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Adiós a Canito, el de la gorrilla blanca

Captó los momentos previos y posteriores de cuanto Manolete hizo antes de caer mortalmente herido ante las astas de Islero.

Ha muerto Canito y con él desaparece el más popular de los fotógrafos taurinos del último medio siglo. Se le reconocía fácilmente por cualquier aficionado cuando en la puerta de cuadrillas se movÍa ágilmente para captar el paseíllo de los toreros, porque lucía una gorrilla blanca, de particular visera que no se quitaba nunca durante el transcurso del festejo, y hasta si era temporada veraniega usaba fuera de las plazas. No se perdía detalle alguno desde el callejón, situado en el lugar destinado a los profesionales de la cámara. Pero él no era un fotógrafo más. Los hay con verdadera maestría artística, más en él primaba su visión como reportero especializado.

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Canito, en Pamplona en 2013. | EFE

Cualquier fotógrafo puede captar imágenes del evento que se quiera pero en el caso que nos ocupa se valora el conocimiento exacto de las suertes del toreo. Un hombre como Canito "se anticipaba" dentro de lo posible a lo que pudiera realizar un diestro ante la res de turno. De ese modo lograba reflejar el instante preciso de un natural o una revolera. ¿Por qué? Conocimientos aparte de la técnica fotográfica, Canito poseía los más completos de la Fiesta: había sido novillero en su juventud, o al menos intentó triunfar en el arte de Cúchares, hasta que se percató que lo suyo no era vestirse de luces. Por eso, para mantener viva su afición inmensa se convirtió en reportero gráfico.

No había en la década de los 40, como es fácil suponer, máquinas y sobre todo teleobjetivos como luego fueron apareciendo. Ni facilidades para el revelado, rápido y seguro. Pero la intuición, ¿por qué no?, la sabiduría también, hicieron de Canito un profesional riguroso. Como iba a las ferias más importantes y se hizo amigo de muchos diestros, conseguía que la mayoría de ellos le encargara lotes de fotografías de sus faenas más relevantes. De ese modo, Canito iba ganándose la vida más que dignamente.

La trágica tarde del 27 de agosto en Linares

Uno de esos toreros de la citada década de los 40 fue Luis Miguel Dominguín. Era entonces, como se diría ahora en lenguaje actual, un matador emergente. Competía con Manuel Rodríguez Manolete en su afán por arrebatarle el cetro del toreo, lo que no se lo ponía fácil el cordobés. Luis Miguel contrató a Canito para que lo acompañara en algunas plazas en la temporada de 1947. Y aquella trágica tarde del 27 de agosto en Linares, Canito se encontraba con sus cámaras (usaba varias) para reflejar el acontecimiento. No era de gran relevancia, por mucho que el coso jiennense y su feria tuviera eco en Andalucía. Canito tomó imágenes del paseíllo, con Gitanillo de Triana, Manolete y Luis Miguel. Estaba claro que Canito debía estar pendiente de este último, el que lo había contratado. Mas seguía asimismo las faenas de los otros matadores.

Captó los momentos previos y posteriores de cuanto Manolete hizo antes de caer mortalmente herido ante las astas de Islero. Como de lo que aconteció en la enfermería y luego en el hospital donde a las cinco de la mañana del 28 de agosto de aquel funesto 1947 expiraba "el Monstruo" ,como lo motejó Ricardo García K-hito, uno de los pocos críticos presentes en el festejo. También Canito fue el único fotógrafo que asistió y tomó imágenes de la cogida y muerte de Manolete, que darían la vuelta al mundo, inmortalizarían al torero muerto al tiempo que el autor de aquel valiosísimo material gráfico entraría también en la historia del periodismo.

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Muerte de Manolete

Canito quedó impresionado por cuanto contempló y retuvo su cámara aquella tarde. Las fotografías de la cogida mortal de Manolete se insertarían millones de veces en diarios y libros; no siempre percibió sus correspondientes derechos de autor. Canito continuó con su presencia en las plazas de toros de toda España –también de América en ocasiones- y hasta hace muy pocas temporadas siguió, con su gorrilla blanca como signo de identificación, paseándose por los ruedos y los callejones.

Poseía un inmenso archivo de negativos. Y en su historial de interminables anécdotas, los recuerdos de sus amistades con grandes personajes, como Ernest Hemingway o la gran estrella Ava Gardner. Sabía ser discreto y no disparar el objetivo de sus cámaras cuando pudiera perturbar la intimidad de esas glorias. Hace pocos años seleccionó un lote de aquellas fotos y las publicó en un hermoso volumen, exquisitamente editado. Vino a ser su último legado, su mejor testamento para cuantos lo admirábamos, y al que hoy lloramos. Longevo, vivía últimamente en una residencia de su tierra valenciana, que tanto quiso. A Canito lo echaremos siempre de menos cualquier tarde de toros.

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