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Antonio Flores no pudo soportar la muerte de su madre

Se cumplen ahora veinte años de la desaparición de Antonio Flores, que ciertamente no pudo soportar la pérdida de su madre.

Se cumplen ahora veinte años de la desaparición de Antonio Flores, que ciertamente no pudo soportar la pérdida de su madre.
Antonio Flores | Archivo

¿Qué llevó a la muerte a Antonio Flores? Dos cosas, que se sepan: la depresión en que quedó sumido tras la muerte de su madre, tan sólo dos semanas antes de irse de este mundo también y, desde luego, sus adicciones. Que yo sepa no se ha revelado nunca quién introdujo al hijo de Lola Flores y Antonio González en ese mundo tenebroso. Tampoco es fácil determinarlo.

Pero conservo las confesiones que me hizo el representante de "La Faraona", Pepe Vaquero, persona intachable en su quehacer profesional, que conocía a fondo a la familia Flores, y no creo me mintiera en lo que hoy les cuento: "Lola estaba desquiciada desde que su hijo andaba en tan malas compañías y me pidió si podía yo ayudarla para que Antonio volviera al buen camino. Me enteré con quién salía: una chica argentina, que en Marbella, cuando se veía con él, se vestía todos los días así como de tigresa. Muy provocativa la muchacha. Ella fue la culpable de todo, la que lo metió en la droga. Cuando a él lo llamaron a la "mili", que le tocó cumplirla en Segovia, alquilaron allí un piso, que compartían cuando Antonio tenía pase de pernocta. Le oí decir un día a Lola que la madre de aquella chica estaba grave, en Buenos Aires. Entonces urdimos un plan: le sacamos un billete de avión, de ida y vuelta, para que no se mosqueara, aunque sin ponerle la fecha del regreso, ya que a los dos días de haberse ido a la Argentina, anulé la vuelta. Y así es como nos la quitamos de encima y Lola respiró un tiempo. Supimos más tarde que tal joven terminó su vida en Brasil con una hermana, las dos drogadictas, las dos muertas".

Lola Flores internó a su hijo en una clínica para que se desintoxicara. Y salió de allí aparentemente curado. Pero su final, el 30 de mayo de 1995, fue trágico. El médico que certificó su fallecimiento dejó escrito que fue a consecuencia de una asfixia tras un vómito. Pero, ¿qué es lo que provocó tal cosa? Investigaciones posteriores dieron por sentado, según contaron los medios de comunicación, que Antonio González Flores, de treinta y tres años, fue víctima de una sobredosis de barbitúricos y alcohol. Cierto es que, aparte de sus excesos etílicos, tomaba algunos medicamentos para controlar su estado anímico. Llevaba decaído quince días desde que Lola, su madre, desapareciera para siempre. No pudo aguantar el dolor que le produjo su óbito. De rabia, e impotencia, de desesperación, había golpeado una pared y llevaba la mano derecha vendada la madrugada en la que dejó este mundo.

Aquella noche trágica, la del 29 al 30 de mayo, Antonio Flores estaba en la caseta del jardín de "El Lerele", el chalé familiar. Lo había mandado montar la propia Lola, por dos razones: una respetando el deseo de su hijo de tener independencia, y la otra, para tenerlo lo más cerca posible.

Parecía que se iba recuperando, a lo que sin duda contribuyó su reciente actuación en Pamplona (que a la postre sería la última de su carrera), donde fue aclamado por una multitud de entusiastas, que a su vez le mostraron su respeto por el luto que arrastraba. Los amigos de Antonio, sabiéndolo tan sensible, tan inestable y preocupado, procuraban no dejarlo solo. Así, en esa citada negra noche, las hermanas Chelo e Irene Chamorro, cantantes, que a veces le hacían coros, estuvieron muy pendientes de él, que aprovechaba las madrugadas para escribir letras de canciones, pensamientos, en tanto se tomaba algún que otro lingotazo y alguna pastilla. Ellas contarían luego que Antonio se acercó a la piscina, mojándose el rostro simplemente, se tomó un whisky, volvió a la cabaña y se acostó en su habitación. En otra, descansaban las Chamorro quienes, poco antes del amanecer, entraron a ver cómo se encontraba Antonio, ya sin vida.

Antonio González Flores nació en Madrid el 14 de noviembre de 1961. Fueron sus padrinos la condesa de Romanones y el matador de toros Antonio Ordóñez. Nunca le gustó estudiar y terminaron, ya de jovencito, expulsándolo del colegio. "Era lo que yo buscaba", confesaría cuando empezó a ganarse la vida como cantante: "He sido vago durante dieciocho años, viví de lo que le sacaba a mis padres y a mi hermana Lolita; ahora es cuando no dependeré de ellos". Rebelde, bohemio, Antonio siempre estuvo cerca de los suyos, aunque tuviera temporadas en casa propia, con Ana Villa, la madre de su hija Alba. Se separó pero no olvidó a su pequeña, dedicándole una sentida canción. Su lanzamiento discográfico se produjo en 1982 con "No dudaría". Le costó ser un artista rentable, pues sus primeros álbumes tuvieron tibia acogida. Sólo grabó cinco. "Siete vidas" y sus versiones de “Pongamos que hablo de Madrid” y “Sabor, sabor” han quedado en la memoria de sus seguidores. Un cantautor de baladas urbanas que, dentro del pop rock intentó tener voz propia.

Lástima que su temprana desaparición nos privara de seguir apreciando su indudable talento. Ensayaba mucho con su guitarra. Yo lo sorprendí alguna tarde en "El Lerele", mano a mano con su padre que, en pijama, ensayaba diariamente y creía mucho en el porvenir musical de su retoño. También rodó unas cuantas películas: Colegas, Calé… e intervino en varias series de televisión, entre ellas Turno de oficio y Los ladrones van a la oficina. Destacaba por su fotogenia y su espontaneidad ante las cámaras. Pero lo suyo, ya decíamos: procurarse buenas historias, una música inspirada y un sonido diferente a otros. Se fue hace ahora justo veinte años cuando iba camino de ser una figura en su género.

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