Detrás de un gran éxito siempre se encuentra una gran historia. Eso es indefectible. Y muchas veces, ésta viene formada por pequeños detalles o personas que en un primer vistazo podrían pasar desapercibidas. La conjunción de todos estos factores fue la que permitió que Holanda alcanzara su primer y único gran éxito, en la Eurocopa de 1988. Y aquel hombre en la sombra que resultó crucial, Johan Cruyff.
Él fue quien descubrió a un imberbe Marco van Basten durante un torneo juvenil. "Observad a ese muchacho. Es el nuevo Johan Cruyff" le dijo a los compañeros del Ajax con los que estaba. Poco después, el delantero de Utrecht fichaba por los ajacied, debutando en el 82 en sustitución precisamente de Cruyff. Tanta estima le tenía el Flaco que, tres años después, siendo ya su entrenador, decidió ponerlo de medio centro para que aprendiera a trabajar con el resto del equipo. "Tenía que aprender que si uno no defiende nunca, el equipo pierde".
Pero el culmen en la relación Cruyff-Van Basten llegó a finales de la temporada 1987/88. El delantero había firmado aquel año por el Milan, pero las lesiones le impidieron tener la continuidad que esperaba. Fruto de ello, también fue apartado de Holanda. Estuvo ocho meses sin recibir ninguna llamada de su selección. Por eso, cuando fue citado en la primera lista previa a la Eurocopa. Van Basten pensó que era mejor no ir. Quería descansar, recuperarse anímicamente y, sobre todo, físicamente. No quería acudir a Alemania. Y menos, para ser suplente, consciente de que Bosman partía por delante de él en la posición de nueve.
Entonces, volvió a aparecer la figura de Cruyff. El entonces nuevo entrenador del Barcelona se desplazó hasta Italia para convencer al atacante de que debía ir a la Eurocopa, de que Holanda le necesitaba, de que iba a acabar triunfando. Le dijera lo que le dijera, Van Basten le hizo caso, y acabó siendo incluido en la lista definitiva.
España vuelve a cumplir
La selección española se clasificó sin complicaciones para la fase final. Renovada desde la final del 84 con la incorporación de los principales baluartes de la Quinta del Buitre, terminó en la primera posición en un grupo conformado por Rumanía, Austria y Albania, contando por victorias todos sus partidos excepto la derrota en Bucarest. La única sorpresa de la previa fue la eliminación de Francia, precisamente quien se impuso a España en la final de la Eurocopa anterior.
En Alemania, los hombres dirigidos de nuevo por Miguel Muñoz se iban a emparentar con la selección anfitriona, Italia y Dinamarca. Precisamente el estreno fue ante los daneses, en un duelo que ya se había convertido en un clásico por aquella época. Nada tuvo que ver con el choque de Querétaro dos años antes. España sufrió de lo lindo para terminar imponiéndose por 3-2, con tantos de Míchel, Butragueño y Gordillo.
El segundo encuentro le medía a la Italia de Zenga, Maldini, Baresi, Donadoni, Mancini o Ancelotti. Un punto hubiera sido maravilloso, habida cuenta del empate entre italianos y alemanes en la primera jornada. Pero el tanto de Gianluca Vialli en el tramo final provocó que España se la tuviera que jugar en la última jornada.
Y el rival para buscar alargando el sueño era Alemania. Exactamente la misma situación que cuatro años antes había terminado en éxito. Pero en esta ocasión el resultado fue distinto. Los germanos, liderados por el bloque que dos años más tarde se proclamaría campeón del mundo, con los Brehme, Koller, Voller, Matthaus, Klinsmann y compañía, no tuvo compasión y se impuso por 2-0, con un doblete de Rudi Völler.
La sociedad italiana en Holanda
El otro grupo estaba formado por la sorprendente Irlanda, Holanda, la Unión Soviética e Inglaterra, que estuvo a punto de no participar debido a la tragedia de Heysel, donde el comportamiento de los aficionados británicos acabó con 39 fallecidos de la Juventus. El hecho de que el principal candidato para ocupar su lugar, Yugoslavia, fuera descartado debido a la inestabilidad política del país hizo que finalmente los ingleses fueran admitidos. Aunque quizá, visto lo visto, hubieran preferido lo contrario, pues Inglaterra tuvo una participación ridícula, cayendo derrotada en los tres encuentros disputados.
En el primero, un gol de Houghton le dio la victoria a Irlanda, mientras en el otro encuentro de la jornada inaugural la URSS derrotaba a Holanda también por la mínima, siendo Rats el autor del tanto.
Una Holanda que, como estaba previsto, no contó de inicio con Van Basten. Sin embargo, el mal resultado y las pocas ocasiones de gol hicieron que Rinus Michels –el mismo seleccionador que había dirigido la mejor etapa de los oranje, inventando el fútbol total de los setenta– decidiera contar con el espigado delantero en los próximos compromisos. Y no le salió nada mal la jugada.
En el segundo encuentro, Holanda se impuso a Inglaterra (3-1) con un histórico triplete de Marco van Basten. "Desde ese momento, todo se volvió positivo", declaraba el de Utrecht. Ya nadie iba a apartarle de la titularidad. Entre otras cosas, porque junto a Ruud Gullit y Frank Rijkaard había formado una sociedad temible que poco después iba a confirmarse en el Milan italiano como una de las mejores de la historia.
Con el 1-0 ante Irlanda, los tulipanes certificaron su clasificación para semifinales, aunque no pudieron ser campeones de grupo. Ese honor le correspondió a la Unión Soviética, que sumó un punto frente a los irlandeses y goleó de nuevo (3-1) a Inglaterra. Era un equipo sin grandes estrellas, pero que funcionaba a la perfección como bloque, sea a la hora de defender, como en el 1-0 ante Holanda, como a la de atacar, como demostraron ante los británicos.
La venganza del 74
Volvieron a dejarlo claro en la semifinal ante una Italia muy talentosa pero demasiado joven. Con una superioridad innegable, la URSS se impuso por 2-0, siendo Litovchenko y Protasov los goleadores. Después de adjudicarse la primera Eurocopa, ya en 1960, los soviéticos se encontraban ante su tercera oportunidad de repetir éxito.
Pero la gran semifinal se había disputado el día anterior, en Hamburgo. La todopoderosa y anfitriona Alemania se enfrentaba a la fantástica Holanda. Una final anticipada. La reedición de los duelos de la década de los 70, tan recordada en ambos países, y más con Rinus Michels y Franz Beckenbauer en los banquillos.
Precisamente el entrenador fue protagonista de una polémica que se destapó poco después de concluir la competición. Consciente de que una táctica más ofensiva de lo habitual –lo que él pretendía- iba a provocar que el país se le echara encima, solicitó a Littbarske que, poco antes del partido, declarara que no estaba en condiciones de jugar. De ese modo, pudo alinear a Mill como tercer delantero, junto a Voller y Klinsmann. Pero poco después el propio Littbarski declaró que "en el vestuario Beckenbauer me obligó a decir que me encontraba mal, y a mí estas cosas no me van, porque tocan directamente a mi dignidad como profesional". Lo que fue todo un escándalo en el país germano.
El choque, como era de esperar, fue tenso, disputado, con muy pocas concesiones. De hecho, los dos primeros tantos llegaron desde el punto de penalti, dos penas máximas muy discutidas. Matthaus, primero, y Ronald Koeman, después no fallaron. Pero tuvo que ser Marco van Basten quien, con otra genialidad, decidiera la eliminatoria en el minuto 88, logrando así la venganza de la final del 74. Y encima en territorio alemán.
Una maravilla para alcanzar por fin el sueño
Holanda llegaba lanzada a la final. Siguiendo su trayectoria, parecía imposible que no se hiciera con el título. A la URSS no le quedaba otra que aguantar las ofensivas de los oranje, y buscar sus oportunidades a la contra. Exactamente, lo mismo que hizo en la primera jornada de la Eurocopa, en la que se midió, y batió, a los holandeses. Pero en aquel encuentro no estaba Van Basten. Y eso es lo que lo cambió todo.
Porque fue una genial asistencia suya la que propició el primer tanto de la final, obra de Ruud Gullit cuando se acababa de rebasar la media hora de juego. Y sobre todo porque la sentencia llevó su firma, en lo que está considerado el mejor gol de toda la historia de la Eurocopa. Arnold Muhren mandó un centro muy pasado desde la izquierda hacia Van Basten, que dudó si controlar y buscar el regate, o disparar. Afortunadamente, y a pesar de su complicada posición, optó por lo segundo, sorprendiendo a Dasaev. El balón describió una parábola imposible para convertirse en una obra de arte. "Es una de esas cosas que a veces simplemente ocurren, sin saber muy bien por qué", declaró el delantero poco después.
En realidad, daba igual por qué lo hizo. Lo importante es que lo hizo. Y con esa genialidad, aunque aún faltaba media hora, el partido se concluyó. La URSS fue incapaz de reaccionar. No había quien le impidiera a Holanda cumplir su sueño de por fin lograr un gran título, después de muchos varapalos, de que una de las mejores generaciones de la historia del fútbol, la de los 70, se marchara de vacío.
En esta ocasión, la presencia de Van Basten fue lo que lo permitió. Su triplete ante Inglaterra fue clave; su gol en el último suspiro en la semifinal ante Alemania fue clave; su obra de arte en la final fue clave. Pero Cruyff, su descubridor y valedor, también puede sentirse partícipe. Quién sabe qué hubiera ocurrido si, pocas semanas antes del día más alegre del fútbol holandés, el Flaco no hubiera decidido ir a visitar a un alicaído Van Basten para convencerle de que se dejara de tonterías y acudiera a la Eurocopa. Sí, él también fue clave.
Ficha técnica de la final
Holanda, 2: Van Breukelen; Van Aerle, Rijkaard, Ronald Koeman, Van Tiggelen; Vanenburg, Wouters, Mühren, Erwin Koeman; Gullit y Van Basten. Seleccionador: Rinus Michels
URSS, 0: Dassaev; Khidiatulin, Demianenko, Litovchenko, Aleinikov; Zavarov, Gotsmanov (Baltacha, m.69), Mikhailichenko, Rats; Protasov (Pasulko, m.72) y Belanov. Seleccionador: Lobanosvky
Goles: 1-0, m.32: Gullit; 2-0, m.54: Van Basten
Árbitro: Michel Vautrot (Francia)
Estadio: Olímpico de Múnich. 72.308 especadores. 25 de junio de 1988