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Londres 1908: cuando lo importante no fue ganar, a pesar de los ingleses

Los Juegos se convirtieron en un pique entre británicos y estadounidenses, en el que los árbitros barrieron demasiado para casa.

Los Juegos se convirtieron en un pique entre británicos y estadounidenses, en el que los árbitros barrieron demasiado para casa.
El equipo ganador de los 4x200 con Henry Taylor a hombros | Archivo

Después del fracaso de San Luis, se decidió que los Jugos Olímpicos debían volver a Europa. Aunque la intención inicial de Coubertin era que regresaran a Francia, se consideró que eso sería demasiado descarado. Más después de que en 1906 se celebraran unos juegos panhelénicos de gran éxito –en la organización, y en la participación, con la presencia de las principales potencias europeas y de Estados Unidos- que recobraron en los griegos la idea de unos Juegos Olímpicos en Atenas para siempre.

Así que la decisión era clara: se volvería a Europa, pero ni Grecia ni Francia. Roma era la primera opción. Pero en cuanto se enteraron, Milán y Turín también quisieron pujar, y casi se crea un conflicto en Italia. A principios de 1906, y con la decisión aún por tomar, dos tremendas erupciones del Vesubio arrasaron el sur del país, y sirvieron de pretexto al gobierno italiano para renunciar, cerrando así la disputa entre sus propias ciudades.

Así que a finales de 1906 surgió la sede definitiva: Londres. Aunque era lo más cercano posible a Francia, a Coubertin no le gustaba nada la idea de que los Juegos volvieran a enmarcarse dentro de una Exposición Universal, vistos los precedentes. Así que aceptó, a regañadientes, pero con el acuerdo de que se destinaría buena parte de la partida económica exclusivamente a la competición deportiva.

Ahora sí, una organización perfecta...

Dicho y hecho. En apenas unos meses se construyó un colosal estadio, en las afueras de la ciudad. De nombre, White City. Con capacidad para 80.000 espectadores; un velódromo de cemento de 603 metros; un campo en el centro para fútbol, rugby y hockey; una piscina en un lateral, y un espacio para lanzamientos, gimnasia y tiro con arco en el otro lateral; incluso un espacio reservado para montar un ring...

Londres también fue la primera edición olímpica que dispuso un desfile en la ceremonia de apertura en el que los deportistas ondeaban sus banderas. Y, como sucede hoy día, eso ya supuso también los primeros problemas. Por ejemplo, los finlandeses se negaron a desfilar tras la enseña de Rusia, que les tenía como protectorado.

Y el abanderado de Estados Unidos fue protagonista de un grave incidente, al no rendir honores en Eduardo VII. Se excusó en la ley estadounidense, que dice que "la bandera no se inclina ni ante un rey", pero lo cierto es que a partir de ese momento comenzó una guerra entre británicos y norteamericanos.

...aunque demasiado casera

El público la tomó contra los yanquis, obvio. Pero también los árbitros y jueces, lo que dio lugar a situaciones dantescas. Como por ejemplo la vivida en en la final de los 400 metros lisos, que enfrentaba a un británico, Wyndham Halswell, y tres estadounidenses. Uno de ellos chocó –a drede o no, eso nunca se sabrá- con el británico, ganando, lógicamente, un estadounidense la carrera. Pero no pudo llegar a cortar la cinta, porque antes lo había hecho, de motu propio, uno de los jueces de carrera. Se ordenó repetir la final, pero ninguno de los estadounidenses quiso ya correr, así que el triunfo fue para Halswell.

También extraña fue la prueba ciclista de 100 kilómetros en el velódromo. Uno de los participantes ingleses perdía vuelta cada poco tiempo, para luego aumentar el ritmo tirando de uno de sus compatriotas, que sí rodaba en cabeza. Pero ningún juez quiso actuar. Si lo hicieron, en cambio, al descalificar al ciclista francés que ganó la prueba del kilómetro porque había superado en cuatro décimas el tiempo mínimo fijado, sin importarles siquiera que estuviera lloviendo.

Swahn, el más longevo

En cualquier caso, se trató de unos Juegos que dejaron una gran imagen, y una magnífica participación. En total, 2059 atletas de 22 países y, a diferencia de en las ediciones anteriores, el grueso de las pruebas deportivas -110 pertenecientes a 21 deportes- se disputaron entre el 13 y el 25 de julio. Esto ya se parecía más a unos Juegos Olímpicos

El medallero estuvo encabezado por Gran Bretaña, con 146 medallas, 56 de ellas de oro. Estados Unidos fue segundo, 47 medallas; y tercera, sorpresa para la mayoría, fue Suecia, con 25, quedando por delante de Francia o Alemania. España, una vez más, se quedó sin representación.

Y entre los atletas destacados, podemos encontrar al sueco Oscar Swahn, quien con 60 años se convirtió en el competidor de mayor edad que haya ganado una medalla de oro. Lo hizo en tiro, en la modalidad "ciervo móvil – disparo simple". No acabaría ahí su hazaña: cuatro años más tarde volvería a ganar el oro, siendo con 64 años el campeón olímpico más longevo hasta la fecha. También es el medallista de más edad, tras llevarse una plata en Amberes 1920, con 72 años. Y por supuesto es el participante de más edad que haya competidjo jamás en unos Juegos Olímpicos.

También fueron importantes las victorias de Harry Porter en salto de altura, con un estilo que ya se acercaba relativamente al que Fosbury postularía 40 años más tarde; así como el oro en salto con pértiga, que se tuvo que repartir entre dos atletas, ambos norteamericanos.

El primer gran perdedor

Pero quizá el nombre que más ha trascendido de los Juegos Olímpicos de Londres 1908 es el del maratoniano Dorando Pietri, considerado el primer gran perdedor de la historia. Su llegada a meta es una de las imágenes más trágicas y, a la vez, motivadoras de la historia del deporte.

El pequeño atleta italiano –medía tan solo 1.59- entró al estadio en primer lugar, después de correr los últimos 10 kilómetros en solitario. Aventajaba en diez minutos al segundo, el estadounidense Hayes. Pero las fuerzas le fallaron. Y de qué manera.

Nada más pisar la pista, comenzó a desfallecer. Se fue hacia una dirección, luego hacia otra, se cayó hasta en cinco ocasiones, y tuvo que ser socorrido por los jueces para cruzar la meta. Un auténtico vía crucis. El estadio, enmudecido, estalló en una sonora ovación a su paso por meta.

Pero entonces el equipo de Estados Unidos recurrió su victoria, asegurando que sin la ayuda de los jueces nunca hubiera ganado. El Comité le dio la razón, descalificando a Pietri, y dando la victoria a Hayes. Pero aquello no hizo más que acrecentar la leyenda del atleta italiano.

Al día siguiente, la gesta es narrada por Sir Arthur Conan Doyle en el Daily Mail. "Ningún romano antiguo supo lucir como él el laurel de la victoria en la frente. La gran hazaña del italiano no podrá ser nunca eliminada de los archivos del deporte, fuera cual fuera la decisión de los jueces". A su vez, la Reina Alejandra solicita un encuentro con él y le entrega una copa de plata dorada, réplica de la destinada a los vencedores del maratón

En realidad, la prueba del maratón ya había comenzado de manera extraña, puesto que para cumplir con el recorrido, desde el castillo de Windsor hasta el palco presidencial del Estadio Olímpico, la distancia tiene que ampliarse, de los 40 kilómetros habituales hasta entonces, a 42'195. Desde ese momento, sin saber muy bien por qué, ésa fue establecida definitivamente y para siempre como la distancia oficial.

Lo importante no es ganar...

Que lo importe no era ganar no sólo quedó demostrado con Dorando Pietri, ni tan siquiera con el duelo entre Estados Unidos y Gran Bretaña. Se hizo, por decirlo de alguma manera, oficial. Y es que fue en los Juegos Olímpicos de Londres 1908 donde nació una de las frases más importantes que han acompañado siempre al deporte.

El domingo 19 de julio, el arzobispo de Pensilvania dedicaba en la Catedral de San Pablo su sermón a los Juegos Olímpicos. Y en un momento dado pronunciaba la frase "lo importante no es ganar, sino participar".

Así lo aseguraría Pierre de Coubertin en la cena de clausura de los Juegos, afirmando que aquella sentencia le había parecido tan bonita que "se extendían a todos los terrenos, hasta formar la base de una filosofía serena y sana". Su sentido, efectivamente, ha perdurado en el tiempo.

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