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La Liga Endesa cierra la temporada regular con una espectacular jornada repleta de emociones

La última jornada de la Liga Endesa fue un cúmulo de sensaciones que reconcilió al aficionado con la emoción que no siempre sobra en la ACB.

La última jornada de la Liga Endesa fue un cúmulo de sensaciones que reconcilió al aficionado con la emoción que no siempre sobra en la ACB.
Imágenes de una jornada para el recuerdo | ACB Photo

Nadie puede negar que el baloncesto en España tiene muy serios problemas que no termina de resolver y, en algunos casos, siquiera de afrontar. Una sistema de competición anclado en el pasado, una televisión que durante años lo maltrató y en la que se aguantó pese a todo como mal menor para mantenerse un partido en abierto pese a la constante caída de las audiencias, un constante ir y venir de nombres de jugadores poco implicados en los proyectos, capaces algunos de vestir tres o cuatro camisetas de la misma liga en apenas dos temporadas. Añadan la dificultad para el aficionado no especializado de reconocer hasta a los nombres de los propios equipos, y un reglamento que durante años ha favorecido, y lo sigue haciendo, más al equipo que intenta evitar un juego bonito y atractivo que al que intenta realizarlo. Sumen a ello que la actual Liga Endesa lleva siendo durante el último lustro prácticamente una competición cerrada, que intenta mantener un aire de elitismo que no hace sino atentar contra su imagen y reconocimiento social y alejarla de lo que el aficionado más quiere: emocionarse.

Y aunque todo eso es muy cierto, y se quedan no pocos problemas en el alero, sigue siendo el baloncesto el deporte con más capacidad de llegar al alma de la gente en un instante. Un juego ligado a la emoción, a la pasión, a un último segundo en el que todo puede virar hacia donde menos se espera como no ocurre en ningún otro deporte. El esfuerzo físico y la superación de los deportes individuales pondrían a cualquiera la piel de gallina, el entorno y negocio que rige el fútbol hoy día es inalcanzable, pero la capacidad para que lo que ahora parezca un hecho irrefutable, sea totalmente al contrario en apenas cinco minutos, o menos… Esa sólo lo tiene el baloncesto.

Lo de la última jornada de la Liga Endesa es la mejor muestra de ello. Jornada unificada, a la antigua usanza, cuando la radio era el más fiel consejero. Hoy, la inmediatez de lo digital permite con un poco de suerte ver tres o cuatro partidos a la vez y seguir los resultados del resto al momento. Seguramente, quien tuviera un poco de suerte en sus elecciones, no olvidará lo ocurrido en la última fecha de esta liga regular. No puede ser de otra forma tras dos horas de auténtica locura que cambiaron de sentido varias veces, muchas donde menos se esperaba. Porque nadie esperaba el batacazo del Estudiantes, más aún cuando dominaba por diez a poco del final, antes de cerrar el partido y certificar su descenso con un parcial de 15-0 ante el GBC, que hace más dolorosa la pérdida de categoría, y más increíble lo ocurrido. Porque nadie habría dado un duro por la otra remontada del día, la del CAI Zaragoza en Miribilla con un triple sencillamente irrepetible de Joan Sastre, desde su propio campo, desequilibrado, y a pies parados que, por cierto, retiró a Raúl López, uno de esos jugadores diferentes, implicados siempre donde estuvieron, humildes hasta decir basta. La excepción que confirma la regla del baloncesto moderno.

Porque nadie en Manresa podrá olvidar cómo conocieron que permanecían en ACB, mientras agonizaban en Vitoria y ya daban por segura la victoria del Estudiantes. Hasta el propio Ibón Navarro se enteró por la explosión de júbilo de sus aficionados en la grada. Lo mismo ocurrió en Fuenlabrada, donde tras una temporada colosal, Montakit se veía fuera de los playoffs hasta que Joan Sastre certificó en Bilbao lo imposible.

Porque la vida puede ser maravillosa... @BasquetManresa se queda en la @ACBCOM tras la derrota inesperada del Estuhttps://t.co/7D8Ev2ypmb

— Movistar+ (@movistarplus) 22 de mayo de 2016

Las lágrimas del Estudiantes tras confirmar un descenso merecido durante toda la temporada, y certificado cuando tenían en el bolsillo evitarlo, las de Bilbao por despedir a su mago y quedarse incomprensiblemente fuera de la lucha por el título, las de Manresa por abrazarse a última hora a una permanencia quimérica. Las de Fuenlabrada y Murcia por hacer historia y codearse con los grandes, y las de San Sebastián por un equipo que ha demostrado a última hora una enorme profesionalidad que no le dio para salvar la categoría pero sí para ser juez de la misma. Son las emociones que desata un deporte fantástico, en el que sin embargo sus despachos y los gestores que los ocupan se pierden demasiadas veces en peleas de gallos que tan flaco llevar haciéndole las dos últimas décadas.

Porque cuando el baloncesto fluye sólo, te llega a lo más hondo de tu alma. El problema es que muchas veces está coartado. Qué pena que no le den vía libre.

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