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Joaquín Sabina piensa retirarse pronto

El cantante Joaquín Sabina cumple ahora 65 años. Prepara una gira de despedida.

El cantante Joaquín Sabina cumple ahora 65 años. Prepara una gira de despedida.
Joaquín Sabina | Cordon Press

Apenas se prodiga Joaquín Sabina en los medios de comunicación: sus declaraciones se producen muy de tarde en tarde. Tampoco se le ve hace tiempo en los garitos que frecuentaba en el pasado, desde que en 2001 sufriera un leve infarto cerebral. Fue un ictus sin mayores consecuencias, pero que alertó al cantautor jiennense, al punto que dosificó un poco sus vicios. Y hasta arrastró una cierta depresión. Él mismo ha confesado que dijo adiós al consumo de cocaína, reduciendo la ingesta de whisky. De lo que no ha podido retirarse es del tabaco, "el jodío fumeque", que diría de vivir Paco Rabal, trasunto de su personaje "Juncal". Bromea Sabina entre sus íntimos cuando confirma que sigue fumando como un carretero… cuando ya no quedan carreteros.

Hace vida un tanto monacal, tratándose de quien se bebía la noche a borbotones, en el sentido de que sale lo imprescindible de su casa madrileña de Tirso de Molina, en las merindades del Rastro, que por cierto ha ampliado no hace mucho, cuando adquirió un piso colindante. Allí recibe a unos pocos de su entera confianza, aunque ya no les deja la llave bajo el felpudo, como antaño, ni les entrega una copia. Se ha vuelto, como deja caer, un tanto burgués. Echa de menos la calle, sí, fuente permanente de los argumentos de sus canciones. Y los bares. Pero sabe que no hay que apostar continuamente a esa ruleta de la vida en la que la muerte acecha, sobre todo si se abusa como él de su buena fortuna. Es más cauto.

Entre gatos, nueve, (que le regalan o encuentra callejeando) y una abultada biblioteca, Joaquín Sabina se encuentra a sus anchas. No sabe manejar un ordenador, no usa Internet, tampoco el teléfono móvil. Ni conduce un automóvil. Hay tipos como él que tienen un mundo aparte, tan diferente a millones de mortales, por ejemplo José Luis Garci. Y viven tan contentos, conforme a esas costumbres. Lo difícil es dar a veces con ellos. Y no porque parezcan raros –que no lo son, a mi parecer-, ni antipáticos o poco sociables. Prefieren administrar su horario, el trabajo, el ocio, sus amistades, sus encuentros, a su manera. Y detestan ser molestados.

Así es que, para saber de Sabina hay que rastrear lo suyo. Enterándonos ahora, por ejemplo, que ha confiado a sus más cercanos que quiere retirarse pronto, que está ya cansado de las giras, que no cree vuelvan a repetirse conciertos mano a mano con Serrat... Y que puede vivir perfectamente de sus rentas. Como se dice últimamente, "tiene pagada la luz" por muchos años. Ahora bien: como no es del todo un holgazán aun sin renunciar íntimamente a su vena bohemia, ha publicado hace unas semanas un libro curioso, "Muy personal", con dibujos y notas manuscritas, según acordó con la editorial con la que había comprometido sus memorias. Que no tiene previsto, finalmente, redactar. Y como su casa de discos también hace tiempo le insta a que saque nuevas canciones al mercado (hace cinco años de "Vinagre y rosas", dejando al margen sus grabaciones con Serrat) Joaquín tiene a punto unos temas de los que sólo sabemos que abordan el deterioro social que nos rodea, así como el propio deterioro personal que según él mismo ha sufrido en los últimos años. Y este anuncio sucede cuando este 12 de febrero cumple sesenta y cinco años.

Joaquín Ramón Martínez Sabina vino al mundo en Úbeda (Jaén) el 12 de febrero de 1949. Con una etiqueta de canalla que, manifiesta, pertenece a su pasado, pero que a estas alturas ya no puede quitarse de encima. Aquel músico callejero, vampiro musical como se autodefinía, se dio a conocer como cantautor en un tugurio del barrio madrileño de Maravillas, "La Mandrágora", junto a Javier Krahe y Alberto Pérez. Era el año 1979. Ya despegado del trío, mediados los 80 se iría convirtiendo en el mejor contador de historias de su tiempo, con sus metáforas, sus ripios, sus magníficos sonetos musicados.

La biografía de nuestro personaje tiene capítulos divertidos, como el de su boda en 1977 con Lucía Inés Correa, a quien había conocido tiempo atrás en su exilio londinense. Resulta que se hallaba en Palma de Mallorca haciendo el servicio militar. Tenía entonces veintiocho años y para obtener el llamado "pase de pernocta" que le permitiera salir del cuartel desde las tres de la tarde hasta el día siguiente no encontró otra estratagema mejor que contraer matrimonio. A la novia tuvo que convencerla con sus mejores dotes de farsante. Trabajaba entonces Joaquín en el diario Última hora de la capital palmesana (propiedad por cierto de Pepe Tous, el que luego fue marido de Sara Montiel) donde ejercía… ¡de responsable de la sección de política internacional!

Ya ha llovido desde entonces. Joaquín tuvo muchos otros amores, tras el desastre de su matrimonio, como era de prever. Tiene dos hijas, Carmela y Rocío, veinteañeras, de la unión fugaz con la hija de un Ministro. Y desde hace una larga década convive con la sudamericana Jimena Coronado, que es su dulce sombra, sin la que él no sabría desenvolverse en su diario quehacer.

¿Nos creemos que Joaquín Sabina se retira… o es un "farol"? ¿Hará como esos toreros a los que tanto admira, caso de José Tomás, que anuncian que se van, y luego reaparecen? Con este admirado caballero nunca se sabe. Por lo pronto, estén atentos a su próxima gira… ¿de despedida?

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