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Manolo Orantes: "Bjorn Borg me llevaba siempre al límite, era el Nadal de la época"

El extenista, ganador de un grande y de la Copa Masters, repasa su carrera en una amplia entrevista a Libertad Digital.

El extenista, ganador de un grande y de la Copa Masters, repasa su carrera en una amplia entrevista a Libertad Digital.
Manolo Orantes, en una imagen reciente. | Cordon Press/Archivo

Érase un caballero a una raqueta pegado. Érase uno de los más grandes de la historia del tenis español.

Ganador del Abierto de Estados Unidos en 1975 y de la Copa Masters de Houston un año después, además de finalista en Roland Garros en 1974, Manuel Orantes Corral (Granada, 6 de febrero de 1949) es una auténtica leyenda mundial, toda una eminencia en este bonito y complicado juego.

La de Manolo Orantes es una vida dedicada al tenis. A los dos años se trasladó a Barcelona junto a su familia y allí ha mamado este deporte desde pequeñito. Desde que, con sólo ocho años, comenzara como recogepelotas en el Club de La Salud, junto al barrio de El Carmelo.

Ganador de 33 torneos en su carrera, Orantes, que empezaba a despuntar coincidiendo con el cénit del otro gran Manolo del tenis español -Santana-, era conocido por su juego de revés y su drive demoledor. Pero también por ser un caballero dentro y fuera de la pista. No en vano, durante el partido de cuartos de final del US Open de 1975 contra Ilie Nastase, echó voluntariamente fuera una pelota, cuando disfrutaba de un match-ball, al entender que fue buena tras cantársela mala al rumano, gran amigo suyo. Manolo acabó ganando en cuatro sets y luego llegaron los míticos duelos ante Guillermo Vilas y, sólo quince horas después, la final contra Jimmy Connors, a quien el español derrotó en sólo tres mangas para conquistar el único grande de su carrera.

Orantes, que siempre ha alzado la voz contra las injusticias -como la que la Federación Francesa cometió contra él mismo en un partido en la tierra batida de París ante Vilas-, colgó la raqueta a principios de los 80 y, durante siete años, fue capitán del equipo español de Copa Davis, de 1985 a 1992.

En las dos últimas décadas ha seguido vinculado al tenis en el ámbito privado, ayudando a los jóvenes a través de su escuela de tenis junto al Tibidabo, por donde han pasado jugadores como Albert Costa, Alex Corretja, Alberto Berasategui, Sergi Bruguera o Guillermo García-López.

Haciendo gala de su amabilidad y simpatía, Manolo Orantes, miembro del Salón de la Fama de Newport (Rhode Island, EEUU) desde abril de 2012, atiende la llamada de Libertad Digital para repasar su dilatada carrera y mantener una distendida charla sobre tenis, el deporte que tanto le ha apasionado y tantas alegrías le ha dado. Y con él, a todos los españoles...

Entrevista a Manolo Orantes

Pregunta: Usted empezó como recogepelotas. ¿Cuándo dio los primeros golpes a la bola?

R: En aquel momento -mediados de los años 50-, el tenis no era un deporte popular. Mi primer contacto fue porque mi familia se vino a Barcelona cuando yo era muy pequeño. Vivíamos en El Carmelo y el Club de Tenis La Salud estaba al lado. Yo tenía nueve años y recuerdo que los jovencitos que vivían en el barrio iban a trabajar allí de recogepelotas. En las vacaciones del colegio me dijeron: "¿Por qué no vienes, que allí nos lo pasamos muy bien?" Además, pagaban ocho pesetas la hora como recogepelotas y podía llevar un dinero a casa. Así fue mi primer contacto con el tenis. A mí por aquel entonces lo que me gustaba era jugar al fútbol con los chiquitos del barrio.

P: ¿Cómo eran los entrenamientos?

R: Trabajaba con un entrenador del club y daba unas ocho horas diarias de clase. Me gustaba mucho ver explicar a los clientes cómo se ejecutaba el drive, el revés, la volea... Luego, cuando teníamos a mediodía una hora libre, nos íbamos al frontón con una pala de madera y yo practicaba todo lo que había oído. Cuando tenía diez años, este profesor me vio jugar un día. Era la época en la que Santana había ganado Roland Garros (en 1961, el madrileño consiguió el primero de sus dos títulos en la tierra batida de París) y se empezaba a hablar del tenis. Este entrenador fue a hablar con la directiva del club y le dijo que había un chiquito que jugaba muy bien. Fue una oportunidad para mí: mi familia no tenía dinero para que yo estudiase una carrera y vi una oportunidad en el tenis. Ése fue mi primer contacto.

P: ¿Tuvo que dejar el colegio, no?

R: En el club, como había muchos niños pequeños que no iban a clase, crearon una escuela a partir de las cuatro o las cinco de la tarde. Podíamos estudiar allí: ya no volví al colegio y me quedé en el club. A mi familia le iba bien que pudiera ganar un dinero porque lo estaba pasando muy mal. Ése fue el inicio de todo.

P: Y de El Carmelo se trasladaron a Hospitalet...

R: Todo empezó cuando unos tíos míos se fueron a vivir a Hospitalet. Les dieron un piso allí, nosotros vivíamos en barracas. Cuando se murió mi abuela y una tía mía que se quedó viuda, nosotros nos fuimos a Hospitalet. Yo tenía 14 ó 15 años.

P: Y pocos años después, cuando tenía usted 17, se empieza a hablar de Manolo Orantes como la gran promesa del tenis español tras haberse proclamado campeón júnior de Wimbledon y de la Orange Bowl en 1966...

R: En el 65 pude empezar a trabajar físicamente y con una alimentación adecuada, aunque el cambio más importante que tuve fue en el 67, después de haber ganado Wimbledon y la Orange Bowl. Por aquel entonces se acababa de retirar (Juan Manuel) Couder. España había llegado a la final de la Davis en 1965 ante Australia y había que buscar un relevo. "¿A quién podemos poner?". Dijeron que había un chiquito joven que acababa de ganar la Orange Bowl. Y así es cómo se fijaron en mí. Entré en el equipo español y conviví y entrené con Santana, (Juan) Gisbert y (José Luis) Arilla. Fue una gran experiencia. En el 67 jugué la semifinal contra Sudáfrica y la final contra Australia en hierba. Harry Hopman, el entrenador australiano, que entonces era el mejor del mundo, habló con la Federación porque le había gustado mucho cómo había jugado yo la final. Pidió que me quedara en Australia tres meses para que practicara en hierba. Aquí en España no había pistas rápidas, menos aún de hierba, así que me quedé tres meses con los australianos. Fue toda una experiencia poder jugar en pista rápida, mejorando el saque y la volea, perfeccionando la técnica. Fue importantísimo ese período.

P: Y luego, en el 68, logró la primera victoria contra Manolo Santana en la final del torneo de Madrid.

R: La verdad es que poder ganar en la final a Santana, a mi ídolo, fue muy importante. Antonio Martínez, que era un entrenador muy bueno de la época, me vio ganar aquella final y me dijo: "Manolo, has jugado un partido impresionante, pero creo que tardarás un año o dos en volver a jugar a ese nivel". Me fui a casa y por el camino empecé a pensar: "¿Por qué voy a tardar dos años en volver a jugar así? No tengo que esperar tanto tiempo en volver a jugar igual". Uno debe creer en el trabajo que ha hecho y en sus posibilidades. ¡No hay que esperar dos años! Es como si sabes hablar inglés y pensaras: "Dentro de dos meses se me va a olvidar". ¡Qué va! Esto es igual. Fui cambiando la mentalidad y el espíritu.

P: Claro, porque el tenis es un deporte muy psicológico.

R: Pero ya no sólo eso, porque además convives con grandes campeones. Este deporte te da muchas experiencias que tienes que aprovechar, pero al final eres tú el que tienes que formarte y confiar en ti mismo porque al final el que juegas eres tú.

P: Y en 1969, concretamente el 4 de octubre, volvió a ganar a Santana en una final, conquistando así el Godó...

R: Fue muy importante. El Godó era el único torneo de España al que venían los mejores jugadores, como Rod Laver, Santana, Andrés Gimeno, John Newcombe o Tony Roche, por ejemplo. Yo, de pequeño, iba siempre allí a ver a los campeones. Para mí, poder enfrentarme a ellos, era como si fuese Wimbledon. Poder ganar en casa, ante mi familia y mis amigos... para mí supuso un incentivo moral fortísimo. Estaba en el buen camino y pensaba que me podía exigir más y que así ganaría a los mejores. Eso me permitió poder creer en mí mismo.

P: Y a partir de ahí su carrera fue meteórica, ganando bastantes títulos. En el 72 llegó a semifinales de Wimbledon, un año después alcanzó el número dos del mundo y en el 74 jugó la final de Roland Garros contra Bjorn Borg. Se había convertido usted en la nueva figura del tenis español, coincidiendo con el ocaso de Manolo Santana...

R: Efectivamente, Manolo ya estaba ahí en el cénit de su carrera. Él es once años mayor que yo y estaba en sus últimos años. Hacía tiempo que había conseguido sus mejores triunfos. Cuando yo gané el segundo Godó (1971), habían venido todos los profesionales a jugar aquí. Yo gané el torneo como amateur. Gané a Rosewall, a Laver... ¡estaban todos los grandes campeones! Pero yo, como era amateur y no podía cobrar, el club se quedó el premio. A partir de ahí me tocó una época dura: en los siguientes años empecé a competir con Nastase, Connors, Borg, Panatta, Stan Smith, Arthur Ashe... Cada vez las cosas eran más complicadas, pero yo también era mejor. Haber competido con esa gente, y haberlos ganado, con un total de 33 torneos en mi carrera, fue muy importante.

P: Precisamente, quiero detenerme en aquella final del 74 contra Borg...

R: Fue una final durísima en la que yo iba dos sets arriba. Gané fácil el primero (6-2) y, aunque en el segundo iba ganando por 4-1, al final se complicó todo y tuve que ir al tie-break (7-6). Era un día muy caluroso y enfrente tenía nada menos que a Bjorn Borg. Era un jugador muy fuerte de cabeza, muy fuerte físicamente que te llevaba en todos los partidos al límite. Jugar contra él a cinco sets era durísimo. Yo venía de tener unos problemas de espalda en el 73. Un médico me dijo que tuviera cuidado y que no trabajara mucho la espalda porque iba a tener problemas. Así que jugando a ese límite, y encima contra Borg, me costaba horrores.

P: Así que le pasó muchísima factura aquella lesión de espalda...

R: ¡Fue un auténtico suplicio! Desde París, luego perdí siete u ocho finales contra la gente que estaba un escalón por encima de mí -principalmente contra Guillermo Vilas e Ilie Nastase-. Recuerdo que después del Masters, fui a ver al doctor Stitch, que acababa de fichar por el FC Barcelona tras haberse especializado en medicina deportiva en Alemania, y le dije: "Me duele bastante la espalda, he perdido muchos partidos. Cuando compito con los mejores me cuesta porque no puedo aguantar bien". Entonces me examinó y me dijo que parase cuatro meses. Me dijo: "Te voy a hacer una cintura muscular que te va a proteger la espalda y ya verás cómo va a cambiar tu juego y podrás competir mejor". Efectivamente, paré esos cuatro o cinco meses, como hizo Nadal el año pasado. Había perdido el ranking porque entonces no te lo controlaban como ahora. Empezaba a jugar en las fases previas. Volví en Montecarlo, donde también tuve que jugar la previa, y luego gané el torneo. Ese año (1975) gané nueve torneos, entre ellos el US Open.

P: Lo de aquel Abierto de Estados Unidos -entonces se jugaba en una tierra batida verde llamada har-thru- debió de ser antológico, con una semifinal tremenda ante Guillermo Vilas...

R: Fue un partido a cinco sets, remontando un 5-0 en el cuarto set y cuatro pelotas de match-ball. Acabamos a las once de la noche y al día siguiente, a las dos de la tarde, tenía la final contra Connors. Esto me vino francamente bien. Durante casi dos años tuve la sensación de que me faltaba un plus para poder competir con los mejores y gracias al doctor Stitch pude hacerlo otra vez.

P: Se habla de ese triunfo contra Vilas como un triunfo casi clandestino, cogiendo a muchísima gente por sorpresa.

R: Aquel año tuve un cuadro durísimo: Jauffret en octavos, Nastase en cuartos y luego aquella semifinal contra Vilas. En el US Open está considerado como uno de los comebacks (remontadas) más importantes de la historia. Con 5-0 y 40-15 en contra en el cuarto set, más de la mitad del estadio se había empezado a marchar. Decían: "Ya está, la final mañana será Connors contra Vilas". Y al día siguiente, cuando aparecí yo en la pista contra Connors, pillé por sorpresa a todo el mundo, incluido yo mismo.

P: A Connors le dio usted un buen repaso...

R: Jugué un partido muy bueno tácticamente. Le empecé a jugar a Connors con bolas muy bajas para que no me pudiera atacar. Recuerdo que él venía de jugar la semifinal con Borg y yo vi que el sueco le jugaba más liftado, la bola botaba más y Connors se metía dentro de la pista para atacarle. Le pegaba unas castañas tremendas. Borg también había ganado ese año Roland Garros y luchaba por el número uno con Connors. En tierra batida era importantísimo para él ganarle. Y yo cambié la táctica y pude ganar a Connors en tres sets (6-4, 6-3 y 6-3). En la rueda de prensa tras el partido, los periodistas preguntaron a Connors: "¿No le da un poco de miedo cómo le ha jugado Manolo hoy?". Y él respondió: "A ver cuántos son capaces de hacerlo como hoy lo ha hecho Manolo". La teoría siempre es muy fácil, pero después hay que hacerlo perfecto en una cancha de tenis.

P: Lo suyo después fue un no parar, ganando seis títulos en tierra batida en el año 76 y, como colofón final, la Copa Masters en Houston en diciembre (ganó en la final al polaco Fibak)...

P: De los pocos títulos en mi carrera que no fue en tierra, lo que para mí fue toda una sorpresa.

P: Porque usted, como buen tenista español, fue un especialista en tierra. Además de la final contra Borg en el 74, también tuvo serias opciones otros años en Roland Garros, ¿no?

R: En el 72, el año en que ganó Andrés Gimeno, yo era el favorito, pero perdí en semifinales contra el francés Proisy. Fue un partido muy duro, con un ambiente hostil, y eso me afectó. Recuerdo que en la misma pista, una semana antes en la Copa Davis contra Francia, había ganado a Proisy por 6-0, 6-0 y 6-3... ¡así que ya me veía en la final! Y ocho años después, con lo de Vilas...

P: Fue el partido en el que primero se le dio a usted como ganador por la incomparecencia de Vilas, aunque luego todo dio un giro de 180 grados, ¿no?

R: ¡Menudo problema tuve con la Federación Internacional por aquel partido con Vilas! Era la época en la que se habían creado nuevas reglas para profesionalizar el deporte y no hubiera los típicos privilegios para determinados jugadores. Antes del torneo se creó una ley según la cual, si tú no estabas diez minutos antes de empezar un partido, automáticamente perdías y te ibas para casa. Yo jugaba con Vilas y, como ese año tuve problemas con el codo, estaba en el vestuario pendiente de saber si iba a jugar o no. Una hora antes del partido (octavos de final), me vino el supervisor, que era una persona designada por la Federación Internacional y no tenía nada que ver con el torneo, y me dice: "Oye, Manolo, el partido ya lo has ganado porque Guillermo está enfermo y no puede jugar. Espera aquí diez minutos y entonces te diré algo". Así que yo espero en el vestuario, me viene a los diez minutos y me confirma que Guillermo está enfermo y que he ganado. Sin embargo, todo da un giro de 180 grados de forma inesperada. A las dos horas me viene el presidente de la Federación Francesa y me dice: "Manolo, siempre has sido un caballero en la pista, tu fair play es muy importante y le tienes que dar una oportunidad a Vilas". "¿Y qué quieres decir con eso?", le respondí. "No, que vamos a intentar que juegues el partido mañana". Entonces digo: "¿Esta regla quién la ha hecho? ¡Pero si la habéis hecho vosotros! Si crees que esta regla no es normal ni buena, pues quítala; pero lo que no puedes hacer es aplicársela a unos sí y a otros no. Son las reglas y no las puedes cambiar, y menos en un campeonato tan importante como Roland Garros".

Le puse el ejemplo de una semana antes en el torneo de Düsseldorf. Yo jugaba las semifinales, tenía el codo mal y el médico me dijo que me ponía una inyección para quitarme el dolor y que en 20 minutos iba a poder jugar. Llegó la hora del partido y tenía dos dedos de la mano que no los podía ni mover. Voy al director del torneo y se lo explico, y él me respondió: "Lo siento, Manolo, pero ya sabes cuáles son las reglas. Si no puedes jugar, pierdes el partido". Tuve que salir a la pista sin apenas poder coger la raqueta hasta que, poco a poco, se me iba pasando el dolor. El primer set lo pasé fatal, pero siempre respetando las normas. Así que cuando me llega el director de la Federación Francesa en Roland Garros, le dije: "Esto no me lo puedes pedir ni como favor personal". Y él me dijo: "Yo soy el director y aquí mando yo, así que el partido lo voy a poner mañana. El que no se presente, pierde". La ATP me dijo: "Tú te presentas, si no ya sabes". Al final se puso el partido al día siguiente y yo, al no haber una norma que me obligara a jugar, no me presenté y perdí, aunque luego la ATP presentó recurso y me dieron a mí como ganador. Pero el partido ya estaba perdido y yo, eliminado del torneo.

P: Al menos un poco de justicia, aunque fuera poética, ante tamaño abuso...

R: Es que el tenis había sido hasta entonces un deporte en el que amañaban muchas cosas, se apostaba porque interesaba que ganara éste o aquél otro. Y, en definitiva, era un deporte muy poco profesional.

P: Si sonado fue ese episodio con Vilas, no menos lo fue el que tuvo con Nastase en el US Open...

R: Cierto. Como entonces no había Ojo de Halcón, los árbitros no eran tan profesionales y los jugadores decidíamos ayudarnos entre nosotros mismos. Con Nastase siempre tuve muy buena relación, era muy amigo. En aquel partido contra él, en cuartos del US Open (1975), el linier cantó 'out' una bola y nosotros le decíamos que había sido buena. Yo le insistí al árbitro que había sido buena, pero éste me dijo: "No, aquí mando yo y digo que es mala". Así que le dije a Ilie: "No te preocupes, yo te tiro dos bolas fuera y así ganas el set". Me dieron una buena ovación en el estadio, él se sintió bien, pudimos seguir jugando con normalidad y al final gané yo en cuatro sets (6-2, 6-4, 3-6 y 6-3).

P: Volviendo al Masters, es usted el único español que lo ha ganado junto a Alex Corretja (1998). ¿Es un torneo maldito para los españoles?

R: El problema es que se juega en una pista dura en la que los españoles no tenemos ni la experiencia ni los recursos que tenemos en tierra batida. Nadal, por ejemplo, en tierra batida no necesita jugar al cien por cien porque tiene muchos recursos para ganar a los demás. En cambio, en pista rápida, tiene más jugadores que le pueden ganar.

P: ¿Y qué supuso particularmente para usted ganar esa Copa Masters?

R: Para mí fue importantísimo porque, además, llegó en una época en la que no había pistas rápidas en España. En el Masters compiten los ocho mejores del año y tienes que llegar a muy buen nivel. Previamente había llegado a semifinales como máximo. Decían de mí: "¿Orantes? En tierra sí, pero aquí no es favorito". Entonces, ganar un campeonato en esta superficie (moqueta), te dispara el orgullo y la moral. Es un torneo complicado: en el Masters juegas cuatro partidos y, como no estés al cien por cien, te vas a la calle. Es indoor y en pista rápida...

P: ¿Quién fue el tenista que más respeto le imponía al otro lado de la pista?

R: El más duro sin duda fue Borg, aunque a él también le molestaba siempre jugar contra mí porque yo lo sacaba del fondo de la cancha, le hacía subir y en la red lo pasaba bastante bien. No se sentía cómodo, pero, claro, él te obligaba a estar a un un nivel impresionante si querías ganarle. Contra otros jugabas un partido a cuatro o cinco sets y podías resistir más o menos bien; en cambio, contra Borg era diferente.

P: ¿Era el Rafa Nadal de la época, no?

R: Sin duda. Lo veías fresco como una flor, casi ni sudaba y físicamente parecía siempre tan entero... Tú, en cambio, tenías que estar por encima de tus posibilidades después de cuatro o cinco horas.

P: Después de colgar la raqueta, fue usted capitán del equipo español de Copa Davis. Creo que tuvo usted algunos problemas en la Federación al encontrarse bandos...

R: Con los jugadores nunca he tenido problemas. Lo que pasaba es que el tenis entonces era muy diferente a cómo está programado hoy en día. Ahora los jugadores aceptan mucho más las cosas. Antes, en cambio, había que cambiar muchas normas. Cuando yo entré como capitán (diciembre de 1985), como pasa en muchas federaciones, vivía de un jugador que estaba arriba en el ranking, no se controla el tenis de abajo. El problema es que cuando se acaba ese jugador de arriba, dices: "¿Qué ha pasado ahora, que no hay nadie detrás?". Y el tenis español bajó mucho: habíamos descendido a segunda división un par de veces y había tenistas que jugaban bien, sí, pero no teníamos auténticos primeros espadas. Nuestro número uno estaba entre los 40 primeros del mundo (Sergio Casal, en el puesto 38, era el mejor español en el ranking en 1985), no se ganaban grandes torneos, no llegábamos a finales de Copa Davis... ¡Fue muy duro! Entonces yo entré ahí y le dije a la Federación que había que cambiar todo eso, que teníamos que comenzar una nueva generación.

Emilio (Sánchez Vicario) estaba con Casal. Estaban Arrese, Fernando Luna... Vi a Bruguera y lo ayudé porque a los jóvenes hay que ayudarlos. También hice debutar a Javier Sánchez Vicario, que había ganado el torneo júnior del US Open. Cuando empecé a hacer lo mismo con Bruguera, me encontré con que había dos bandos en el equipo español: estaba el de Pato Álvarez, por un lado, y el de Bruguera con su padre y su equipo, por otro. Había un enfrentamiento entre ellos y yo era el capitán. Un día me vinieron Pato Álvarez y su equipo y me dijeron que me había pasado al bando contrario. Yo les respondí: "Aquí no hay bando contrario, tenemos que remar todos en la misma dirección buscando lo mejor para el tenis español". Yo tenía que poner a jugar a los que considerase los mejores. Fue un problema porque cada bando quería poner a sus jugadores y controlar el equipo de Copa Davis. Hablé entonces con el presidente de la RFET (Agustí Pujol) y le dije que había boicots y muchas peleas entre los jugadores. Pero yo no tenía problemas con ellos. En los siete años en los que fui capitán (1985-1992), Emilio siempre fue el número uno y jugó los partidos de dobles. Con Pato Álvarez quería que jugase su hermano (Javier), que Casal siempre fuera con el equipo. En definitiva, que todos fuesen con él, poniendo pegas a Bruguera. Yo les decía que Bruguera iba a ser un jugador importante con el tiempo.

P: Y vaya sí lo fue (Sergi Bruguera ganó Roland Garros en 1993 y 1994 y fue finalista en 1997). Pero, ¿qué pasó en la Federación?

R: El caso es que les dije que tenían que decidirse. Era la Federación la que tenía que marcar las normas. No podía permitir que, si Emilio era el número uno, hicieran lo que les diera la gana. Les dije: "Si vosotros queréis, a mí no me importa seguir aquí y luchar". Yo tenía la conciencia muy tranquila porque buscaba lo mejor para el tenis español. Luego Bruguera demostró que no me equivoqué con él. Pero lo que estaba claro es que no había buen ambiente dentro del equipo.

Vi que el tenis de base estaba completamente parado. Los jugadores que estaban dentro de la Federación no tenían ningún futuro. Con 17 ó 18 años, tenían que ganar una barbaridad de partidos para poder financiarte tu carrera. Y el caso es que, aprovechando los Juegos de Barcelona, se creó el equipo Bimbo Tenis Olímpico que permitía escoger siete u ocho jugadores jóvenes de hasta 18 años. Había que hacer una especie de círculo. Y fue un programa muy bueno porque, de los siete que escogimos, tres llegaron a la final de Roland Garros: Corretja, Costa y Berasategui. Otros no llegaron tan arriba, pero sí fueron muy buenos, como por ejemplo Jairo Velasco, y otros que triunfaron en categoría júnior. Que tres de esos siete tuvieran ese nivel, pues no está nada mal...

P: Y después de dirigir al equipo de Copa Davis, imagino que vivió con menos tensión en su escuela de tenis...

R: Mi filosofía siempre ha sido la de ayudar a la gente, sobre todo a los jóvenes. Luego te vas decepcionando poco a poco porque ves que las cosas que se han hecho bien se cambian, y ves cómo en la Federación te quieren jubilar. Parece que después del 92 me hubiera jubilado y eso que por aquel entonces sólo tenía 43 años...

P: Pero siempre ha seguido vinculado al mundo del tenis...

R: Sí, pero a nivel particular. Yo nunca me quise aprovechar de nada, y en cambio nunca nadie de la Federación, ni la española ni la catalana, han venido a darme ayudas. No hubiera estado de más que nos hubieran preguntado qué habríamos querido hacer. Hay que intentar ayudar. Somos gente con experiencia y, sobre todo, con ganas de colaborar, pero ves que la Federación enseguida te jubila...

P: Lamentablemente, sobre todo a gente como usted con tantos títulos y tan importantes...

R: Lo suyo es aprovecharte de esos jugadores con esa experiencia. Pero no sólo yo. Cuando has tenido a Arancha Sánchez Vicario, a Conchita Martínez, a Manolo Santana, a Bruguera, a Carlos Moyá, a Arrese, a Emilio... Hablas con ellos y ves que la Federación pasa.

P: Y usted en concreto, ¿se siente maltratado por la Federación?

R: Sí, y me he quejado. Por poner un ejemplo: a los dos últimos presidentes (José Luis Escañuela y Pedro Muñoz) me los he encontrado 40 veces y nos hemos saludado por educación, pero nunca me han preguntado por el tenis. Parece que yo no existo y eso me duele. Pero bueno, es lo que hay...

P: Pero parece que tiene un bálsamo en la escuela Bonasport desde hace unos años. Por cierto, ¿ha salido algún tenista destacado de allí?

R: El mejor fue Guillermo García-López (actual número 169 en el ranking, aunque llegó a ser el 88 del mundo en abril de 2010), que jugó desde pequeñito allí. También entrenó allí el equipo Bimbo, con Corretja y todos los demás.

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