos buenos y magos malos ve reflejadas las que se libran hoy en los campus más prestigiosos de Estados Unidos para erradicar cualquier atisbo de conservadurismo.

Hay, no obstante, otra analogía más simple: los muggles son esa gente ordinaria, de mente estrecha, de vidas comunes y corrientes, que vota a los populistas de derechas. Los muggles son esas personas que votan a Trump a las que Hillary Clinton llamó "deplorables". O que votan a Le Pen o a Farage. Son esas personas que no ven más allá de sus narices, con poca formación, con cero imaginación, apegadas al terruño y a sus vidas grises, de mentalidad nada cosmopolita, y nada, pero nada progresista. Más aún, son esas personas hostiles a la élite intelectual, mediática y política que cree tener poderes para salvar al mundo: la élite de los magos, de los ungidos.

El peligro de meter a Harry Potter en política, como hacen los progresistas barriendo para casa, es que la alegoría te puede salir por la culata. Podrás extraer de ahí un canto a la imaginación, a la diversidad, a la multiculturalidad y al progresismo, en general. Pero si de pronto te fijas en los muggles, lo que extraes es una alegoría sobre la indiferencia (o el desprecio) de las élites progresistas por esa gente ordinaria que no vota como debería. Lo más prudente, en cualquier caso, es no meter la magia de la literatura en el ordinario envase del activismo político.

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