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Richard Sennett y los artesanos

Hola. Estoy leyendo El artesano, del Sr. Richard Sennett (Anagrama, 2009). Su tema es el vínculo ético entre el individuo y el trabajo; o, para ser precisos, entre individuo y oficio, un vínculo más estrecho y complejo. Oficio: destreza técnica dentro de una tradición; aptitud y fidelidad; el genio individual sometido a leyes antiguas, no verbales, evolutivas. Pura artesania. O también, orden espontáneo, tal y como lo contempla Hayek: un tipo específico de convivencia en el que el conocimiento está disperso, nadie lo domina en su totalidad y, sin embargo, todos se sirven del conocimiento de los demás.

A Sennett, esto último le da repelús. Él está pensando en el concepto pre-capitalista de oficio. Su ideal es el artesano omnisciente, dueño de todos los resortes de su producto. Está pensando en el telar y la alfarería. En la forja, el minifundio, la apicultura ecológica. Cosas así. Incluso cuando piensa en el científico, ve a cada uno como un depósito salvífico de los de su especie, el arca del conocimiento. A Sennett no le gusta que estas élites tan reconcentradas dependan del popularcho. Siente pavor a que su conocimiento se desparrame, en sentido evangélico, ya saben, aquello de que quien no siembra, desparrama. ¿O era, más bien, "quien no recoge, desparrama"?

Sennett es un nostálgico del Antiguo Régimen, aunque dé clases en la London Economics y se le identifique como el sociólogo de la Tercera Vía entre el capitalismo y el socialismo. A su juicio, el capitalismo lleva en su naturaleza la destrucción del vínculo ético entre el individuo y el oficio. Es inevitable que, dentro de nuestra forma de vida -dice Sennett-, el hombre acabe desentendiéndose del resultado de su trabajo. Deja de mimarlo, como hace el artesano de la época áurea. Ser un mero engranaje en la división del trabajo conduce a una sociedad de tipos alienados, drogatas, psicópatas y frikies de toda laya. También lleva a una pérdida del orgullo por el trabajo bien hecho.

Richard SennettAquí está la clave, en el orgullo. Cree que la nuestra es una sociedad de productos basura, en la que las ensaladas ya no saben a ensaladas, como antes, el café es puro aguachirle, la ciencia es sólo ciencia aplicada al I+D y hasta La Creación de Haydn suena a pachanga. Y todo, ¿por qué? Porque se ha perdido el orgullo por lo bien hecho.

Sin embargo, Sennett pasa por alto un pequeño detalle que derrumba a plomo el edificio de su mullida nostalgia: la gente nunca ha vivido mejor que ahora. Nunca ha sido tan higiénica, ni ha gozado de tanta salud, ni ha comido tan bien, ni ha vivido en casas tan confortables, ni ha tenido a su alcance tanta instrucción como ahora, bajo el capitalismo supuestamente "disolvente" del orgullo artesanal.

Sennett es un hacha trabajando con esta clase de conceptos: orgullo, bondad, tradición, oficio. Sennett le ha dado hondura lírica y potencia épica al materialismo de toda la vida. Es curioso: Sennett aparece como el consuelo de las élites prescriptoras de la Opinión y de las políticas públicas, cada vez que el capitalismo, dicen, entra en crisis. Su anterior éxito, La corrosión del carácter, sobre cómo el "nuevo capitalismo" del empleo inestable y precario supuestamente afecta a la psique individual, apareció, si mal no recuerdo, en pleno crash bursátil de las punto com, allá por 2000. Es un fiera, este Sennett, para detectar los fantasmas populares y explotarlos muy hábilmente con su nostalgia por los paraísos perdidos. Todo un artesano, este Sennett.

Me pasa con él lo que a Orson Welles con la tele y los cacahuetes; que detestaba una y otros, pero no podía dejar de ver la televisión, como tampoco de comer manises, como los llamamos en Canary Islands. En fin, os dejo un pequeño fragmento de El artesano, para que lo comentéis, si os peta. Nosotros lo haremos, D.m. en uno de los próximos pogramas.
(...) el orgullo por el trabajo también plantea su propio e importante problema ético, que se ejemplifica en los creadores de la bomba atómica. Se habían sentido orgullosos de hacer algo que, una vez acabado el trabajo, produjo gran zozobra a muchos de ellos. El poder de seducción del trabajo los había conducido, al modo de Pandora, a hacer el mal. Estos científicos, que se aferraban al orgullo absoluto del trabajo mismo, como Edward Teller, el planificador de las bombas de hidrógeno que derivaron del proyecto de Los Álamos, tendían a la negación de Pandora.

En el otro extremo del espectro estaban los firmantes del manifiesto Russell-Einstein de 1955, documento que constituyó el punto de partida de las Conferencias de Pugwash a favor del control de las armas nucleares. Dice el manifiesto: "Los hombres que más saben son los más apesadumbrados".

El pragmatismo carece de una buena solución para el problema ético que plantea el orgullo del trabajo propio, pero dispone de un correctivo parcial, que consiste en llamar la atención sobre la conexión entre medios y fines. El creador de la bomba habría podido preguntar durante su fabricación: ¿cuál es el poder mínimo que debe tener la bomba que produciremos?

Esto es efectivamente lo que preguntaron científicos como Joseph Rotblat, por lo que muchos colegas los acusaron de perturbadores, o incluso de desleales. La intención del pragmatismo es enfatizar el valor de la indagación ética durante el proceso de trabajo, en oposición a la ética "ex post facto", investigación que comienza tras la consumación de los hechos.

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comentarios
1 Mienmano, día

Como liberal (aunque tal vez por debajo de la media que se estila por aquí) también veo la visión de Sennett arcaica en lo que se refiere a la ética laboral, económica, pero sí creo que es más válido que nunca un paradigma semejante en lo tocante a la ética de la investigación científica o la creación artística. La relación del autor con su obra, y con los receptores de ella, está más necesitada que nunca de un replanteamiento de ideales, de costes, de límites, ahora que, precisamente, la tecnología ha posibilitado la reproducción masiva de las formas, en cualquier soporte, a precios irrelevantes. No es ya sólo el difícil equilibrio entre arte, comercio y libre acceso a la cultura que se ha generado en el seno de la industria musical, audiovisual en general. Es también la vieja pregunta de si una obra de arte plástica que puede ser reproducida a voluntad tiene el mismo valor artístico en todas y cada una de sus copias (¿tiene mi foto de la Venus de Velázquez tanto valor estético como el original de la National Gallery?), y que los que manejan el arte entendido como un sistema de inversión para las élites han intentado responder convirtiendo el mercado actual en coto de burbujas especulativas en torno al valor creciente de las opciones de futuros de la caca de artista enlatada y publicitada ad nauseam. (sigue)

2 Mienmano, día

(viene del anterior) Y la única respuesta a esta perversión ética y estética es, precisamente, una visión del creador como artesano, y no como felómeno mierdiático. Y, por ejemplo, siguiendo a Hugo Pratt, que decía que el cómic no era un arte, pero puede ser una buena artesanía, conozco ya a unos cuantos dibujantes de cómics que se ven a sí mismos, y se proclaman, artesanos, no sólo por modestia, sino por marcar una distinción con respecto a la prostitución imperante de la palabra "arte", que nos lleva a que se etiquete de artesano a Chris Ware y se denomine "artista" a Ramoncín o a los pintores de brocha gorda que chorrean las cúpulas de pinturines por unos pocos millones de euros. Esa misma tensión hacia la "mierdatización" no está poco presente en la investigación científica, donde la sed de subvenciones realimenta el ansia de notoriedad y nos lleva a espantajos de politización y deshumanización creciente. Dentro de los peculiares esquemas del estamento, y del método, científicos, es también igualmente aplicable un esquema ético como el de Sennett, de épocas más sencillas y atadas a la ética, la valor concreto de la labor que se realiza.

3 Andurihl, día

El Sr. Sennett se olvida totalmente del control casi mafioso que ejercían los gremios en la Edad Media y el Antigio Régimen. Algo parecido a lo que muchos colegios profesionales realizan hoy en día, excluyendo quizás algunas salvedades. Sennett pertenece a esa clase de sociólogos y teóricos sociales que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor (muy al estilo del estadio natural de Rousseau); dando por supuesto que todo mal presente tiene origen en el capitalismo. Se olvida sin embargo, como usted muy bien menciona en la reseña, que en su añorado Antiguo Régimen Europa se moría de hambre y enfermedades. Ahora ya no, en eso si que tiene culpa el capitalismo, pero nadie lo dice. Es curioso que una persona que en su obra intenta mostrarnos las poderosas estructuras que nos dominan (The Corrosion of Character, The Personal Consequences Of Work In the New Capitalism), se olvida que esas estructuras (el estamento) eran mucho más fuertes en su adorada Edad Media. Y si algo permitio el capitalismo fue la movilidad social ascendente. Sociólogos hay muchos, buenos sociólogos menos, pero sociólogos que amen la libertad, para nuestra desgracia, son una especie en peligro de extinción. Alberto Férnández, sociólogo liberal en peligro de extinción. Un saludo y gracias por el programa de Don Victor Pérez Díaz. Un placer como siempre oir para un alumno las palabras sabias de su maestro.