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Disfrutar de una tarde en Las Ventas: entre hombres, toros… y dioses

Durante un mes Madrid es la capital mundial del toreo: San Isidro es la feria más importante del mundo y Las Ventas se convierte en todo un templo.

Durante un mes Madrid es la capital mundial del toreo: San Isidro es la feria más importante del mundo y Las Ventas se convierte en todo un templo.
Un espectáculo único

Siempre he pensado que una buena tarde de toros no empieza en Las Ventas, sino algo más arriba de la calle Alcalá, en la Plaza de Manuel Becerra. No es que allí pase nada especial, pero en ese tramo de calle –unos 300 metros- que separa la plaza de La Plaza ya bullen la afición y lo taurino: la gente tomando algo antes de la corrida, las conversaciones sobre lo que pasará, la expectación o, simplemente, la emoción de los que se van acercando a Las Ventas.

Luego, ya frente al bellísimo coso neomudéjar las sensaciones se disparan: una de las cosas que más me gusta de los toros es, precisamente, ese ambiente que rodea a la plaza y que es imposible vivir en ningún otro espectáculo público: ni en el fútbol ni en ninguna otra cosa se encuentra esa mezcla de pijerío, clase media, gente de extracción más popular y caspa –sí, reconozcámoslo, una extraña, españolísima y muy auténtica caspa- que le dan a la plaza de Las Ventas su peculiarísimo tono.

Porque los toros tienen, entre otras virtudes, que son un punto de encuentro entre clases sociales, especialmente en Madrid y durante la Feria de San Isidro: desde los que compran una entrada barata de sol por unos cinco euros a las barreras del tendido nueve –la mejor localidad de sombra- hay decenas de euros de diferencia y todo un mundo económico, pero allí están los dos y, entre ambos, todas las clases medias que podamos imaginar.

6 toros 6

Una corrida comprende la lidia y muerte de seis toros. Los dos términos son esenciales: lidia y muerte, matar al toro pero también todo lo que hace que eso sea algo más que un simple caso de maltrato animal.

Y lo que suele quedar detrás de las cámaras o más allá de la atención de los espectadores es precisamente esa lidia, que sólo los buenos aficionados entienden pero que hace realmente interesante todo lo que ocurre ante nuestros ojos: la importancia de si el toro cabecea, de lo que se espera que haga frente al burladero o al caballo, de lo que decide el torero en cada momento, y si está muy cerca o muy lejos de lo que debería haber decidido.

Otra de las cosas que me gustan de los toros es la cantidad enorme de actores secundarios que requiere una corrida: los subalternos de la cuadrilla, banderilleros, picadores, pero también otras tareas menos glamurosas pero igualmente imprescindibles que hacen que todo vaya transcurriendo según se espera: desde el que abre la puerta de toriles para que salga el toro hasta los areneros que arreglan el ruedo, pasando por los alguacilillos o el operario que repasa las líneas de cal de los tercios, vestido completamente de blanco como si él mismo fuese parte de esas líneas.

Todos, y esto es lo notable, tienen o tratan de tener una actitud torera en el ruedo, mostrando un respeto y una reverencia por lo que ocurre en la plaza que en pocos sitios se ve. Y algunos hasta logran convertirse en estrellas de lo suyo, pese a su papel en principio secundario, como aquel banderillero de figura oronda pero técnica infalible al que apodaban "el Formidable" y que era un auténtico ídolo de Las Ventas; o más sorprendente todavía, el mítico mayoral Florito, considerado –¡y merecidamente!- todo un genio por su capacidad para que los cabestros saquen a los toros rechazados del ruedo a una velocidad asombrosa.

El matador y la muleta

Pero lo que casi todos han venido a ver es la faena de muleta, y también tiene su lógica: es la parte del espectáculo en la que realmente está el enfrentamiento entre el hombre y el animal, a solas, cara a cara y sin nada entre ellos más allá de un pequeño trapo rojo.

El toro y el toreo se enfrentan y el resultado es inequívoco: los dos no pueden salir por su pie de la plaza –en realidad pueden, pero sólo en el excepcional caso del indulto del toro-. Por eso es también excepcional una tarde de toros: porque todos sabemos que la muerte está cerca de nosotros y que puede llegar en cualquier momento. Y en una sociedad segura, higiénica y casi anestesiada ya nunca vivimos esa presencia de la muerte, del riesgo, del todo o nada.

Y por eso los toreros siguen siendo personajes especiales, más allá de que hoy en día ya no sean ni la mitad de populares que los futbolistas y sus triunfos no se celebren en Cibeles. Pero cuando un matador sale por la puerta grande -como Miguel Ángel Perera ha hecho dos veces este San Isidro-, al menos en esos metros entre la arena y su furgoneta en la calle de Alcalá, es más un Dios que un hombre.

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