Hace no mucho, unos meses quizá, leía la noticia de que Ryan Giggs se convertía en el futbolista con más partidos disputados en la Premier League, adelantando al guardameta David James. En el tercer lugar, muy cerca de ambos, aparecía un futbolista bastante menos conocido para el público en general, Gary Speed.
Sinceramente, he de decir que me sorprendió. No tanto por el registro del jugador del Manchester United, sino por encontrar ahí, tan cerca de él, a este futbolista galés. Algo que, sin ninguna duda, demuestra la importancia que tuvo el centrocampista en la liga inglesa. Además, hasta su marcha a la Championship era, precisamente junto a Giggs, el único futbolista que había marcado al menos un tanto en todas las ediciones de la Premier League.
Y he de reconocer que me alegré. Speed fue uno de los integrantes de aquel Newcastle que, comandado por Sir Bobby Robson y con los Kieron Dyer, Craig Bellamy, Alan Shearer, Laurent Robert, Nobby Solano, Lee Bowyer o Shay Given, volvió a disputar el título inglés después de un complicado periodo, brilló en la Champions League venciendo a la Juventus o al Inter, y cayendo eliminado por el Barcelona, y llegó hasta las semifinales de la Copa de la UEFA.
Un Newcastle, en definitiva, que deslumbró en la Premier y en Europa, enamoró a muchos aficionados del Viejo Continente, y terminó de convencer a aquellos que ya habíamos iniciado nuestro idilio con los urracas años antes, en la étapa de David Ginola y los dos subcampeonatos consecutivos.
Pero no sólo en el Newcastle brilló Speed, considerado por muchos como un centrocampista total, que no era un diez en nada pero sí al menos un siete en todas las facetas del juego. Se dio a conocer en el Leeds United, el último Leeds glorioso, al que llegó con 19 años en la segunda división, y con el que se proclamó contra todo pronóstico campeón de la liga inglesa –a apartir de ese año, Premier League- en 1992, gracias sobre todo al gran trabajo en la medular de Speed y Batty, y a la calidad arriba de un entonces semidesconocido Eric Cantona.
En 1996 dio el salto al Everton, donde rindió a un gran nivel durante dos temporadas. Diversas confrontaciones con la directiva provocaron su salida en el verano del 98, siendo el Newcastle el que anduvo más rápido para llevarse al excelente centrocampista. Tras seis años en la ciudad del norte de Inglaterra, y formando parte del último gran Newcastle, se marchó al Bolton, donde siguió dando clases magistrales de cómo se juega con la pelota.
Ahí, junto al español Ivan Campo, con el que compartió numerosas tardes la manija del equipo desde la medular, llevó al club a sus mejores registros históricos, clasificándolo por primera vez en sus más de 130 años de existencia para competiciones europeas. En 2008, ya con 39 años, se marchó al Sheffield United, de la Premiership, donde se retiró dos años después.
Nada hacía pensar que tan poco tiempo después de leer aquella noticia, iba a encontrarme con otra tan funesta. Nadie se podía imaginar que Gary Speed aparecería ahorcado en su propia casa, como lo demuestran las reacciones de sus compañeros, de sus rivales, de sus amigos.
Craig Bellamy fue uno de los más afectados. Compañero suyo en el Newcastle y en la selección galesa, pidió a su entrenador que no le alineara en el importante encuentro que su actual equipo, el Liverpool, iba a disputar ante el City. Shearer, Iván Campo, Beckham, Savage, Xabi Alonso o Michael Owen también mostraron su profunda tristeza.
Ryan Giggs, con el que siempre fue de la mano, aseguró que se encontraba "completamente hundido", porque "Speed fue una de las mejores personas del mundo del fútbol, y alguien de quien me siento orgulloso de poder decir que fuimos amigos". Pero quizá la imagen más desgarradora fue la del guardameta Shay Given, con el que coincidió en el Newcastle, y quien no pudo reprimir las lágrimas durante el minuto de silencio que le brindó su actual equipo, el Aston Villa.
Porque Gary Speed fue un futbolista muy querido por todos. Siempre había una buena palabra para él cuando se le preguntaba a algún futbolista sobre su persona. Y hablamos de mientras vivía, que es más complicado. No ahora, con su devastadora muerte. Por algo, fue el capitán en todos los equipos en los que jugó. En todos, incluso el Everton, donde sólo estuvo dos temporadas. "Era el deportista más perfecto que se pueda imaginar", comentaba un ex entrenador suyo.
Por eso, su muerte sobrecogió a todos. Sobre todo, por la forma en que se produjo. Normalmente, es difícil de explicar un suicidio. Pero en este caso quizá lo sea más. "Algunas veces hay indicios de que algo no está bien", comentaba Gordon Strachan, antiguo compañero en el Leeds, "pero esto llegó completamente por sorpresa". Las cosas parecían irle bien. Desde 2010 dirigía a la selección galesa, sustituyendo a John Toshack, y ganándose los elogios de propios y extraños por las grandes mejoras que había llevado a cabo en tan poco tiempo.
Speed había vuelto a hacer soñar a su país. Pero él no vivía ese sueño. Él vivía una pesadilla que hizo que decidiera abandonar este mundo, dejando atrás una carrera futbolística de leyenda, muchos amigos, numerosos fans, y sólo buenas palabras, buenas palabras que ahora se magnificarán y se multiplicarán, pero que siempre le acompañaron durante los veinte años en los que se ganó el respeto y el cariño de todos y cada uno de sus aficionados.