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'Ehrengard', de Isak Dinesen

Ehrengard, de Isak Dinesen. Cuento. Prólogo y traducción de Javier Marías. 167 páginas. Reino de Redonda, 2005.

Los cuentos de Isak Dinesen (pseudónimo de Karen Christence Dinesen, baronesa Blixen-Finecken: Rungsted, Dinamarca, 1885-1962) están hechos de otra pasta. No siguen tendencia alguna, no participan de ningún debate de rabiosa actualidad, no cuestionan la tradición ni proclaman la novedad. Su lenguaje es muy antiguo sin dejar de sonar fresco y sus vislumbres son muy modernos sin dejar de ser universales. Su voz parece haber atravesado milenios, como nacida en la alcoba donde Sherezade es convocada cada noche a contar historias para salvar su vida. Y como en los cuentos tradicionales, la urgencia de la salvación y el acoso de la muerte, que en otras circunstancias y a otros seres de menor rango espiritual les empujarían a lo especulativo, lo trivial y lo incoherente, disponen con morosidad ritual todos los hilos y detalles con una única finalidad: ser fiel a la propia historia, preservar el secreto de su extrañeza, su lugar único en el mundo.

En los cuentos de Isak Dinesen, lo más importante, elocuente y bello de todo es el modo en que las palabras preparan el silencio. Las palabras llegan hasta el umbral y abren el silencio como una flor ardiente y efímera delante de nuestros sentidos. El silencio es la culminación de todo buen cuento. No la sorpresa o la moraleja: el silencio. Un silencio expresivo, vibrante, lleno de significados. Un silencio que habla.

Isak Dinesen lo expone así en uno de sus cuentos, The Blank Page, incluido en su colección Últimos cuentos.

"Donde el cuentista es leal, eterna e inquebrantablemente leal a la historia, allí, al final, hablará el silencio. Donde la historia ha sido traicionada, el silencio es tan sólo vacío. Pero nosotros, los fieles, cuando hayamos dicho nuestra última palabra, oiremos la voz del silencio".

Ehrengard es la cima de la decantación artística de Isak Dinesen. Publicado en 1962, poco después de su muerte, esta historia plasma su conciencia de la artesanía del cuento, supone la expresión más acabada del lenguaje intemporal característico de su estilo y desarrolla algunos de sus temas recurrentes: la relación entre el arte y la vida, el papel del destino y el de la libertad, o la misma naturaleza del cuento como lenguaje de salvación y fidelidad a lo incomunicable, lo más secreto y auténtico del alma humana.

Ehrengard es un cuento cortesano tradicional, con príncipes y princesas enamorados, y castillos y bosques y lagos y corceles y guerreros y peligros... Pero también es una educación artística nada tradicional y muy moderna, así como una sátira de ciertas convenciones sociales.

Una idea que sobresale de sus páginas, entre otras muchas, es la del cazador cazado: el artista que quiere crear la vida a imagen y semejanza de sus ideales y acaba descubriéndose, a sí mismo, como una criatura o personaje de la vida en su manantiales salvajes. El arte que no surge de la vida, que no hunde sus raíces en el mundo, que se limita a recrear una y otra vez los mitos forjados por otros, es un arte muerto, parece decirnos la voz del silencio al final de esta historia. Pero no es lo único que nos dice. Su misterio es irreductible a un tema o una conclusión. Lo cual no quiere decir, en absoluto, que sea una historia incomprensible o sin sentido. Al contrario: es de una transparencia desarmante; una transparencia inocente aunque, en modo alguno, ingenua.

Su extensión (unas 80 páginas, en la edición que aquí reseñamos) ha llevado a algunos comentaristas a definirlo como una novela corta. Nada más lejos de la esencia de Ehrengard, como bien observa Javier Marías en su prólogo a una traducción excelente, también suya. Dinesen fue muy clara al pronunciarse sobre la naturaleza y los límites del cuento, que no tienen que ver con la extensión, sino con su origen y disposición para la oralidad.

"Uno puede contar Alí Babá y los cuarenta ladrones, pero no podría contar Anna Karenina", solía zanjar la baronesa este asunto de qué es y qué no es un cuento.

Su educación en el oficio fueron las veladas junto a los jornaleros somalíes y masais de su granja de café en Kenia ("...al pie de las colinas del Ngong", como indica el famoso arranque de sus Memorias de África).

Al referirse al proceso de composición de Siete cuentos góticos, su primera colección, la baronesa Blixen destaca la importancia del aprendizaje durante las veladas entre los nativos.

"Aprendí a contar cuentos... tenía el auditorio perfecto. Los blanco ya no son capaces de escuchar un cuento recitado. Se remueven o se adormecen. Pero los nativos todavía tienen oído. Yo les contaba cuentos continuamente, de todo tipo. Y todo tipo de disparates. Yo decía: "Había una vez un hombre que tenía un elefante con dos cabezas"... y al instante estaban deseosos de saber más. "¿Oh? Sí, pero, MemSahib, ¿cómo lo encontró? ¿Y cómo se las arreglaba para darle de comer?", o lo que fuese. Les encantaba semejante invención".

Cuando le preguntaron si corregía sus cuentos, desveló un procedimiento aún más laborioso que el de reescribirlos:

"Sólo si uno es capaz de imaginar lo que ha ocurrido..., de repetirlo en la imaginación, verá las historias, y sólo si tiene la paciencia de contárselas y volvérselas a contar, será capaz de contarlas bien".

Para nuestra querida autora, la fidelidad a la historia lo es todo. Por muy disparatada que sea la anécdota (un elefante con dos cabezas, por ejemplo), si la imagen está cargada de sugerencias y uno es capaz de seguir el hilo de manera coherente y sin apartarse del misterio que encierra todo hecho extraño, el cuento acabará cumpliendo su función salvífica y nos sacará del tiempo, aplazando un poco la muerte.

Se conmemoran estos días 150 años del nacimiento de Anton Chèjov, un autor que tiene mucho y nada que ver con Isak Dinesen.

Mucho, porque, al igual que ella, no creía en los cuentos unívocos o edificantes, sino en los cuentos que parecen contarse solos, aquellos en los que el escritor contempla amorosamente a sus personajes y los hechos que protagonizan, y se mantiene fiel a ellos, sin importarle si conducen o no a alguna conclusión científica o moral.

Y nada, porque Chèjov creaba climas emocionales, que son muy difíciles de transmitir oralmente, mientras que Dinesen sólo escribía las historias que previamente se había contado a sí misma, con todas las consecuencias de índole artística que esta importante diferencia conlleva.

El pasado sábado 21 de agosto, el diario El País conmemoró a Chèjov con una selección de los mejores cuentos del siglo XX. Hubo, en esa selección, cuentos de Katherine Mansfield, J.D. Salinger, James Joyce, Ernest Hemingway, incluso de Valle-Inclán, que no aportó nada relevante al género; pero ninguno de Isak Dinesen ni de su lectora más fiel y aventajada, Carson McCullers.

Por eso, he escrito esta reseña de Ehrengard, un cuento del que ya comentamos algo muy rápido y superficial y atolondrado (como siempre) en LD Libros: para rescatar a Isak Dinesen de la necedad y el mal gusto y recordar que el siglo XX y todos los demás también son suyos.

Querido lector: Ehrengard es, probablemente, el cuento más próximo a la perfección que jamás se ha escrito, y estoy seguro de que, si lo lee, amará un poco más y con más fundamento la vida, así como también celebrará con toda su inteligencia y todo su corazón los hermosos regalos del mundo.

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