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Romario, de futbolista díscolo a senador más votado de la historia de Río de Janeiro

El exjugador del Barcelona se ha convertido en un símbolo político dentro de su país después de fijar sus ataques contra la clase política.

Corría el año 1996 cuando las cámaras de televisión captaron al brasileño Romario andando cabizbajo por el campo de entrenamiento del Valencia. Tras él, caminaba enérgicamente Luis Aragonés, por entonces entrenador del equipo, reclamando su atención con una frase que ha quedado para siempre en imaginario colectivo del fútbol español. "Míreme a los ojitos", afirmaba el técnico mientras el delantero continuaba con su andar cansino y rehuía la conversación. Sin saberlo, estaba poniendo fin a su carrera en Europa y enterrando un talento descomunal para jugar al fútbol.

Hacía tiempo que Romario se había cansado del rigor táctico, de la disciplina que exigían los entrenadores, de intentar llevar una vida ordenada. Había perdido la motivación. Su talento era proporcional a la imposibilidad de acatar las reglas, a su modo de vida nocturno. No era un futbolista más y siempre demostró una innata alergia a acatar lo que le ordenasen.

Tampoco fue fácil para Johann Cruyff dirigir al brasileño en el Barcelona. Llegó al Barça en 1993 procedente del PSV Eindhoven y en un año dejó un sello inolvidable en el club. Capaz de poner de pie cualquier campo, logró 30 goles y deslumbró con un talento natural que marcó a todos los que compartieron vestuario con él. Tan célebres eran sus goles como sus salidas nocturnas y las discusiones con Cruyff. Finalizada la temporada, condujo a Brasil a ganar el Mundial de Estados Unidos 1994 y regresó de vacaciones un mes más tarde del previsto. Ahí comenzó un declive que le llevó de vuelta a Brasil, en el Flamengo, y a probar suerte después en el Valencia, que tampoco pudo reconducir su carrera. Se hartó de meter goles en Brasil hasta que en el año 2004 optó por la retirada. Parecía buen momento para comenzar su carrera política.

Casi cinco millones de votos

Transcurridos 20 años desde aquel año increíble en el Barça, Romario se ha convertido en un símbolo político en su país. "Con 4.683.572 votos soy el senador más votado de la historia del estado de Río de Janeiro. Mis padres, ni en el mejor escenario, imaginarían que aquel niño que salió de la maternidad en una caja de zapatos, ocuparía uno de los más altos cargos de la República", afirmó en su cuenta personal de Facebook para agradecer el apoyo del 63,43% de los votantes.

Seriamente concienciado con la realidad que vive su país, se ha convertido en una de las voces más disonantes del panorama político brasileño. Enemigo de las declaraciones políticamente correctas se ha ganado el apoyo público con sus duras críticas a la situación social del país y a la clase dirigente. Tampoco eludió calificar como "un mangoneo" la organización del Mundial de Brasil, con ataques personales a Joseph Blatter incluidos ("ladrón, corrupto e hijo de puta").

Rechazado por su propio partido

Sensibilizado con la defensa de las condiciones de los niños con discapacidad y con la insatisfacción social que existe con los dirigentes de su país, cerró su campaña regresando a sus orígenes, la favela de Jacarezinho, el lugar del que salió. "El dinero debe amparar a los que más lo necesitan, voy a cumplir", manifestó mientras era jaleado y exponía un plan para reducir las desigualdades.

No surtió efecto que su propio partido, el Partido Socialista Brasileño (PSB), no respaldase su campaña ni los ofrecimientos recibidos para, como otros deportistas brasileños que decidieron dar el salto a la política, ocupase cargos públicos o participase en la organización del Mundial. Se ha convertido en la llave para ganar votos que se disputan Dilma Rousseff y Aécio Neves. A sus 48 años, Romario sigue siendo fiel a su carácter díscolo.

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