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La Segunda Guerra Mundial

 

 

Antony Beevor es un escritor de sobra conocido. Ha ganado los más importantes premios  literarios por sus obras sobre la Segunda Guerra Mundial y algunas de ellas, como Berlín, la caída o Stalingrado son ya consideradas de referencia: amenas, bien documentadas, con pasión por el detalle pero sin descuidar la visión de conjunto, han sido justamente apreciadas por la crítica y los lectores. Sin embargo, su libro sobre la Guerra Civil española resultó polémico: no parecía encajar en absoluto con su trayectoria previa, asumía posiciones muy parciales y, en opinión de no pocos, escasamente documentadas y cercanas a la historiografía nacional más progre

 

Tal vez este tropiezo significara para muchos que Beevor no debía salirse de sus temas y sería mejor que regresara a los libros sobre episodios de la Segunda Guerra Mundial, batallas o personajes concretos. Así, resultaba un tanto sorprendente que se decidiera a estas alturas de su carrera a escribir un libro sobre la Segunda Guerra Mundial en su conjunto. Una empresa ambiciosa, arriesgada, y en la que se exponía a repetir los errores cometidos con el libro sobre la guerra española, pero a una escala mucho mayor. 

 

¿Por qué lo hizo? Beevor confiesa, con humildad, que el motivo principal es la ignorancia; desde que se dedica a escribir sobre la Segunda Guerra Mundial, la gente se dirige a él como especialista en el conflicto en su conjunto; el británico, con sinceridad, reconoce que no lo es y que se sentía un impostor cuando la gente le consultaba como tal. El escritor es militar de carrera, se formó en la prestigiosa academia militar de Sandhurst, donde tuvo como profesor a uno de los mejores historiadores militares, John Keegan. Dejó el ejército para dedicarse a la literatura tras el éxito de sus primeras obras, pero nunca, hasta ahora, había afrontado una tarea tan ambiciosa. Una tarea que, afirma, le sirve en primer lugar para llenar sus propias lagunas sobre el tema y, a continuación, para hacerse una idea de cómo cada pieza encaja en ese sangriento y complejo puzzle que fue la Segunda Guerra Mundial.

¿Qué tiene de especial este libro que lo distinga de las numerosísimas obras que sobre el tema se han escrito en los últimos veinte años (muchas de ellas elogiadas y citadas por Beevor)? Realmente, no es una obra de investigación: no espere el lector revelaciones sorprendentes, descubrimientos sensacionales o polémicas teorías. Es, ni más ni menos, una muy buena obra sobre la guerra que nos ayuda, también a nosotros, a hacernos una idea de cómo encajan las infinitas piezas del rompecabezas.

Como europeos, tendemos a pensar en la Segunda Guerra Mundial como en un conflicto principalmente europeo. Para los estadounidenses, en cambio, la guerra empezó con el bombardeo de Pearl Harbor. Para los chinos, cuando Japón invade Manchuria. Y todos, en cierto sentido, tenemos razón, pero nos falta visión de conjunto. ¿Qué sabemos de la guerra en el Pacífico? ¿O de la implicación de australianos y neozelandeses? ¿Qué pasó en Abisinia, o, sin irnos tan lejos, en Rumanía? 

 

 

Así, Beevor amplía nuestro campo de visión y nos ayuda a contemplar el conflicto como lo que realmente fue: no un conjunto de guerras aisladas que se solaparan en el tiempo, un montón de frentes en el que lo que pasara en uno poco tenía que ver con otro: Finlandia, Polonia, Rusia, el Pacífico... No fue así en absoluto: la Segunda Guerra Mundial fue un conflicto global, en el que las decisiones en cada frente afectaban decisivamente a los otros, en el que las acciones de cada contendiente tenían consecuencias, a menudo inesperadas y que podían no ser apreciadas inmediatamente, en la respuesta de los demás.

Como ejemplo de esta visión global, Beevor comienza por señalar que, para él, la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial no se libró en septiembre de 1939, en la invasión de Polonia, sino algunos meses antes, en la frontera entre Mongolia y China, entre los ejércitos soviético y japonés, en el marco de la guerra chino-japonesa. Una guerra que  a menudo se olvida o se analiza insuficientemente en las obras sobre la Segunda Guerra Mundial.

Beevor tampoco olvida señalar que en muchos de los países implicados, al tiempo que se combatía contra el enemigo exterior, se vivían situaciones de guerra civil (o casi), que en otras naciones la lucha partisana fue tan importante como la que desarrollaban los ejércitos regulares o incluso más, y que la población civil fue, a la vez, víctima y verdugo de una guerra que ni comenzó con la invasión de Polonia ni terminó con las bombas de Hiroshima y Nagasaki. 

 

Varios son los aciertos de este libro. El primero, sin duda, es el estilo del autor. Beevor escribe muy bien; domina el tema militar y sabe cómo narrarlo. Pero, a la vez, es consciente de que el factor humano, las personas, son lo fundamental. Los soldados. Los civiles. Los dirigentes. Y, por encima de todo, las víctimas, como los 14 millones de personas que murieron atrapadas en las tierras de sangre de Europa Central y Oriental, en regiones que ya ni siquiera existen, arrasadas por los dos carniceros, Hitler y Stalin; los millones de víctimas de la Shoá; las esclavas sexuales de los japoneses; los asustados supervivientes de los nazis que recibían al Ejército Rojo como liberadores para descubrir que no eran sino unos nuevos verdugos. 

 

Esas personas, nos recuerda Antony Beevor, no son números: hay que dar nombre y voz a las víctimas. No hemos de caer en la trampa que pretendían los criminales: despersonalizarlos, convertirlos en una estadística más. Eran seres humanos con una vida y una historia que les fueron arrebatadas y que tenemos el deber moral de conocer y recordar.

 

Otro punto fuerte del autor británico es su ecuanimidad, su ausencia de triunfalismos. Denuncia las miserias, ambiciones y errores de uno y otro bando: no sólo la barbarie, ambición y locura genocida de Hitler o la fanfarronería e incompetencia de Mussolini, sino también los pecados de los Aliados, como la falta de preparación y cobardía de los dirigentes franceses; la vergüenza e indignidad de los apaciguadores británicos; sus errores militares apabullantes, incluso ya bien avanzada la guerra, como la operación Market Garden. Hasta los tropiezos del gran Churchill. No idealiza a nadie, no muestra mitos, sino seres humanos con aciertos, fallos, debilidades y, a veces, grandeza.

 

 

Pero también Beevor comete errores en esta obra: presenta comunismo y nazismo como los dos extremos del totalitarismo, alejadísimos entre sí, que en el Pacto Von Ribbentrop-Molotov, incomprensiblemente, firmaron una alianza antinatural. Y, como sabemos, no es así. Nazismo y comunismo son dos caras de la misma moneda, dos hermanos de sangre, con infinidad de características en común. Para Beevor son dos aberraciones, dos monstruos; no logra ver que, en el fondo, es un mismo monstruo con dos cabezas. 

 

Por otro lado, cabe destacar su deficiente comprensión de la Guerra Civil española. Parece que en su elección de fuentes haya preferido ir sólo a las secundarias, y, dentro de éstas, a las menos recomendables. En este libro se nota menos que en su monografía sobre el tema pero, aún así, resulta incomprensible que un autor de su talla cometa un error semejante. 

 

Con todo, es una obra muy recomendable, accesible, de lectura muy amena y que resulta especialmente adecuada para quien no conozca la Segunda Guerra Mundial, pero también, sin duda, para cualquiera que quiera tener una buena visión de conjunto sobre ese terrible conflicto que cambió la historia del mundo. 

 

La Segunda Guerra Mundial. Antony Beevor. Pasado y Presente (Barcelona), 2012. 1200 páginas.

Traducción de Joan Rabasseda y Teófilo Lozoya. 

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comentarios
1 z666, día

Es una pega la que pone, Carmen, bastante discutible. En efecto, comunismo y nazismo son dos caras de la misma moneda no porque sean el mismo monstruo con dos cabezas, sino porque en una concepción circular de la existencia los puntos que están aparentemente más alejados entre sí en una línea recta acaban estando espalda con espalda, cada uno mirando hacia un lado (lo que los distingue) pero en el fondo ocupando casi exactamente la misma posición. Por eso del amor más profundo al odio más visceral no hay ni siquiera un paso: basta con darse la vuelta para pasar de un estado al otro. Luego me parece un error muy menor, además ya hay suficiente literatura dedicada a presentar los puntos en común de nazismo y comunismo como para que eso sea importante en la obra de Beevor. Es más, es una tesis tan implantada en la historigrafía moderna que uno casi agredece otro punto de vista sobre el tema. Otra cosa será si Beevor, especializado hasta ahora en analizar momentos concretos (muy bien por otra parte) es capaza de conseguir una visión de conjunto coherente o se ha limitado a encajar las piezas de sus trabajos "parciales". Veremos. Obrigado;)