Los fastos en honor del Real Madrid han tenido como fondo musical los dos himnos oficiales del club, aunque hay otras canciones alusivas al club merengue. Sobre el más reciente de esos himnos, creación de Plácido Domingo, nada hemos de objetar respecto a la interpretación magnífica del tenor madrileño, nacido en la calle de Ibiza. Una marcha lírica, yo diría también que con un ligero fondo épico, y de resonancias sinfónicas, que engrandece la pieza. Y se nota con qué vehemencia, entusiasmo y pasión lo canta, quien es declarado hincha, que no suele perderse acontecimientos históricos de su equipo, en directo, como la pasada final de la Champions en Gales. Su amigo, Florentino Pérez, ¡faltaría más! le proporciona las facilidades necesarias para complacer su presencia en el estadio que sea, incluso si se tercia, una plaza en el mismo avión del equipo.
Ahora bien, sobre el himno grabado por Plácido Domingo, cuyo título es "Hala Madrid y nada más", me pregunto si un razonable número de seguidores del club blanco se sabe la letra, y la música por supuesto. Me temo, pues no hay que hacer encuestas al efecto, que apenas si unos miles de ellos se sabrán el estribillo. En cambio, estoy más seguro con respecto al anterior, al primer himno, "¡Hala Madrid!", que no sólo por su antigüedad, sesenta y cuatro años, sino porque es más fácil de retener en la memoria, ha sido millones de veces ya coreado. ¿Saben ustedes cómo se fraguó "¡Hala Madrid"! y quién lo estrenó? Me lo contó el propio cantante, un manchego natural de Tomelloso y recriado en Albacete, José de Aguilar.
Fue una peña madridista El Club, cuyo domicilio social estaba radicado en la calle de la Victoria, a espaldas de la Puerta del Sol. Sus directivos, imagino que autorizados por el Presidente del Club, don Santiago Bernabéu, se dispusieron a buscar un intérprete adecuado, tras encargar la letra a Villegas y la música al muy conocido entonces maestro Marino, autor de populares pasodobles. Este himno al Real Madrid lleva precisamente ritmo de pasodoble-marcha. José de Aguilar, tenía veinticuatro años en aquel 1953, que es cuando lo registró el disco. Era entonces considerado un excelente vocalista, aquel que al frente de una orquesta entonaba las canciones de moda. Él tenía desde luego un repertorio propio, del que recordamos el huapango "Torito bravo" y un mambo guaracha, "María Cristina me quiere gobernar". Poseía condiciones de tenor lírico, lo que le permitía abordar piezas de zarzuelas y otros géneros en boga. Luis Mariano, al escucharlo, quiso llevarlo a París, pero al final él optó por marcharse a tierras hispanoamericanas, donde pasó una larga temporada.
El disco con el himno del Real Madrid hizo furor enseguida:
De las glorias deportivas
que campean por España
va el Madrid con su bandera,
limpia y blanca que no empaña.
Y el estribillo:
¡Hala Madrid!, ¡Hala Madrid!, ¡Hala Madrid!
noble y bélico adalid / caballero del honor.
El final, acaso con texto algo cursi con la óptica actual, concluía:
Los domingos por la tarde
caminando a Chamartín,
las mocitas madrileñas,
van alegres y risueñas
porque juega su Madrid.
Me comentó José de Aguilar que no era aficionado al fútbol. Y aun consciente de que su voz sonaba cada quince días en el viejo estadio de Chamartín, luego bautizado con el nombre de su presidente manchego de Almansa, nunca tuvo ganas de ir al campo. Tampoco lo llamaron nunca del club, ni se les ocurrió a nadie de la directiva madridista invitarlo a cualquier efeméride. La peña que lo había contratado para el disco le pagó cinco mil pesetas. Una cantidad razonable entonces, aunque notablemente inferior a la difusión que tendría el himno. En una de las ediciones del himno, en la cara "b" del disco figuró "La saeta rubia", tema dedicado a quien fue su gran figura, Alfredo di Stéfano.
Lo chusco de la biografía de José de Aguilar es que unos años más tarde grabó también el himno del Atlético de Madrid, el club rival de los "merengues". Esta vez él tomó parte en la letra y la música con otro colaborador. Cuando lo entrevisté, mediados los años 90, actuaba en un club a espaldas de la Gran Vía madrileña, muy concurrido de parejas jubiladas. Vivía gracias a las nostalgias de las canciones que en décadas anteriores había popularizado. Por supuesto era ajeno al historial futbolístico de los dos clubs a los que había cantado. Creí advertir en su modo de hablarme una cierta frustración. Cuando murió finalizando el siglo, nadie que yo recuerde le dedicó siquiera las migajas periodísticas de un breve obituario.