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España hace temblar los cimientos del Dream Team en una final antológica

Teníamos la plata pero queríamos el oro. Un desafío vivo de principio a fin gracias a una apretada defensa y un vendaval de puntos. La generación de Ricky Rubio y Pau Gasol plantó cara a Estados Unidos (107-118), e hizo temblar a la elite del basket mundial, que recupera el oro logrado hace ocho años en Sydney. España suma su segunda medalla olímpica en la historia tras la presea lograda en Los Angeles'84.

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Teníamos la plata pero queríamos el oro. Un desafío vivo de principio a fin gracias a una apretada defensa y un vendaval de puntos. La generación de Ricky Rubio y Pau Gasol plantó cara a Estados Unidos (107-118), e hizo temblar a la elite del basket mundial, que recupera el oro logrado hace ocho años en Sydney. España suma su segunda medalla olímpica en la historia tras la presea lograda en Los Angeles'84.
L D (EFE) Los Estados Unidos recuperaron el oro olímpico ocho después de subirse por última vez a la cumbre olímpica con un metal revalorizado por la impresionante actuación de España, la selección campeona del mundo, que exigió lo máximo de las estrellas de las barras y las estrellas para ceder la cima de los Juegos en un encuentro sin calificativo posible.
 
Descomunal final olímpica. Descomunal. El marcador del intermedio: 61-69, 130 puntos en un tiempo. Poco más se puede decir. Los dos banquillos habrían disfrutado de una renta inalcanzable en ese momento contra cualquier rival. Pero España y los Estados Unidos depararon un encuentro fuera de todo canon establecido. Un regalo para la vista, un orgullo para el baloncesto.
 
Muchas finales de muchas competiciones acaban con marcadores inferiores. Por no hablar del juego. Por ambas partes. Estas dos extraordinarias selecciones habrían triturado a cualquier otro adversario a falta de medio partido.
 
La excelencia de Dwayne Wade o las filigranas de Rudy Fernández ante su próximo entrenador en los Trail Blazers de Portland, Nate McMillan. Y España sin José Manuel Calderón, baja por lesión -rotura fibrilar en el aductor largo de la pierna derecha-. Y Ricky Rubio, lunático, que se hizo daño en un dedo en el primer cuarto.
 
Como si nada. Los campeones del mundo son los campeones del mundo. Y los profesionales de la NBA, los mejores profesionales de la NBA, no las cuadrillas indisciplinadas y soberbias que han menospreciado la altura de otras selecciones en campeonatos anteriores, también representan la elite de la elite.
 
El partido de la primera fase, que acabó en un monólogo estadounidense (119-82), era historia. España, la de verdad. No el equipo que renunció a mostrarse en todo la extensión en aquel choque. Y gracias a Wade, que irrumpió en la pista como un ciclón (veintiún puntos en 13.10 minutos antes del intermedio), los Estados Unidos pudieron moverse al mismo ritmo que una España sideral.
 
Sideral. La final del 84, un cuarto de siglo antes, contra un bloque que alineaba a Michael Jordan, Patrick Ewing y Chris Mullin, entre otros, queda en los albores del actual baloncesto español y, por ende, europeo. Ni los mejores que la NBA puede reunir actualmente pueden salir a la pista confiados contra bloques como el español y alguno que otro más.
 
Desde luego, sin Wade y sin el ocho de catorce en triples que los norteamericanos engancharon en los dos primeros cuartos (la selección de la FEB consiguió un cinco de ocho), el oro se habría teñido de rojo y amarillo, de Pau Gasol y de Felipe Reyes, de Ricky Rubio y de Carlos Jiménez, de todos los integrantes de un cuadro histórico.
 
El objetivo de los hombres de Aito García Reneses apuntaba a un último cuarto igualado, un periodo que acentuara la presión por encaramarse a la cima del cajón olímpico que los americanos han cargado desde el salto inicial del torneo masculino de Pekín.
 
El tanteador dio fe de una contienda que los españoles manejaron de maravilla. Por algo son reyes del mundo, como Pau Gasol rey de los anotadores de Pekín 2008 (... puntos por delante del argentino Luis Scola, que ha firmado 151 tantos). Por algo, Ricky Rubio es el medallista masculino más joven de la historia (el segundo contando el torneo femenino).
 
Las cosas discurrieron sin prisa, pero sin pausa. España tuvo la inteligencia de pensar en sí misma. De creer en el baloncesto que le ha dado tres finales consecutivas (Mundial 2006, Europeo 2007 y Juegos 2008). Y de dar rienda suelta al talento, al enorme caudal de talento que encierra en el vestuario y que, por fin, liberó sin atadura ninguna sobre el parque del pabellón de Wukesong.
 
Stephon Marbury aniquiló a la selección española en los cuartos de final de Atenas 2004 desde el triple. En Pekín pudo suceder algo parecido sólo que con un nombre distinto, el de Wade, pero España compitió al nivel de las grandes estrellas de la liga norteamericana. El día soñado por el mundo del baloncesto, ese en el que los chicos del 'Tío Sam' ya no son mejores por definición se ha hecho realidad.
 
Porque la selección española no es la selección de Europa. Un bloque de europeos con algún que otro americano procedente de Argentina, por ejemplo, sería igual o mejor que el conformado por los norteamericanos para recuperar el oro que no ganaban desde Sydney 2000.
 
Con 99-104, Kobe Bryant, el hombre que ha resucitado a los Estados Unidos por el compromiso, la categoría humana y la dimensión baloncestística que le engalana, se elevó desde el arco y firmo el duodécimo triple del equipo de Mike Krzwezsky en veintiséis intentos. Estados Unidos precisaba de los amos de su baloncesto, y al máximo de revoluciones, para mantenerse en pie.
 
Carlos Jiménez apareció frente al otro aro para anotar el 104-108. Faltaban poco más de dos minutos hasta el final. Y volvió Wade (104-111 a 2.02 minutos). España podía lanzar con cada falta personal. Los americanos no. Juan Carlos Navarro forzó la primera personal en cuanto el equipo de la 'eñe' regresó al ataque (105-111).
 
Un excelente movimiento de balón dejó a Jiménez con un triple abierto, pero el balón no entró. Bryant reclamó de nuevo los galones y convirtió un doble (105-113). Y entonces sí, entonces se acabó la final, una de las finales más maravillosas de la historia del baloncesto, no ya olímpico, sino del baloncesto mundial.

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