Cae el telón por segunda vez. El patio de butacas respira aliviado, tras un largo rato de crujido de sillas, cambios de postura y hasta alguna deserción. Son habituales en el género lírico las funciones de interminable duración, y el público se atiene a ello, pero -y ahí va una afirmación poco ortodoxa- el entretenimiento siempre debería primar por encima de la intención artística.
Como homenaje al tercer centenario del fallecimiento del compositor alcarreño Sebastián Durón (1660-1716), el Teatro de la Zarzuela ofrece un díptico cuya duración es solo uno de sus excesos. La guerra de los gigantes y El imposible mayor en amor, le vence Amor son dos caras diferentes de un genial músico a redescubrir -como también lo es su encantador lugar de nacimiento, Brihuega-.
La guerra de los gigantes, con libreto de autor desconocido, es una ópera destinada a voces femeninas, sin diálogo, complicada de representar y necesitada de una puesta en escena con personalidad. El director, Gustavo Tambascio, ha sorteado el problema trasladando el Olimpo, el ataque de los gigantes liderados por Palante y la intervención del galante Hércules a 1959, con una empresa liderada por mujeres como escenario, que celebra las nupcias de una de ellas con despliegue de medios. Así, entre fotógrafos, deslumbrantes vestidos y peinados Arriba España se desarrolla un montaje espectacular y kitsch, con cierta voluntad de provocación -más cercano a los que hace el Teatro Real- y con varias sorpresas que es mejor no desvelar. El espectador más conservador levantará la ceja más de una vez, divertido o escandalizado, pero acabará rindiéndose a las cuatro imponentes protagonistas. Cristina Alumno, Mercedes Arcuri, Giuseppina Brideli y Mariana Flores, como Palante, Júpiter, Minerva y Hércules respectivamente ofrecen una auténtica lección de sabiduría musical y perfección vocal, de técnica y de talento. Si tienen la suerte de estar cerca de Flores cuando esta canta desde el pasillo central descubrirán lo que es tocar el cielo. O el Olimpo.
Muy diferente resulta El imposible mayor en amor, le vence Amor -no le den más vueltas al título-. Zarzuela con un libreto de Francisco de Bances Candamo y José de Cañizares que toma de la mitología griega el cortejo múltiple a Dánae. El montaje es puramente clásico, con telones pintados, abundancia de querubines y pelucas, gusto preciosista por el detalle, algo parecido a lo que debió de verse en su estreno original en 1710. Tras el rompedor título anterior, este resulta un vaso de agua fría -y este adjetivo no es gratuito-, vistoso pero sin alma, excesivamente formal. Uno solo puede agarrarse a la música para centrar su atención, por mucho que en el aspecto vocal también vuele muy alto -y aquí hay que mencionar al director musical, Leonardo García Alarcón, que ejecuta un trabajo de gran limpieza, bien acompañado de la formación vocal Capella Mediterranea-.
En resumen, cuatro horas de música barroca, dos muy estimulantes, otras dos para disfrutar sin sobresaltos. Acudan muy despiertos y con el oído dispuesto: este recital barroco tiene mucho que ofrecerles.