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Luis Ocaña: la ambición superó al ciclista

Ocaña es uno de los mejores ciclistas que ha dado nuestro país. Pero su rivalidad con Merckx y su desmesurada ambición le impidieron un palmarés mejor

Ocaña es uno de los mejores ciclistas que ha dado nuestro país. Pero su rivalidad con Merckx y su desmesurada ambición le impidieron un palmarés mejor
Luis Ocaña, durante una victoria en el Tour de Francia. | Archivo

Luis Ocaña ha sido uno de los más grandes ciclistas. No sólo de España, sino de todos los tiempos. Así lo afirman sus coetáneos, todos aquellos que tuvieron la fortuna de verle rodar, en una época en la que el ciclismo se diferenciaba mucho al de hoy.

Sin embargo, si nos atenemos a su palmarés, quizá la sentencia no se refleje. Es cierto que ganó un Tour de Francia y una Vuelta a España, que no es poca cosa. También dos Vueltas al País Vasco y tres Dauphiné. Pero su talento daba para más. Para mucho más.

Pero es que Ocaña tuvo dos grandes problemas: El primero, Eddy Merckx, quien le frustró en su mejor momento. El segundo, el propio Luis Ocaña, su carácter demasiado ambicioso, demasiado impulsivo… que le jugó más de una mala pasada. Y en muchos sentidos diferentes.

Una infancia atípica

Jesús Luis Ocaña Pernía nacía en Priego, Cuenca, el 9 de junio de 1945. Era una época complicada en España, sobre todo en según qué zonas, y su familia pasa mucho hambre. Hasta el punto de que sus padres deciden marcharse al Valle de Arán primero, y a Francia después. Concretamente a Mont de Marsan, al sur del país galo. Ocaña tenía 12 años cuando desembarcó en territorio francés.

Fue allí donde conoció el deporte de la bicicleta. Con sus compañeros de trabajo, en una carpintería, donde al salir de trabajar todos se echaban unas carreras. La de Ocaña era la peor bicicleta, falto de recursos como andaba, pero siempre conseguía ganar a sus colegas. Y aquello llegó a oídos de Pierre Cescutti, el hombre que controlaba el ciclismo en aquella zona. Al verle lo tuvo claro: le iba a convertir en un gran ciclista.

Todo, pese a las reticencias de Ocaña padre, quien quería que su hijo trabajara para llevar dinero a casa. En su opinión, aquello del ciclismo era un pasatiempos que le iba a descentrar de lo realmente importante: trabajar. Hasta que con 19 años ganó el Gran Premio de las Naciones en categoría amateur. Entonces su pensamiento comenzó a cambiar.

En los años siguientes fue consolidando su proyección, y después de adjudicarse una de las pruebas amateurs más importantes de Francia, con 22 años, se convertía en profesional al fichar por el Fagor.

Ocaña es español

Fue un fichaje controvertido. Los franceses, conscientes de su enorme potencial, querían que corriera en Francia. Los españoles, en España. Pero Ocaña siempre lo tuvo claro: él era español, y quería brillar en España. Quizá por eso, y a diferencia de sus hermanos, nunca adoptó la nacionalidad francesa.

También hay que decir que en Fagor le daban la oportunidad de ser jefe de filas a pesar de su juventud, lo que le llevó a aceptar la oferta a pesar de contar con otras más interesantes desde el punto de vista económico, pero de equipos que le hubieran obligado a ser gregario. Y no defraudó: ya en el primer año conquista el campeonato de España de fondo en carretera, además de una etapa del Giro de Italia

En 1969 le llegará la primera oportunidad de competir en el Tour de Francia. Y en su cabeza sólo estaba el objetivo de ganar. Sabía que podía hacerlo. Pero con lo que no contaba es con que aquel iba a ser también el primer Tour para un joven ciclista belga que venía apuntando muy alto, tras ganar, entre muchas otras carreras, tres Milán – San Remo consecutivas. Su nombre: Eddy Merckx.

En ese momento comienza a fraguarse la que será una de las tónicas de su carrera, y una de las mejores rivalidades de la historia del ciclismo. En la sexta etapa, en Ballon d’Alsace, sufre una dura caída, tras chocarse contra una señal de tráfico. Consigue llegar a la línea de meta, pero al día siguiente ya no tomará la salida. Mientras, aquel mismo día Eddy Merckx se enfunda el maillot amarillo, que ya no soltará hasta llegar a París.

Unos meses después Ocaña terminará segundo en la Vuelta a España, por detrás de Pingeon, y se cerrará su ficha por el BIC para el año siguiente. Era un salto de calidad importante, como lo demostrarán sus victorias en 1970 de la Vuelta a España y de la Criterium Dophiné. Pero en el Tour se iba a encontrar de nuevo con un intratable Eddy Merckx.

La obsesión con Merckx

Casi sin darse cuenta, se había generado en torno a Ocaña una obsesión desmesurada con Eddy Merckx. No podía entender cómo, con lo bueno que él era, con lo que bien que andaba, otro ciclista podía superarle. No supo tener paciencia cuando hacía falta, seguir una estrategia para batir a un ciclista que sí era calculador. Y aquello se constató en la edición del Tour del 71.

Ya en la primera etapa de montaña Ocaña atacó a Merckx, sacándole algunos segundos, aunque el belga consigue mantener el maillot amarillo. Y al día siguiente Merckx pincha, momento que aprovecha Ocaña para atacar. Un gesto que sorprendió a todos pues no era algo típico de su carácter, y que provocó un gran enfado en Merckx.

Quizá picado en su orgullo, tras la reacción que se había generado con su movimiento, Ocaña decide atacar desde el kilómetro 20. En su cabeza sólo estaba demostrar que él era el mejor. Que era mejor que Merckx. Y lo cierto es que fue una etapa brillante para el español, que aventajó en la línea de meta en nueve minutos al belga. Era, como afirman varios ciclistas de aquel pelotón, la primera vez que se veía a Merckx convertido en humano.

El primer Tour se le ponía muy de cara para Ocaña, que aventajaba en más de siete minutos a Eddy Merckx en la general. Pero entonces Ocaña se equivocó, con su desmesurada obsesión por demostrar que era el mejor. Tras conseguir Merckx un par de minutos de ventaja en una subida bajo la lluvia, Ocaña decide lanzarse a por él en el descenso del Col de Menté.

El director de equipo le había dicho que no era necesario, que le dejara ir, porque a continuación llegaban 40 kilómetros de falso llano en los que, trabajando en equipo, reducirían la distancia, ya de por sí muy a su favor en la general. Pero Ocaña no hizo caso, y se lanzó a por él. En una carretera complicada por la lluvia, sufrió una aparatosa caída que le hizo abandonar el Tour en aquel mismo momento.

"No fue la lluvia lo que hizo caer a Ocaña, fue su orgullo" declararía años más tarde su compañero de equipo Johny Schleck.

Eddy Merckx terminaría llevándose también aquel Tour del 71, aunque nada más concluir aquella etapa, aún en la carretera, declararía para la televisión francesa que en realidad no había ganado ese Tour, sino que lo había perdido.

La reacción de Ocaña

Al año siguiente, 1972, Ocaña llega de nuevo al Tour para plantar cara a Merckx, pero la historia se iba a repetir. Tras pinchar en una escapada, el ciclista belga aprovecha para escapar, quizá devolviéndole la jugada del año anterior. En el descenso el español trata de acelerar para perder el mínimo tiempo posible, y sufre otra aparatosa caída. Se levantó, e incluso pudo llegar a la meta, pero al día siguiente los médicos le prohibieron la salida al comprobar su delicado estado. Se esfumaba otra oportunidad…

Hasta que llega el Tour de 1973. El Tour en el que no está Eddy Merckx, que había decidido ese año centrarse en la Vuelta y el Giro, adjudicándose ambas pruebas de manera autoritaria. Ocaña se proclamará vencedor, con una enorme superioridad sobre el resto de ciclista: 14 días líder, 6 victorias de etapa, y más de 15 minutos de ventaja sobre el segundo clasificado en la general final.

Al fin lograba la victoria en su prueba favorita. Al fin, para muchos, se hacía justicia. Aunque afirman que Ocaña no se mostró tan feliz como debería haber sido al ganar su primer Tour. El hecho de no haberse impuesto a Merckx le dolía. La mala suerte también se había manifestado de esta forma.

El de 1974 debía ser el Tour que mediría a los dos grandes ciclistas de nuevo, a los dos últimos vencedores de la Grande Boucle. Sin embargo, una caída a falta de una semana para arrancar impediría la participación de Ocaña. Merckx volvería a ganar con solvencia.

A partir de este momento se produce una caída en picado en los resultados del ciclista español. Llegará a disputar tres Tours más, pero con resultados discretos para lo que nos tenía acostumbrados.

Una complicada nueva vida

Es en 1978 cuando definitivamente se retira, y pasa a un estilo de vida completamente diferente. Lejos del ruido, de la presión, se queda en su casa, con una buena parcela que le habían permitido sus ganancias como ciclista, y se dedica a la viticultura, a cuidar de sus tierras, al campo, su otra gran pasión.

Sin embargo, y a pesar de la paz inicial, no fue lo que Ocaña esperaba. Resultaron años muy complicados económicamente. Y a pesar de sus buenos contactos que le había granjeado el pelotón, diferentes apuestas comerciales fallidas terminaron por dejarle prácticamente sin nada.

Intentó regresar al mundo del ciclismo, primero como director y después como comentarista, pero tampoco puede decirse que tuviera demasiada fortuna. Además, en aquella época sufre dos importantes accidentes de coche. La intervención a la que fue sometido tras el segundo accidente terminó por contagiarle la hepatitis C.

Ocaña entra en un período complicado. Confuso. En el que se encuentra muy desanimado, decepcionado, desilusionado… deprimido. Tanto, que sólo encontró una salida: el suicidio. El 19 de mayo de 1994, Luis Ocaña decidía terminar con su vida. Sólo, en su despacho, de un disparo en la cabeza. Luis Ocaña moría con 48 años.

Eddy Merckx, a pesar de su inevitable arrogancia, llegó a decir de Ocaña que era mejor que él. "Reúne más condiciones que yo. Si fuera más inteligente en carrera, obtendría mejores resultados". No sabemos si es del todo cierto. Si Ocaña fue nunca mejor que MErckx, uno de los más grandes de todos los tiempos, si no el más grande.

Pero lo que sí es evidente es que Ocaña también fue grande. Muy grande. Y que hizo soñar e ilusionarse a los españoles en una época en la que no era fácil soñar e ilusionarse. Podría haber sido incluso mejor, no hay duda. Pero su cabeza, su maldita y enrevesada cabeza, nunca le dejó.

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