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Historias de Fleet Street

Un lugar es seguro para vivir cuando sus acontecimientos del presente se parecen a sus novelas del pasado. Instituciones previsibles y almas duraderas: no necesito más para vivir como un hombre libre y sentirme, incluso, moderadamente patriota. Con la imagen en mente del señor Murdoch "postrado de humildad" y embadurnado de espuma de afeitar ante el Parlamento, vuelvo a las páginas de Scoop, la desopilante novela de periodistas escrita en 1937 por Evelyn Waugh (1903-1966). ¿La ha leído el señor Cameron? ¿La han leído los guardianes del "periodismo serio" que condenan escuchas telefónicas y sobornos a funcionarios practicados por News of the World, mientras difunden las filtraciones ilícitas de Wikileaks que ponen en peligro vidas de soldados en Irak y Afganistán? Deberían. Aprenderían que no hay nada nuevo bajo el sol de Fleet Street.

La relación de la institución periodística con el poder político en Inglaterra siempre ha sido turbulenta y extremista, en el afecto como el odio. La respuesta del primer ministro whig Henry Palmerston (1784-1865) al periodista del Times que acudió a él interesándose por una de sus frecuentes aventuras extra maritales fue: "Publíquelo y váyase al diablo". Ha pasado a la historia como el mejor resumen de la libertad de prensa en una de las democracias más antiguas del mundo. La vida privada de los políticos es de interés público y los poderosos aceptan, aun entre maldiciones, que su cargo conlleva la engorrosa carga del escrutinio.

En cuanto a la cuestión del fin y los medios y la controversia de la "prensa seria"  y la prensa sensacionalista, tampoco hay novedad y reaparece, cada cierto tiempo, alentada por la élite supuestamente "íntegra" del periodismo, que no acepta de buen grado el inequívoco veredicto del público a favor del periodismo "basura", lleno de cotilleos y cuerpos ligeros de ropa.

La novela de Waugh -la versión española que uso es la del señor Antonio Mauri para Anagrama, 1985, y se titula, muy discutiblemente, ¡Noticia bomba! - es una sátira perfectamente vigente del ideal romántico del oficio periodístico como compendio de virtudes cívicas. La fama del periodista culto, curioso, abnegado, heroico, íntegro, únicamente interesado por la verdad y nada más que por la verdad, sufre un mordaz correctivo en este "alegre cuento" en el que un paleto se convierte, de la noche a la mañana, en corresponsal de guerra en una imaginaria república africana llamada Ismailía, que bien podría ser la España de la Guerra Civil y, de hecho, en parte lo es. El modo en que asciende a la cima periodística recuerda un poco el caso de la señora Rebekah Brooks. Casi todo, en este oficio, está hecho de equívocos y malentendidos. El éxito, dice Cioran (1911-1995), no es más que un malentendido y el periodismo produce ese género de la ilusión a escala industrial.

En cuanto a Lord Cooper, editor del Daily Beast y dueño de Megalopolitan, un emporio de medios de comunicación con sede en Fleet Street, la misma Fleet Street donde afinca News Corp, es imposible no pensar en prebostes de la Prensa como W.R. Hearst o el propio señor R. Murdoch, cuando el personaje de Waugh alecciona al jefe de la sección Internacional sobre la forma de fijar la línea editorial del Beast:

"El Beast es partidario de que haya gobienos fuertes y muy enemistados entre sí en todas partes. Autosuficiencia en nuestro país, agresividad en el extranjero".

En Scoop, hay policías que trabajan para el Beast y otros que reportan a su competidor, el Twopence, también de Fleet Street. ¿Escándalo?¿Corrupción? Simplemente, un espejo de cómo funciona el negocio desde mucho antes que la señora Brooks se disfrazara de limpiadora para entrar en la redacción del Sun a birlar los temas de su portada del día siguiente. Menos lobos con el periodismo. Su integridad es inversamente proporcional a los golpes de pecho que se dan estos días los guardianes de la pureza. En Inglaterra han funcionado perfectamente dos instituciones reguladoras de la prensa: la propia prensa y los tribunales. ¿Por qué cambiar, ahora, unas reglas que han dado lugar a uno de los periodismos más atrabiliarios y sin escrúpulos, sí, pero también uno de los más libres e independientes, así como una de las novelas más divertidas del siglo XX?

Les dejo con dos escenas consecutivas de Scoop, a cuál más tronchante. Representan las gestiones que William Boot, el protagonista, debe realizar ante los cónsules de los dos bandos enfrentados en la guerra civil de Ismailía, para obtener sus respectivos visados y viajar al lejano país de África como enviado del Daily Beast.

"De las paredes colgaban fotografías de negros uniformados y en traje de ceremonias al estilo europeo. La mesa y los anaqueles eran una exposición de productos tropicales. Había también un mapa de Ismailía, un conjunto de muebles de despacho formado por un total de ocho elementos, y una radio. William se sentó. El cónsul general desconectó la música y se puso a hablar.

-La causa patriótica de Ismailía - dijo- es la causa del hombre de color y del proletario del mundo entero. El obrero ismailí se ve amenazado por una coalición corrompida y extranjera de explotadores capitalistas, curas e imperialistas. Tal y como escribió con su característica nobleza aquel gran negro que se llamaba Karl Marx - Estuvo hablando unos veinte minutos. Las manos del dorso negro, palma rosa y forma de aleta que asomaban por los puños de la camisa de color violeta no cesaron de agitarse y dar palmas - ¿Quién construyó las pirámides? - preguntó - ¿Quién descubrió la circulación de la sangre...? África para el obrero africano, Europa para el obrero africano, Asia, Oceanía, América, el Ártico y la Antártida para el obrero africano.

Por fin hizo una pausa y se secó el hilillo de espuma que se le había formado en los labios.

-He venido por un visado - dijo tímidamente William.

-Oh - dijo el cónsul general, volviendo a conectar la radio- . Tiene que dejar un depósito de cincuenta libras y rellenar un impreso.

En el consulado del enemigo: 

"La legación rival tenía unas oficinas más amplias en un hotel de South Kensington. Una svástica dorada sobre fondo blanco ondeaba orgullosamente en una ventana. La puerta de la suite fue abierta por un negro vestido con camisa blanca de seda, calzones de ante y botas de caza, que hacía tintinear sus espuelas y dirigió un saludo romano a William.

-He venido a por un visado.

El pseudocónsul le condujo a la oficina.

-Tendré que hacerle perder unos minutos. Verá usted, la legación acaba de ser inaugurada, y todavía no nos ha llegado todo el material. Esperamos que nos entreguen el sello de goma de un momento a otro. Entretanto, permítame que le explique la situación ismailí. Hay mucha confusión al respecto. Por ejemplo, los judíos de Ginebra, gracias a los fondos del oro ruso, han difundido la falacia según la cual nosotros pertenecemos a la raza negra. (...) Debo pedirle que se encargue usted de desmentir ese infundio. Tal y como podrá comprobar personalmente, somos de pura raza aria. De hecho, somos los primeros colonizadores blancos del África Central. Lo que Stanley y Livingstone hicieron el siglo pasado, nuestros antepasados ismailíes lo habían hecho ya en la edad de piedra. Con el transcurso de los años el sol tropical nos ha dado un bronceado saludable y en algunos casos casi atezado (...)

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comentarios
1 Justivir, día

“La vida privada de los políticos es de interés público y los poderosos aceptan, aun entre maldiciones, que su cargo conlleva la engorrosa carga del escrutinio” Pues esto no es así en España, donde ignoramos casi por completo la vida privada de los políticos. Cosas como sus amantes, las borracheras que agarran (salvo si luego pegan a las prostitutas), su posible anorexia, sus hijos extramatrimoniales, el número de matrimonios que llevan, los negocios, las adicciones y las relaciones de sus hijos. Es decir, ninguna de las cosas que nos cuentan sobre cantantes, hermanos de cantantes, actores, petardas y demás mamarrachos, nos resulta conocida en el caso de los políticos hispanos. Recordemos el follón que se montó por ver a las hijas de Zapatero vestidas como Robert Smith. Creo que esa afirmación es propia de la prensa anglosajona, de Fleet Street, no de España. Cuando en Alemania mandaba Gerhard Schröder yo me preguntaba cómo era posible que la gente pensase que iba a gestionar los asuntos públicos de forma ordenada un hombre que llevaba cinco o seis matrimonios a sus espaldas. ¿Se puede ser tan desordenado en lo uno y ordenado en lo otro? Es decir, ¿tiene trascendencia la vida privada en la conducta como persona pública? A la vista de lo que comentaba más arriba, creo que en España pensamos que no.

2 Zuhoerer, día

Hola sobre lo que comenta JJ, una anécdota El alcalde de mi localidad se hizo una casa en terreno rústico sin tener los m2 necesarios, y quiso a posteriori comprar superficie para "legalizar" su construcción.. en ese proceso adquirió una parcela que soportaba una servidumbre, es decir que terceros pasaban por su propiedad para acceder a la suya, y les nego el paso. El día de la presentación de su lista (ha vuelto a ganar) acudieron los perjudicados (que están en los tribunales) a exponer su caso delante de todos, para que la gente supiera de sus acciones en su vida personal. Hubo un clamor general para caller estas voces discordantes y se les pidió que los temas personales los discutieran en privado... En fin, esa es nuestra sociedad. Evidentemente yo como contribuyente, sí tengo derecho a saber que tipo de gestor voy a tener... pero a saber que pasa por la cabeza de ... Sl2