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España le demuestra a la URSS quién manda en Europa

La selección española alcanza, por fin, la cima del fútbol europeo tras superar a los soviéticos en el Santiago Bernabéu.

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21 de junio de 1964. Ocho y diez de la tarde. Toda España pendiente de la cabalgada de Chus Pereda por la banda derecha del Santiago Bernabéu. El futbolista del Barcelona pone el balón en el área y Marcelino aparece para ejecutar un testarazo inapelable que supera a Lev Yashin, el mito. En una época en la que las alegrías deportivas no predominaban, todos los españoles gritaron al unísono para celebrar el tanto. Minutos después, el país entero era un fervor. España se había proclamado campeona de Europa. Acababa de entrar en la leyenda.

Aquel mes de junio de 1964 venía marcado en rojo en el calendario de los españoles, que por primera vez iban a ser los anfitriones de un gran acontecimiento deportivo. Nada menos que la Copa de Europa de Naciones. Una fecha para que los aficionados se permitieran el lujo de soñar, para que el Gobierno de Franco mostrara al resto de Europa su aperturismo. Y para que los jugadores pudieran sacarse la espina tras el duro revés sufrido cuatro años antes.

Una fase previa perfecta

Por eso, España se desempeñó con tanta brillantez durante la fase previa. La lista de países participantes se había ampliado de 17 a 29 selecciones, con las incorporaciones destacadas de Inglaterra, Italia, Holanda y Suecia. Alemania Federal era la única potencia que aún se resistía. A pesar de la desilusión inicial, Francia'60 había establecido sin duda unas bases muy sólidas para el creciente éxito de la competición.

El camino de la selección española no se presumía fácil. Villalonga tenía la difícil misión de renovar el equipo tras el fracaso del Mundial de Chile'62. Algunas estrellas ya estaban en su cuesta abajo. Además, ese mismo año se acordó una regla por la que los jugadores que hubiesen defendido los colores de una selección nacional no podrían defender los de otra.

Luis Suárez fue el futbolista sobre el que giró todo el entramado español. Es El Arquitecto uno de los mejores jugadores de todos los tiempos, el único español que ha ganado un Balón de Oro. Fue el líder del Grande Inter de los sesenta, un equipo que, dirigido por Helenio Herrera, está considerado como uno de los más importantes en la historia del fútbol. Quizá por eso no goza de tanta admiración en nuestro país mientras que en Italia es idolatrado allá por donde va. Al gallego le acompañaban futbolistas como Zoco, Amancio, Pereda o Marcelino y otros más veteranos como Gento o Collar.

En noviembre de 1962 comenzó la nueva andadura. España goleó por 6-0 a Rumanía en los dieciseisavos de final. El valencianista Guillot, con un triplete, fue el protagonista. Un mes después, la selección confirmaba en Bucarest su pase a octavos.

En esa ronda costó más, pero logró deshacerse de Irlanda del Norte. El empate a uno cosechado en San Mamés en mayo de 1963 obligó a asaltar Belfast cinco meses después, con el solitario tanto de Gento. En esa misma ronda caerían Austria, Alemania, Holanda e Italia. Inglaterra lo había hecho antes, a manos de Francia.

Irlanda era el último escollo antes de la fase final. A priori era un equipo inferior, pero el hecho de haber noqueado a Austria le daba cierta vitola de peligroso. Por eso, el 11 de marzo de 1964 el Sánchez Pizjuán se llenó hasta la bandera para contemplar la histórica goleada por 5-1. Amancio y Marcelino lograron sendos dobletes, mientras que Fusté marcó el otro gol. La visita a Dublín fue un mero trámite que España solventó por 0-2.

Toca jugar contra los soviéticos, otra vez

Desde que se conoció que España albergaría la fase final de la Copa de Europa de Naciones, un detalle preocupaba a los políticos españoles: que la URSS se clasificara. Y, obviamente, sucedió. No en vano, se trataba de la vigente campeona de Europa, y a las estrellas ya consagradas, con Yashin a la cabeza, se había unido Voronin. Era lo lógico.

La fortuna quiso que ambas selecciones no tuvieran que enfrentarse en semifinales. La URSS debía medirse a la sorprendente Dinamarca, comandada por el goleador Ole Madsen. En el Camp Nou, los soviéticos no encontraron ninguna dificultad y se impusieron por 3-0, con tantos de Voronin, Ponedelnik e Ivanov.

España hizo lo propio ante una Hungría que representaba la segunda gran etapa del fútbol magiar. Con Florian Albert y Ferenc Bene como principales estrellas, puso en muchos aprietos a los nuestros, que necesitaron de una prórroga para lograr la victoria, gracias a un tanto de Amancio. "Estábamos muy cansados, pero con ese gol sentíamos que llegábamos allí donde queríamos, a la final contra los rusos", declaraba recientemente a Libertad Digital el autor del tanto.

Efectivamente, el morbo estaba servido. Cuatro años después de la renuncia, España debía enfrentarse a la URSS. Y en casa, en Madrid. Ahora no se podía suspender el partido. Varias voces aseguran que Franco se lo volvió a plantear, que volvió a sondear la posibilidad de no jugar y que fue el Ministro Secretario General del Movimiento, José Solís –apodado La sonrisa del régimen y autor de la frase "más deporte y menos latín"–, quien le quitó la idea de la cabeza.

Vista su actitud posterior, y habida cuenta de que recientemente se habían restablecido las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, sobre todo por motivos comerciales, es difícil de creer. Lo que sí es cierto es que hubo ciertas presiones por parte de los más reaccionarios del gabinete para que el partido no se disputara, porque era "una indignidad enfrentarse al enemigo comunista". Pero apenas tuvieron importancia.

Franco lo dejó claro a la hora de disputarse el partido. Las dudas previas eran inmensas. ¿Sonaría el himno soviético? ¿Ondearía la bandera de la hoz y el martillo durante el mismo? ¿Asistiría Franco al palco, sabiendo que si vencía la URSS debería entregarle la Copa al capitán soviético? La respuesta a todas ellas fue positiva. El protocolo fue el habitual. Con el jefe de Estado en el palco, sonaron los himnos oficiales y ondearon las dos banderas. Nada extraño. Toda una lección. Esta vez sí.

Y con Marcelino tocamos el cielo

Curiosamente, a España le tocó ir de azul. Había temor a si acusarían el cansancio del sufrido partido ante Hungría. Pero bien pronto quedó demostrado que no iba a ser así. O, si lo era, iba a quedar suplantado por la calidad y el hambre de victoria de los españoles. "La URSS era un gran equipo. Parecían de otro planeta, pero sentíamos que les podíamos vencer. Nosotros presentábamos una conjunción de furia y calidad. Éramos capaces de ganar a cualquiera", nos declaraba Amancio.

A los cinco minutos, una internada de Luis Suárez terminó con Chus Pereda recogiendo el esférico dentro del área y fusilando a Yashin. Poco iba a durar la alegría. Sólo tres minutos después Jusainov aprovechó un error de Fusté y Olivella para superar a Iríbar, quien durante toda la competición venía demostrando que se trataba de uno de los mejores guardametas de la historia.

El encuentro se convirtió en una batalla táctica, sin ocasiones claras para ninguno de los dos equipos. Pero a falta de seis minutos para el final, cuando los 125.000 espectadores presentes en el Santiago Bernabéu –la mayor entrada jamás registrada en una Eurocopa– se preparaban ya para una agónica prórroga, apareció la magia. El sueño se hizo realidad.

Todo comenzó con un balón recogido por Zoco. Éste abrió a la banda para Rivilla, que prolongó con Pereda. "Por aquí no puedo pasar", pensó, ante la oposición del lateral. Se deshizo de él con el rabo de vaca, el regate mítico de Luis Suárez. "Fue un centro malo", reconoció tiempo después el futbolista del Barcelona. Pero daba igual.

"La obligación de un gran rematador no es rematar solo, sino conocer la forma que tiene cada jugador de centrar". Palabra de Marcelino. El delantero del Zaragoza se lanzó en plancha para rematar el esférico que le había llegado desde la banda, y el balón salió despedido con tanta potencia que Yashin no pudo más que hacer la estatua.

Era el gol más importante en la historia del fútbol español. Y lo siguió siendo hasta hace apenas cuatro años. No obstante, la polémica acompañó a la jugada durante mucho tiempo. Demasiado. Por razones técnicas, el No-Do publicó unas imágenes en las que el asistente del tanto no era Pereda, sino Amancio. No fue hasta 2007 cuando salieron a la luz las imágenes reales. "Yo no tenía ni idea de que me habían otorgado el pase a mí", aseguró el exmadridista.

Para el país, fue una gran victoria justo cuando se celebraban los 25 años de adhesión al Régimen, nacido con el triunfo sobre el comunismo, como sucedió aquella tarde de 21 de junio. "Nunca tuvimos la sensación de que se fuera a suspender el partido ni nada parecido", declaraba Amancio, pero "sí es cierto que en el ambiente había la sensación de que había que ganar al comunismo". "España ha ganado el trofeo, pero suponemos que ha ganado también para el mundo otro partido, como es el de la interpretación de nuestros pasos y nuestra vida en cada instante", señalaban las crónicas del día siguiente, que se dedicaron a llevar la victoria de la selección española a terrenos mucho más elevados que el fútbol. Como había hecho la URSS cuatro años antes.

"Cuando la selección pone el alma, el equipo y la afición no pueden ser otra cosa que un mismo cuerpo. En adelante así será, porque se ha dado el paso decisivo", declaró Villalonga justo después de la victoria. Seguramente no imaginaba que tuvieran que pasar 44 años para que la gesta se repitiera. Para que, como exigía Marcelino hace no muchos años, aquellos héroes del 64 pudieran por fin pasar a un segundo plano.

Ficha técnica de la final

España, 2: Iríbar; Rivilla, Olivella, Zoco, Calleja; Fusté, Suárez; Amancio, Pereda, Marcelino y Lapetra. Seleccionador: Villalonga
URSS, 1: Yashin; Shustikov, Schesternev, Anichkine, Mudrik; Voronin, Korneev; Tcislenko, Ivanov, Ponedelnik y Khusainov. Seleccionador: Beskov

Goles: 1-0, m.5: Pereda; 1-1, m.8: Khusainov; 2-1, m.84: Marcelino
Árbitro: Arthur Holland (Inglaterra)
Estadio: Santiago Bernabéu (Madrid). 125.000 espectadores. 21 de junio de 1960

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