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'Cauchemar' final en el Calderón

El último minuto sirvió para dar justicia a lo vivido en el césped en un encuentro que los franceses ya iban ganando antes de comenzar.

El partido comenzó horas antes, por el centro de Madrid. Los aficionados franceses -algunos desplazados y la mayoría residentes en la capital- coloreaban las calles. Los españoles, con el orgullo del campeón de todo, cantaban "Yo soy español" para verse por encima. Pero entonces los vecinos comenzaban a entonar La Marsellesa y claro, contra eso no se puede competir.

La historia se repitió en el Vicente Calderón. Uno, que por cosas del destino se vio rodeado de seguidores franceses, alucinó con su entonación del himno minutos antes de que comenzara el choque. Por fortuna, eso impidió que se escucharan los deplorables pitidos que los nuestros, por decirlo de alguna menara, profirieron. Ahora nadie pedirá que se cierre el campo, o que se suspenda el partido, pero es igual de bochornoso. Los franceses, por cierto, de pie y calladitos mientras sonaba la Marcha Real. Chapeau. 0-1.

Pero al comenzar el choque, ¡ay franceses!, las cosas volvieron a la normalidad. Los primeros minutos fueron un monólogo de España. Parecía un entrenamiento hecho contra conos. Los de Deschamps ni se habían dado cuenta de que había un balón sobre el césped. Ni siquiera el infortunio de David Silva hizo mella. En su lugar entró Cazorlita, que pide a gritos un sitio en el once inicial de Del Bosque.

Y así, tras un saque de esquina, llegó el gol que adelantaba a España. Lo iba a anotar Sergio Ramos, para delirio de un joven aficionado que tenía en el de Camas a su ídolo. En la jugada, Sakho, central francés del Paris Saint Germain, se tomó un café mientras miraba a su marcaje, Ramos, rematar completamente solo primero al palo y, en la prolongación, casi a puerta vacía. El futbolista y sus kilos de más -que los tiene- se convirtieron en el motivo de burla entre los aficionados. Seguro que a Deschamps no le hizo tanta gracia.

Curiosamente, y digo curiosamente porque eso es algo que a esta España moderna campeona de todo nunca le había pasado, el control del partido dejó de ser de los nuestros. Menez logró un gol, pero al linier le dio por anularlo porque sí, dejando en evidencia a los aficionados franceses que se habían aventurado a celebrarlo. Los españoles, obviamente, nos echamos a su costa unas risas que ellos encajaron bien. Como si ya supieran que nos la iban a devolver. Y vaya si nos la iban a devolver. Minutos después, Fàbregas, el héroe desde los once metros ante Italia y ante Portugal, no lo olvidemos, fallaba un penalti que hubiera cerrado el partido. Eso iba a ser sólo el principio...

Sin Arbeloa se pierde la magia

El segundo tiempo comenzó con la lesión de Arbeloa, para martirio de Mou. A lo mejor hay que repescar a Altintop para el puesto de lateral el próximo sábado. Y, sorpresa, justo cuando se tuvo que ir del campo el futbolista menos talentoso, la España de la técnica sublime se echó a perder. Francia comenzó a atacar, y a atacar, y a atacar... Aunque en la pasada Eurocopa nos hicieran creer que no, sí saben hacerlo.

El Calderón se vio inmerso en una completa enajenación. Ahora la tiene Ribery, ahora Fàbregas. Ahora casi empata Valbuena -cómo se noto la entrada del bajo, muy bajo, futbolista-, ahora casi sentencia Cazorla. En realidad, era malo para la selección, que desplegó su fútbol más vertical que nunca justo en el momento en que el partido requería de un juego tan horizontal como siempre.

Del Bosque quiso dejar clara su fraternización con los aficionados al dar entrada a Fernando Torres sólo segundos después de que todo el estadio le aclamara. Qué majo es. Como un padre. Entró en el lugar de Iniesta, que recibió una ovación tan sonora que sólo la merece el autor del tanto que ha convertido a España en la reina del mundo.

Y cuando el partido ya se iba acercando a su fin, Benzema, que había sido un quebradero de cabeza para sus grandes amigos Ramos y Casillas, cayó lesionado. Fue un alivio para los aficionados españoles, que se congratulaban por una victoria que habían visto cómo estaba a punto de escaparse.

En su lugar entró Giroud. Ese que no marca ni al arcoiris, decían por ahí. Y en el último suspiro, cuando los más ansiosos ya se habían levantado de sus asientos para ganar medio minuto en el metro, Ribery aprovechó un error de principiante de Juanfran, corrió la banda como si fuera el minuto uno, la puso en el corazón del área y Giroud, el mismo, ejecutó un remate de cabeza inapelable.

Era el empate, el delirio de los franceses y de todos los aficionados que estaban a nuestro alrededor. Seguro que ayer tuvieron fiesta, y se acostaron tarde. Probablemente, a la misma hora en la que Juanfran lograra conciliar el sueño. Él es el primero que no se perdonará el grave error cometido. Pero el hostigamiento al que ha sido sometido por todos lados nada más terminar el encuentro no es ni merecido ni, mucho menos, justo.

Ahora resulta que hay dudas con la selección española. Aquella que ayer a eso de las 20:45 era la mejor del mundo para todos. Vaya por Dios. Como si no fuera posible tropezar. Como si el más grande tuviera prohibido errar de vez en cuando. Yo lo tengo muy claro. España sigue siendo la mejor. No sólo la campeona de todo. También la mejor. Y no hay mejor escenario para volver a demostrarlo que París. Pronto, muy pronto...

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