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De José-Miguel Ullán a María Zambrano, con posdata para Salinger

De José-Miguel Ullán a María Zambrano, en trayectos bidireccionales, cortos y extáticos, llevo días con sus noches; más las noches que sus días, a decir verdad, pues me he vuelto un poco maniático de la luz y últimamente sólo la tolero en lo oscuro y en silencio. "Luz, más luz", vale, pero para ver contornos y hechuras nocturnas, no el solajero ni la barraca de feria. Pura combustión irreciclable, la Visión es un engorro para Greenpeace.

Los poemas póstumos de José-Miguel Ullán (1944-2009) se han reunido con el perturbador título de Tortuga busca tigre. Me encanta el oído de Ullán para las potencias ocultas, transgresoras, del habla, la publicidad, la cultura popular, la jerga política, toda la chatarra del lenguaje que él muda de sitio y de sentido. Es único creando resonancias. "¿Qué tal de resonancias?", cuentan que saludaba José Lezama Lima a los conocidos con quienes se cruzaba en las calles de La Habana. La poesía es el misterio de la resonancia, lo que suena varias veces, sonando cada vez a cosa distinta. Danza de lo que no acaba de ser y lo que acaba de desvanecerse. Fiesta de un nuevo sentido, mitad ojo mitad oído, al que la razón convencional no está invitada. Ullán es capaz de que una frase perdida en un rap de La Mala Rodríguez ––"Deja que te empape, con lo que yo me empapo"–– resuene, transplantada a su propia poesía, como salida de un éxtasis visionario de San Juan de La Cruz. Tortuga busca tigre. Un heptasílabo redondo. La secuencia vocálica (o-u-a-u-a-i-e) tiene una oscura melodía, un sonido como de selva en la noche. Siento debilidad por los animalarios en la literatura y también en la pintura. Hay algo radical y amenazador en las imágenes de animales: representan al otro agazapado en nuestra casa civilizada, el polo acechante de nuestra naturaleza. Los animales, particularmente si son quiméricos, como esa tortuga ecuestre del poeta surrealista César Moro, dan acceso al mundo unitario de lo uno y su opuesto, lo humano y lo animal. En nuestra tradición hispánica, se dan casos excelsos de imaginación animalística: el Bestiario de Cortázar, Punta de Plata de Arreola, el Animalario de Alfonso Reyes, el Manual de zoología fantástica de Borges, las moscas de Monterroso, el caballo de Neruda, el Ocaso de sirenas de Moreno Durand...

El lugar de Ullán es el de esas tradiciones semisecretas y fronterizas; las que, partiendo del clasicismo, juegan en los límites de la forma y el sentido. En autores como él, se verifica el mundo unitario, en el que la poesía y el habla, lo sagrado y lo profano, el cielo y la tierra, giran y resuenan.


De Ullán a María Zambrano (1904-1991), sin salir de ese lugar. El lunes se presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el libro póstumo del poeta salmatino; de ahí, salté al día siguiente a la de Esencia y hermosura, la antología de María Zambrano preparada por el propio Ullán antes de fallecer, publicada por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores con la acostumbrada morosidad en los detalles. (Dudo mucho de que el eBook pueda llegar a reemplazar la experiencia de tocar esta clase de libros editados con excelencia; de palpar la rugosa textura de sus páginas; de distinguir matices y ecos únicos de cada palabra en su lugar físico sobre el papel).

Este compendio del pensamiento de María Zambrano es acaso el picaporte que hay que girar si uno quiere entrar, y aún no lo ha hecho, en el mundo de una de las pensadoras más originales y fieles a la poesía. La razón poética se expresa en el siglo XX por medio de dos críticos sobrenaturales: uno es T. S. Eliot y la otra es María Zambrano. En esta antología de Ullán está lo esencial de ese extraño sistema filosófico que constituye, en sí mismo, un misterio poético, un largo poema que se razona a sí mismo creando más y más asombro.

Esta antología es un objeto precioso, además, por el "relato prologal" de José-Miguel Ullán, una memoria de su amistad con María Zambrano llena de digresiones, idas y venidas a otros protagonistas del exilio, en la que suena constantemente la voz de María en la intimidad de sus conversaciones, "lo mejor de su obra", según Jorge Guillén. Aunque hablaremos de esta pieza, con toda la extensión y los matices que se nos permita, en el programa de LD Libros de esta semana, destaco aquí la importancia de la conversación, no sólo en el pensamiento de María Zambrano, sino en la formación de las ideas que hemos recibido. Habla y escritura son dos senderos igualmente forjadores de cultura, pero radicalmente opuestos. "María Zambrano le otorgaba una enorme importancia a las maneras de hablar", cuenta José-Miguel Ullán. La de María entremezclaba "en armonía las rotundas y las medias palabras, la premonición y la huella, la confidencia personal y el alarido en nombre de los muertos, las toses y las risas, la plegaria y el refunfuño, el sermón y la travesura, la religión y la filosofía, la poesía y la historia, la amistad y el escarmiento". En un artículo de 1934, "Por qué se escribe", María Zambrano distingue hablar de escribir, por medio de dualidades rotundas: el habla suelta, la escritura retiene; el habla es liberación; la escritura, perdurabilidad. "Escribir es defender la soledad en que se está". A María Zambrano le pareció siempre un insulto que Octavio Paz dijese de ella, con intención de elogio: "Escribe como habla". Ella admiraba a los grandes conversadores, los portadores de la "flauta mágica". De Emilio Prados decía que "tenía el encanto de la palabra. La gente hacía corrillo en la calle para escuchar lo que él contaba. Eso sí lo ha dado España, ¿ves?, el encanto de la flauta mágica. Lo tenía Valle-Inclán. Y Ortega, si hubiera querido. Federico García Lorca también lo tenía". De Antonio Machado decía: "Tenía voz, pero no la usaba". Sobre Lezama: "Hablaba mucho mejor que escribía, si es que esto fuera posible".

Conversar, hoy, ¿tiene sentido? ¿Qué cosa o engendro ha venido a reemplazar al tipo de conversación al que María Zambrano le da tanta importancia, hasta el punto de que, para autores como Jorge Guillén, lo mejor del pensamiento de la autora de Claros del bosque se expresa en sus conversaciones privadas? En las tertulias de radio y televisión, en la tribuna parlamentaria, en las aulas universitarias, en las amistades que cultivamos, ¿qué queda de la conversación franca, matizada y lenta, la conversación que escucha e imagina, forjadora de cultura y de caridad? Cada día llevo peor lo de ir a tertulias, cada día salgo con el alma por los suelos por la cantidad de tonterías que digo, por la incapacidad de decir nada que me represente, nada que no pueda ser dicho por una cacatúa en 30 segundos. Para María Zambrano, el habla nacía de la necesidad; y debía representar de cuerpo entero al hablante.

Pd. Mientras escribo esta nota,  llama Mario para comunicarme que ha muerto J. D. Salinger. El suyo es uno de esos raros casos en que la muerte física de un genio resulta irrelevante. Hace mucho que Salinger decidió morir para la literatura y para el foco de la Opinión Pública. ¿A alguien le importa cómo murió biológicamente Rimbaud? La fecha importante es la que señala su decisión de no volver a escribir un solo verso y dedicarse al tráfico de esclavos en Abisinia. Todos hemos sido maniáticamente devotos de Salinger, en algún momento de nuestras vidas. Quien más quien menos, hemos soñado con peregrinar hasta su refugio, tocar a su puerta y recitar de memoria, antes de que le diera tiampo a sacar su escopeta anti-fans, el diálogo que Seymour Glass y la niña de Un día perfecto para el pez plátano celebran en la playa. Recuerdo que me dio mucha rabia cuando, al ver Magnolia (una película estupenda, dicho sea de paso), había una referencia descarada al concurso "Los niños sabios", del cuento Levantad, carpinteros, las vigas del tejado, y ni siquiera se menciona en los créditos la fuente de inspiración. Salinger es, quizá, el autor que más ha influido en las nuevas generaciones de escritores, y no sólo norteamericanos. Como todos los genios, lo peor es la cantidad de malos epígonos que hay que aguantar. Dudo de que hoy volviera a leer su prosa con la misma fruición que a los 19 años. Temo que hoy llegara a ver algo de misticismo new age donde antes veía iluminación poética, ñoñería infantil donde antes veía niños llenos de misterio y encanto, y diletancia donde antes veía adolescencia rebelde. Temo que sus fábulas pacifistas y su deificación de la infancia llegaran a desencantarme. Todo esto son excusas que me digo para no volver a leer a Salinger y conservar de él, así, el recuerdo de un adictivo universo de mi juventud. Aunque la verdadera razón por la que no he vuelto a leer a Salinger es por ese ejemplar de Raise high the roof beam, carpenters dedicado por una chica de la que estuve perdidamente enamorado y que me regaló en agradecimiento a lo bien que le puse los calcetines y le até los zapatos.

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comentarios
1 Vendeano, día

"Una cultura depende de la calidad de sus dioses" Asi empieza María Zambrano "El hombre y lo divino". Más tarde: "El hombre se ha alimentado de la destrucción de sus dioses; (...) hasta llegar al 'Dios ha muerto' que sólo dentro del cristianismo ha podido proferirse, porque sólo Cristo nos dió la imagen de un Dios muerto verdaderamente (...) por los hombres" Se podría añadir: porque sólo Cristo nos dió la imagen de un Dios muerto... como hombre y por los hombres.

2 ongietor, día

"Levantad, carpinteros, la viga maestra" es un homenaje a un fragmento de lírica griega (Safo 123 D), de una canción de bodas, epitalamio, como es el propio relato de la boda del hermano