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Robert Johnson, el hombre al que acuden las leyendas

Ahora que se cumplen 77 años de la muerte del genial artista, todavía flota en el aire la leyenda de su talento y del oscuro modo en que obtuvo.

El mayor de los misterios de la música moderna aparece marcado en los mapas junto a un cruce de caminos de Clarksdale, Mississippi. Algunas voces dudan sobre la ubicación exacta de dicha intersección, buscando para sí la dudosa gloria de figurar en la historia como el lugar en el que Robert Johnson vendió su alma al diablo. Ahora que se cumplen 77 años de la muerte del genial y misterioso artista, todavía flota en el aire la leyenda de su extraordinario talento, y del oscuro modo en que, según las malas lenguas, lo obtuvo. Pero al margen de esta polémica, en la que superstición y mito se disputan el protagonismo de la historia, resulta indudable la tremenda influencia que el blues de Johnson ha tenido en el rock and roll y en buena parte de la música moderna. Así lo reconocen sus numerosos descendientes artísticos, como Eric Clapton, The Rolling Stones o Led Zeppelin, entre otros.

Los orígenes de la figura en cuestión hunden sus raíces en la pequeña localidad de Hazelhurst, en mayo de 1911. La zona de las plantaciones del Delta del Mississippi funcionará a intervalos irregulares como hogar para el pequeño Robert y le servirá, además, para escuchar de cerca la música más temida por las gentes de bien: el blues, la "música del diablo" que funcionaba como contrapunto al góspel. Y es que en las letras del blues se hablaba (muchas veces, en clave) de sexo, muerte, rebeldía, sufrimiento y todas las pasiones que agitan al ser humano.

Este universo lírico, unido al ambiente más bien peligroso e insano de los clubes en los que sonaba el lamento de la tierra conocido como blues, le daba al género una siniestra reputación, que fue secundada con crecientes rumores de cómo los músicos lograban sus habilidades. Y en el caso del pequeño Robert, no parecía que fuera a ser un gran guitarrista como sus ídolos y maestros Son House, Charley Patton o Skip James. El primero de ellos recordaba haberle conocido como un chaval con talento para la armónica, pero totalmente negado para las seis cuerdas.

En esta situación estamos cuando, allá por 1930 y tras el fallecimiento de su primera esposa al dar a luz, Robert rompe con su pasado y entra en una dinámica nómada, dedicado a viajar en vagones de mercancías de un sitio a otro, para mejorar su habilidad musical, conocer mundo, mujeres y aficionarse de forma peligrosa al alcohol y a las compañías de dudosa reputación…. ¿Les suena de algo? Sí, demasiados tópicos juntos sobre una estrella del rock and roll dos décadas antes de haberse inventado el término. El caso es que, unos meses después de esta partida, Johnson regresa a la zona de sus orígenes con un cambio que sorprende a propios y extraños: aquel guitarrista mediocre tenía ahora una técnica tan sorprendente como elaborada, secundada por una utilización increíble del slide y voz y composiciones propias y de altura.

Una de las explicaciones acerca de este cambio, podrían haberla buscado en el aprendizaje del joven en sus viajes, conociendo diferentes músicos y técnicas y llegando así a lograr aquel nivel. Pero en un entorno lleno de creencias y supersticiones, se extendió la idea de que el joven Robert había vendido su alma al diablo a cambio de que éste le otorgara la maestría a la hora de tocar el blues. ¿Cómo lo había logrado? Muy fácil, o al menos eso decían otros músicos del lugar: sólo tenías que acudir con tu guitarra a un cruce de caminos a medianoche. Allí, un hombre de gran tamaño la tomaría de tus manos, la afinaría e incluso tocaría un par de piezas con la maestría suficiente para que, al terminar, la pericia del mismísimo diablo (encarnado en aquel hombre enorme) pasase de sus dedos al instrumento. Sólo habría una condición: a cambio, habrías de darle tu alma, tras disfrutar de un período de éxito en la tierra (no especificaban cuánto tiempo conseguías, aunque la serie de televisión Supernatural –que adaptó en un episodio el mito de Robert Johnson con gran respeto – estimaba que, transcurridos diez años, el diablo reclamaría la deuda). Otra visión de aquel suceso concreto, la encontramos en el film O Brother de Joel y Ethan Coen; aunque en esta ocasión, el joven guitarrista que se encuentran los protagonistas de la cinta resulta llamarse Tommy Johnson, nombre real de un músico contemporáneo de Robert que hizo correr la voz sobre su propio pacto con el diablo.

En un terreno algo más mundano, la fama de Johnson como intérprete comenzó a extenderse por los alrededores, con sus composiciones "Sweet Home Chicago", "Love in Vain" o su desgarrador y sexual "Terraplene Blues". Canciones que ejecutó con su particular estilo en las únicas dos sesiones de grabación que realizó en su vida: la primera de ellas tuvo lugar en una habitación de hotel de San Antonio en 1936, donde dejó constancia de la imagen de una encrucijada en la vida de un músico con Cross Road Blues. Al año siguiente, realizaba la segunda sesión, que posteriormente reuniría en el sello Vocalion y que buscarían eminentes folcloristas en las décadas siguientes, para acabar formando parte de una compilación imprescindible llamada King of the Delta Blues Singers.

En el reducido listado de canciones grabadas por el músico, encontramos también composiciones de turbias referencias, como "Me and The Devil Blues" o "Hellhound On My Trail". Canción esta última en la que el artista huía de un perro del infierno que seguía su rastro, nada menos. Una persecución que llegó a su fin al año siguiente, un 16 de agosto de 1938. Tres días antes, Johnson había estado actuando en un local en el que no pudo despegarse de sus dos pasiones más acuciantes, al margen de la música: las mujeres y la bebida. Robert había estado flirteando (y puede que algo más) con una chica casada, algo que el marido decidió vengar a través de una botella de alcohol envenenada con alguna sustancia indeterminada (sobre esto, como sobre todo en la vida de Robert Johnson, hay opiniones encontradas en cuanto al tipo de veneno). El bluesman se debatió entre gritos de agonía y aullidos durante tres días, hasta que falleció y fue enterrado en una tumba cuya ubicación, aún a día de hoy, no ha quedado establecida con seguridad. Tenía 27 años de edad y en su nombre completo, una letra jota en las iniciales: un patrón que se repetiría en nombres como Jim Morrison, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Brian Jones o, más recientemente, Amy Jade Winwhouse. La letra jota y los 27 años de edad en el momento de la muerte.

Por supuesto, la gente de la zona habló durante un tiempo, siempre lo hace. Dijeron que, años después, el diablo había venido a cobrarse su deuda y aquel chico pendenciero y arrogante había pagado el precio de jugar con la oscuridad. Pero su figura tuvo, tras su muerte, el reconocimiento del que no había gozado en sus pocos años de vida: años después sería reivindicado por toda una generación de artistas como los nombrados al comienzo de este artículo, quienes le auparon a un lugar de privilegio en los orígenes del rock. En la apoteosis del blues clásico. En ese escogido lugar al que acuden las leyendas de la música cuando, a falta de dioses o demonios, tan sólo quieren tener "unas palabras con El Hombre". Allí vive para siempre Robert Johnson, el hombre al que acuden las leyendas.

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