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Y con Torres España alcanzó por fin la gloria

El verano de 2008 significó un antes y un después para la selección. Superó por fin los cuartos, en penaltis y ante Italia, y fue campeona de Europa.

El verano de 2008 significó un antes y un después para la selección. Superó por fin los cuartos, en penaltis y ante Italia, y fue campeona de Europa.

29 de junio de 2008. El reloj sobre el estadio Erns Happel de Viena marca las nueve y 18 minutos de la noche. España y Alemania se están batiendo en un duelo a vida o muerte. Para unos, es la consolidación de un proyecto nacido de las críticas; para otros, para los nuestros, es el momento de recuperar la gloria mucho tiempo y mucho sufrimiento después. De la nada aparece un balón largo al que Lahm debería llegar sin problemas. Pero el lateral germano se despista una décima de segundo, y Fernando Torres lo aprovecha para meter la punta de su bota. El balón se eleva lo justo para superar por encima a Lehmann. Va manso, casi padeciendo, hacia portería. Y entra. Es gol. Gol de Torres. Gol de España.

44 años después del gol de Marcelino, la selección vuelve a saborear por fin lo que es estar en lo más alto. Ser el mejor. Atrás han quedado el maleficio de los cuartos, el gol de Arconada, el penalti de Eloy, Al-Ghandour, el gol de Míchel, el penalti de Raúl, el codazo de Tassotti... Todos recuerdos ingratos que marcaron a más de una generación, y que en cuestión de segundos pasaron a ser meras anécdotas. Ya da igual. Total, España es campeona de Europa, y eso ya no nos lo podrá quitar nadie.

Fue el gol de Torres, pero fue el triunfo de un equipo. De uno de los mejores porteros de la historia, que siempre saca lo mejor de sí en los momentos decisivos; de una defensa que sembró dudas antes de comenzar para convertirse en la más sólida de la competición; de un brasileño, Marcos Senna, que, paradojas de la vida, tuvo que llegar a la selección española para aportar el trabajo sucio; de unos Xavi, Iniesta, Fàbregas o Silva que llevaron su amor por el balón a la máxima expresión; de un Villa insaciable de cara al gol; de un Fernando Torres decidido a hacer historia; de un Luis Aragonés tan especial como siempre pero más sabio que nunca... Pero, sobre todo, de un equipo que era ante todo eso, un equipo. Dicen los que estuvieron ahí que nunca vieron un grupo, un vestuario, tan unido. Ahí estuvo la clave del éxito. No hay duda.

No fue nada fácil el camino

Y eso que el camino hacia Austria fue complicado. Muy complicado. Todo arranca con el batacazo del Mundial de 2006 ante Francia, y las consecuencias, a muchos niveles, que deja. La clasificación comienza con una cómoda victoria ante Liechtenstein (4-0) pero de repente la cosa se tuerce. Y de qué manera. En el segundo encuentro España sufre una humillante derrota ante la débil Irlanda del Norte (3-2), a la que sigue, ya sin Raúl en la lista de convocados, otra debacle en Suecia (2-0).

Tímida reacción, con sufridas y feas victorias ante Dinamarca, Letonia o Liechtenstein, para acto seguido cosechar otro decepcionante empate ante Islandia. Sólo al final, y cuando ya estaba contra las cuerdas, reaccionó España, y con un 1-3 en Dinamarca y un 3-0 ante Suecia, selló su billete para la Eurocopa.

Pero las críticas no cesaron ni durante ni después de la clasificación. Los palos a Luis Aragonés, a los bajitos, a Marchena, a la no convocatoria de Raúl... fueron una constante de la prensa deportiva. Y quizá fue lo mejor que le pudo pasar a la selección. Porque por primera vez en mucho tiempo llegaban a la cita sin ningún halo de favoritismo, y sobre todo porque, como reconocieron –y demostraron– los propios futbolistas tiempo después, en aquellos malos momentos forjaron un vínculo que iba a ser crucial. Unidos por la adversidad, se dio forma al verdadero Equipo, con mayúscula.

Borrón y cuenta nueva

En cuanto llegó a Austria, Luis Aragonés se encargó de que sus jugadores se olvidaran de todo lo ocurrido anteriormente, de la sufrida fase de clasificación, de la eliminación ante Francia, de las polémicas con Raúl, Cañizares o Salgado –nunca por parte de los futbolistas, que siempre se portaron de manera ejemplar, todo quede dicho– y se centraran en jugar, porque sabían hacerlo. Vaya si sabían hacerlo.

Bien claro quedó en el primer encuentro, ante Rusia. Dice una especie de refrán futbolero que ganar el primer choque de una gran competición es sinónimo de que va a ir bien la cosa. Pero no es cierto. Basta con mirar a los nuestros en la Eurocopa de 2004 para darse cuenta. Eso sí, ganar el primer partido y hacerlo con brillantez sí indica connotaciones positivas. Y eso es lo que hizo la selección ante los de Hiddink. 4-1, con triplete de Villa, otro de Fàbregas, y la sensación de que este equipo tenía mucho que mostrar.

Para conseguir algo grande, no sólo en el fútbol, además de jugar bien tienes que contar con una dosis de fortuna. La suerte de los campeones, que suelen mal llamar algunos. España demostró tenerla en el segundo choque. Porque si bien la imagen siguió siendo buena, Suecia, la misma que ya puso a la selección contra las cuerdas en la fase de clasificación, le complicó las cosas a los nuestros. Con un golazo de Ibrahimovic, parecía que el resultado final iba a ser un empate. Pero en el último minuto del tiempo de prolongación un pelotazo de Capdevila se convirtió en una asistencia que Villa transformó magistralmente en el 2-1.

Si España tenía el juego y tenía la fortuna, ¿qué faltaba por ver? Que había plantilla. Que no eran once o doce jugadores, sino 23, y que cualquiera de ellos podía dar la cara cuando fuera necesario. Quedó refrendado en el tercer choque contra Grecia, cuando Aragonés, con la selección ya campeona de grupo, puso en liza una alineación con jugadores poco habituales, que se ganaron el derecho a no ser denominados suplentes. Rubén de la Red y Dani Güiza se encargaron de dar otro triunfo a la selección (2-1).

El resto de la Eurocopa discurría entre la brillantez de Holanda y Croacia, ambas clasificadas con pleno de victorias; la debacle francesa, que se despidió sin ganar un solo partido; la sobriedad alemana, el sufrimiento tan habitual de Italia, clasificada con una carambola final; y la heroicidad turca, que accedía a cuartos con dos remontadas increíbles y dos goles en el último suspiro.

Los ya no fatídicos cuartos de final

España, pues, lo tenía todo. Pero ahora tocaba jugar los cuartos de final. Los temidos cuartos de final. La pesadilla de la selección durante tantos, tantos años. En frente, nada menos que Italia. La vigente campeona del mundo. La selección menos indicada para tratar de romper un maleficio.

El partido fue un manojo de nervios. Precisamente, la situación en la que mejor sabe moverse la escuadra italiana. Los jugadores españoles jugaban mejor, pero en los últimos metros, presa del pánico, se les nublaba la vista. A punto estuvo Buffon de regalarles el triunfo con un error impropio de su categoría, pero el palo lo evitó. Y, como todos nos temíamos, Italia tuvo su oportunidad de oro, la que siempre le permite llevarse ese tipo de partidos. Pero Iker Casillas sacó un pie milagroso para evitar el tanto de Camoranesi.

Tras una prórroga en la que ninguno de los dos se atrevió a ir a por el partido, se llegó a la tanda de penaltis. Otra vez los penaltis. Otra vez en los cuartos de final. Los peores recuerdos acudieron a las mentes de todos los españoles. Pero esta vez la historia iba a cambiar. Tras dos soberbias intervenciones de Casillas a lanzamientos de De Rossi y Di Natale y un fallo del angustiado Dani Güiza, Cesc Fàbregas, el más joven de toda la selección, se disponía a lanzar el penalti. "Era el momento de mayor responsabilidad de mi vida. Tenía a todo el país a mis espaldas. Y gracias a Dios, fue gol", declaró el de Arenys de Mar. "Por fin lo hemos conseguido", pensó Iker Casillas. Lo pensaron todos los españoles. España terminaba con su pesadilla. Desde ese momento, todo cambió.

Alemania, que se deshizo de Portugal en un partido espectacular (3-2); Turquía, que volvió a tirar de casta para llevarse en los penaltis un partido que en el minuto 120 tenía perdido; y Rusia, que dio una auténtica exhibición ante Holanda, iban a acompañar a los nuestros en semifinales.

La importancia de Luis Aragonés

Precisamente Rusia iba a ser el rival de España. Se daba una situación curiosa, pues ése fue el primer encuentro de los nuestros en la Eurocopa, en un choque que terminó con goleada española. Pero los de Hiddink poco o nada tenían que ver con aquel día. Tras tres victorias consecutivas y un juego brillante, guiados por un descomunal Arshavin, llegaban muy crecidos a la cita.

"Una selección a la que ya has ganado antes tiene sus problemas. Había que dar en la tecla para que los jugadores no salieran confiados", declararía Luis Aragonés. Por eso, antes del partido, con sus jugadores reunidos, llevó a cabo una emotiva charla que ninguno de ellos podrá olvidar jamás. Igual que ya hiciera antes de Italia, para mentalizarles de que era posible terminar con el maleficio de los cuartos de final.

Y surtió efecto. El equipo salió enchufado, pero Rusia también estaba dispuesta a demostrar que no había llegado hasta semifinales por casualidad. Tras alcanzar el descanso con 0-0, España desplegó su mejor fútbol en el segundo acto. Todo fue más fácil gracias a una llegada y un remate certero de Xavi en el 50, que puso el 0-1. "Meter ese gol fue la situación más mágica que he vivido en el fútbol", dijo el centrocampista que lo ha ganado todo, absolutamente todo, con el Barcelona.

A partir de ahí, recital español. Toque, toque, toque, y goles. Dani Güiza puso el 2-0, desquitándose del penalti fallado ante Italia, y David Silva, probablemente el mejor de la selección durante todo el campeonato, sentenció. 24 años después, España estaba en la final de una gran competición.

Su rival iba a ser Alemania, que había terminado con el sueño de la heroica Turquía no sin sufrimiento. Tras un partido vibrante, en el que se adelantaron los turcos y remontaron los germanos, Semih Senturk volvió a establecer la igualada en el 87. Parecía que de nuevo habría prórroga, pero un tanto de Lahm en el 90 dejó el 3-2 definitivo, que metía a los de Joachim Löw en la final.

El día de Torres, el día de España

Domingo 29 de junio de 2008. España se cita con la historia. El lugar, el Ernst Happel, antiguo Prater, símbolo del gran fútbol que se vivía en el centro europeo hasta que la Segunda Guerra Mundial terminó con él. El objetivo, alcanzar la gloria, reinar en Europa.

Enfrente iba a estar Alemania, un rival mucho más fogueado en este tipo de encuentros, campeón de tres Mundiales y tres Eurocopas, finalista en otras seis ocasiones. Además, España no iba a poder contar con David Villa, el máximo goleador del campeonato, que se había lesionado en semifinales. Pero como sucediera con la baja de Pau Gasol en el Mundial de baloncesto de 2006 en el que España terminó proclamándose campeona, la ausencia de la estrella sólo sirvió para unir aún más al equipo.

El encuentro comenzó con Alemania dominando. Consciente de que en el plano técnico había poco que hacer, trató de llevar el choque a lo físico, y ahí logró sacar algo de rédito. A España le costó meterse en el partido, pero lo hizo con un cabezazo imposible de Fernando Torres en el minuto 21 que se estrelló en el palo. Era el preludio de lo que estaba a punto de acontecer.

Porque doce minutos después, en el 33 para ser exactos, el Niño cambió la historia de España para siempre. El delantero entonces del Liverpool peleó un balón que parecía ya perdido, y llegó justo para efectuar una vaselina sublime que superó a Jens Lehmann y estableció el 0-1 para España. El sueño estaba más cerca. Ya  nadie iba a terminar con él.

Desde entonces, el balón fue de España, que siguió jugando como mejor sabe, gozando incluso de oportunidades para sentenciar. Pero también demostró la selección que sabe sufrir, que poseía el sacrificio y las fuerzas del que sueña con lograr algo tan grande. Porque Alemania, exenta de calidad técnica, se limitó a tratar de aprovechar el juego aéreo, único punto en el que podía ser superior a su rival. Pero entonces se topó con unos Ramos, Marchena, Puyol y Capdevila inconmensurables, y con el mejor Casillas por alto que jamás se haya visto. Y tras sesenta minutos de gran juego español, algún susto, y el sufrimiento lógico que da el vértigo de ganar, Roberto Rosetti señaló el final del encuentro.

La fiesta estalló en el césped, en Viena, en toda España. Aunque costaba creerlo, la selección se acababa de proclamar campeona de Europa. Pero no sólo eso. De un plumazo, había recuperado también el título del 64; ahora, todo el mundo proclamaba que la selección española tenía dos Eurocopas, cuando horas antes la frase habitual era que "nunca había ganado nada".

Además, en aquel verano España encontró por fin un estilo, un patrón de juego; una carencia que hasta entonces siempre había machacado a la selección. Era el juego del toque, de los que aman el balón, de los que gustan del buen fútbol. Del Bosque supo continuar a las mil maravillas la línea iniciada por Luis Aragonés, y con ello se proclamó campeón del mundo sólo dos años después. Pero sin los penaltis ante Italia, nada de eso hubiera sido posible. Sin el gol de Fernando Torres, España ahora no podría defender, orgullosa, la corona europea.

 

Ficha Técnica de la final

Alemania, 0: Lehmann; Friedrich, Mertesacker, Metzelder, Lahm (Jansen, m.46); Schweinsteiger, Frings, Hitzlsperger (Kuranyi, m.58), Ballack; Podolski y Klose (Mario Gómez, m.79). Entrenador: Joachim Löw
España, 1: Casillas; Sergio Ramos, Marchena, Puyol, Capdevila; Senna, Xavi, Iniesta, Silva (Cazorla, m.66), Fàbregas (Xabi Alonso, m.63); Fernando Torres (Güiza, m.78). Entrenador: Luis Aragonés

Gol: 0-1, m.32: Fernando Torres
Árbitro: Roberto Rosetti (italiano). Amonestó a Ballack y Kuranyi por Alemania, y a Casillas y Fernando Torres por España
Estadio: Ernst Happel, Viena. 51.428 especadores. 29 de junio de 2008

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