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Skateistan, el proyecto con el que Oliver Percovich mostró la luz a las niñas en Afganistán a través del patinaje

En un país que lleva tres décadas en guerra, el australiano une deporte y educación desde 2007, superando importantes presiones sociales.

En un país que lleva tres décadas en guerra, el australiano une deporte y educación desde 2007, superando importantes presiones sociales.
Dos niñas afganas juegan con un patinete en las calles de Kabul | www.skateistan.org

Existen países en los que la vida pasa demasiado rápido. Sencillamente, casi desde que se es un niño, se empiezan a exigir responsabilidades y sufrir presiones. Allá, el proteccionismo que se tiene a los infantes en la acomodada Europa es completamente imposible. Incluso los mayores talentos del país son en no pocas ocasiones retirados de sus estudios para comenzar a pedir en la calle, vender cualquier baratija, o simplemente, trabajar en casa, muy especialmente si hablamos de niñas. Desarrollar todo el potencial intelectual, cultural, o deportivo es, sencillamente, imposible. Aunque en ocasiones, la vida da la suerte de aferrarse a una oportunidad.

Oliver Percovich nació en Melbourne, una de las ciudades más poderosas de Australia, y pasó buena parte de su infancia en un lugar tan paradisíaco como Papúa Nueva Guinea. Allí comenzó a desarrollar un carácter aventurero y a descubrir su gran pasión: el patinaje. En 1980 se subió por primera vez a un patinete. Lo que jamás imaginaría en su juventud es que todo confluiría casi treinta años más tarde en uno de los países más peligrosos del planeta: Afganistán.

Situado en el corazón de Asia, y con algo más de 30 millones de habitantes, su ubicación siempre ha sido motivo de interés para múltiples civilizaciones, y de una inestabilidad milenaria. De pasado persa y mongol, desde 1747 comenzó a recibir su actual denominación. Budismo, hinduismo, y mazdeísmo, fueron durante siglos sus principales manifestaciones religiosas. Luego llegaría el islamismo, que hoy practica un 99% de la población. En 1978 se produjo el primer movimiento clave para entender qué es hoy día Afganistán. La revolución comunista de ese año, en plena guerra fría, fue el primer paso de una guerra civil que hoy todavía se mantiene vigente. El apoyo de Estados Unidos a los rebeldes islámicos (quién imaginaría hoy día algo así) propició la inclusión en el conflicto de la Union Soviética, en defensa del socialismo en el país. A finales de 1979, la URSS lo había conquistado, en lo que el presidente estadounidense, Jimmy Carter, calificó como "la amenaza más importante para la paz desde la segunda guerra mundial". Tras casi una década de conflicto, los soviéticos se retirarían, y las escaramuzas se mantendrían hasta 1992 cuando, poco después de la disolución de la URSS, se estableció por los muyahidines el Estado Islámico de Afganistán, regido por la sharia, la ley musulmana. Cuatro años más tarde, el islamismo más radical accedió al poder, extremando aún más las restricciones, hasta que, tras los atentados del 11 de septiembre, Estados Unidos intervino de nuevo en la región, en este caso, evidentemente, en contra de sus otrora aliados, a los que había alimentado en la guerra fría.

Las mujeres afganas han sufrido multitud de carencias en su libertad individual durante décadas. | Archivo

Fue en febrero de 2007 cuando Oliver Percovich aterrizaba junto a su entonces pareja por primera vez en Kabul. Viajero empedernido, el trabajo obtenido por su novia le llevó a la capital afgana en busca de algún desempeño profesional. Inseparable junto a él, su gran pasión, su skateboard. Controlada desde el 13 de noviembre de 2001 por las tropas internacionales, Kabul seguía siendo un lugar en el que buena parte de su población se regía por actitudes tradicionales, y en el que desde luego nunca nadie había visto a otro hacer filigranas por las calles sobre semejante aparato. Un momento inolvidable, que el australiano recuerda para Libertad Digital: "aquella primera vez… El patinaje era algo completamente nuevo en Afganistán. La gente nunca había visto algo así antes. Los niños estaban emocionados, asombrados, especialmente cuando lo probaban. Fue increíble ver lo que disfrutaron con sus primeros pasos sobre la tabla, no es fácil describirlo".

Un niño afgano disfruta sobre el patinete. | www.skateistan.org

Hacemos referencia a un país en el que, con el resto del mundo mirando hacia otro lado hasta los atentados del 11-S, muy especialmente desde 1996 las mujeres no podían hacer prácticamente ninguna actividad pública. Trabajar, salir, estudiar, hacer deporte o ir al cine, eran quimeras para las afganas, y que, aunque muy lentamente se fueron recuperando desde 2002, aún se veían sometidas a una enorme presión social cuando eran ejercidas por el sexo femenino. Hoy día sigue ocurriendo en buena parte del país, sin ir más lejos. Periodistas, activistas, o sencillamente mujeres que pretendían ser libres habían sido asesinadas por los regímenes dominantes, y ya bien entrada la primera década del siglo XXI, apenas un 2% de las mujeres afganas tenían un salario que les permitiese ser independientes económicamente. Y el deporte, claro, una actividad exclusivamente masculina. ¿Cuál fue, entonces, el motivo por el que Percovich logró que las niñas pudieran patinar? Quizá la clave estuvo en el concepto. Para los afganos, montar aquella tabla con ruedas no se consideraba un deporte. Era más bien un juguete, algo que sí se podía tolerar que fuera usado por las niñas, que jamás podrían montar una bicicleta en la calle, por ejemplo. De hecho, se empezó a considerar como tal, un juego para niñas.

Una mujer afgana practica en las calles de Kabul. | www.skateistan.org

Y en un lugar donde no ya sólo practicar deportes de pelota, sino hasta volar una cometa, está mal visto para las mujeres, aquello era un filón. Fue entonces cuando Percovich empezó a rumiar en su cabeza la idea de Skateistan. Así lo admite: "hay una enorme falta de educación y oportunidades laborales para las mujeres afganas. La mayoría de niñas no van al colegio. Algunas trabajan, y normalmente no tienen la oportunidad de hacer o participar en deportes. Cuando vi que era posible para las niñas usar la tabla en las calles, se encendió la luz sobre cómo el patinaje puede usarse para conectar más a los niños afganos con la educación".

Ahí empezó Skateistan, con su mentor haciendo camisetas que vendía a otros extranjeros en Kabul, y recibiendo alguna ayuda económica por internet. "10-15 dólares a la semana", recuerda, tanto como las miradas hostiles de gran parte de la población local, por supuesto mayoritariamente masculina, en total desacuerdo con lo que veía. No pocas niñas debían hacerlo sin el conocimiento del núcleo familiar, opuesto frontalmente a que sus hijas hicieran actividades en público. Y así llegó el efecto llamada. "Si ella puede, yo también, pensaron otras", aclara Percovich. Con el tiempo, sonríe rememorando la historia de una niña que ha pasado de pedir en la calle a ser una de las monitoras de sus escuelas, y estrella del skateboarding. Era de las mejores de su clase cuando iba al colegio, pero la imposición social la sacó a la calle, hasta que el proyecto del australiano le mostró la vía de escape.

Una niña en Kabul, durante una práctica. | www.skateistan.org

"Trabajar en Afganistán puede ser un gran reto, pero nada es imposible", admite hoy Oliver Percovich, que desde ese puñado de dólares semanales, ha logrado que su organización reciba una cifra próxima al millón de dólares anual, junto a múltiples donaciones de material de empresas del sector. Algo seguramente inimaginable cuando en 2009 en la capital abrió la primera escuela de patinaje del país. En 2013 llegaría la segunda, en Mazar-e-Sharif. "Y en este tiempo, hemos doblado el número de estudiantes".

¿Es un milagro Skateistan en un ambiente tan complejo, que lleva tres décadas consecutivas en guerra? "Los niños en Afganistán han vivido siempre en conflicto, pobreza, ruptura social, y han tenido que crecer demasiado rápido. Creamos un vínculo verdaderamente poderoso entre los jóvenes afganos, que al mismo tiempo rompe con todas esas barreras culturales profundamente instauradas en el país. Es un lugar en el que los niños pueden jugar, aprender y huir del estrés de la vida diaria. Ofrecemos oportunidades de acceso a la educación, para ganar confianza, construir habilidades vitales, y fortalecer a los niños como agentes de cambio, especialmente dando oportunidades a las niñas", señala el aussie, que cifra hoy día en un 65% las actividades que su organización lleva a cabo relacionadas con la educación, mientras que apenas un 35% lo son puramente con el patinaje.

El patinaje, presente cada vez más en las calles de Afganistán. | www.skateistan.org

El patinete, pues, ya se ha convertido en el vehículo, el gancho, no en el objetivo final, en un país donde buena parte de su población es analfabeta. En 2014, un 85% de mujeres lo eran, desconocedoras por ende de sus derechos. Dos de ellas son protagonistas de dos de las fotos más famosas de la historia. Aisha, portada de Time en 2010, con sus orejas y nariz mutiladas, y Sharbat Gula, la famosa niña refugiada portada de National Geographic en 1985. Un país que progresivamente ha iniciado un proceso de cambio, especialmente en ciudades como Kabul, Mazar-e-Sharif, y Herat, pero en el que buena parte del territorio sigue bajo el control de la más estricta sharia. Sin embargo, el fundador de Skateistan ve una puerta abierta a la esperanza para que Afganistán pueda ser otro en unos años: "sólo los afganos pueden crear el cambio. La falta de acceso a una educación de calidad para la mayoría de niños es un enorme reto por superar. Necesitas tener una gran educación y capacidad de liderazgo para alcanzar esta meta. Debido a ese enorme porcentaje de la población que es joven (el 70% son menores de 25 años), hay una puerta abierta a la esperanza", afirma Percovich a Libertad Digital.

Oliver Percovich (derecha), fundador de Skateistan. | www.skateistan.org / Chad Foreman

Su proyecto se ha extendido hoy a dos países más, Camboya y Sudáfrica, pero la niña de los ojos de Percovich sigue siendo Afganistán, donde tiene grandes planes a tres años vista. "A finales de 2017, esperamos tener 3000 jóvenes cada semana en nuestros programas, y empezaremos a trabajar en dos nuevas localizaciones en los países en los que ya estamos", afirma. Y por supuesto, dejando un legado en la zona: "la meta es que cada escuela funcione completamente con gente local", espeta. Como muestra, un botón, pues 50 afganos ya están trabajando en su organización, en un país donde crear puestos de trabajo en condiciones dignas y con salarios razonables no es ni mucho menos lo más habitual. Para un estado que en 2014 ocupó el puesto 108 a nivel mundial (de 196 publicados) en lo que a su producto interior bruto se refiere, una cifra nada desdeñable.

Oliver Percovich (a la derecha, con casco), junto a un grupo de alumnos de Skateistan. | www.skateistan.org

Casi una década más tarde, el fundador de tan romántico proyecto echa la vista atrás, admitiendo los problemas: "no fue fácil introducirnos en Afganistán. La mayoría de gente fue cínica, y me aseguraba que Skateistan era una idea estúpida. Pero no tenía sentido rendirse. Sólo confié en mi instinto, hice preguntas y escuché a los demás, especialmente a los niños, que mostraban un entusiasmo grande por el patinaje, y que me rememoraban el poder que el patinaje tuvo sobre mi propia vida". Ahora, ha recibido varios reconocimientos del gobierno afgano, pero especialmente ha visto premiado su esfuerzo con el agradecimiento de los niños, la gasolina de Skateistan, la alocada idea gracias a lo que muchos de ellos han podido volver a las aulas y empezar a pensar en una vida diferente en una de las regiones más difíciles del mundo, y a la que echar una mano es tan sencillo como hacer click en https://www.skateistan.org/donate

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