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Rafa Nadal apabulla a Wawrinka en tres sets y gana su décimo Roland Garros

El tenista español destrozó al suizo en poco más de 2 horas y en sólo tres mangas. Décimo título en París.

El tenista español destrozó al suizo en poco más de 2 horas y en sólo tres mangas. Décimo título en París.
Nadal, instantes después de ganar su título | EFE

. "Nunca subestimes el corazón de un campeón". Con esas palabras, Rudy Tomjanovich, entrenador de los Houston Rockets, dejó claro ante la prensa el gran secreto de su equipo, instantes después de que ganara, en 1995, su segundo anillo en dos años de campeón de la NBA. Y con esos siete vocablos, tras una difícil temporada, en la que muchos dudaron de que el equipo liderado por Akeem Olajuwon pudiera reeditar su título, estableció un mantra universal que a partir de entonces se ha convertido en norma a seguir en el mundo del deporte: los mejores no lo son sólo por su capacidad técnica sino, muy especialmente, por su enorme alma y capacidad de supervivencia. Dos características en las que seguramente Rafa Nadal deja a la altura del betún no ya a los deportistas más banales, sino a muchos de aquellos que han pasado a la historia de las gestas en los terrenos de juego. Y es que la fe de Rafa Nadal, sencillamente, no tiene parangón, como demostró al rozar la perfección en la tierra de París para ganar su décimo Roland Garros en 2017, con 31 años, y tras llevar a cabo posiblemente su mejor rendimiento sobre la arcilla de la ciudad de la luz. Tras muchos meses de dudas, especialmente físicas, Nadal ha dejado boquiabierto al deporte mundial.

Viendo su buen nivel en el arranque de temporada, la victoria de Nadal, entraba dentro de lo muy posible. No en vano, era el gran favorito. Pero su exhibición durante dos semanas, aniquilando rivales uno tras otro sin ceder un solo set, para terminar bordando un tenis casi perfecto ante todo un ganador en Roland Garros como Stanislas Wawrinka (6-2, 6-3, 6-1), quizá sólo podía estar en la cabeza de los exageradamente optimistas. Empero, una vez más, el corazón del manacorí ha demostrado ser indestructible, para volver a reclamar su hegemonía en la tierra batida, pese a que, desde 2014, no levantaba la Copa de los Mosqueteros. Nadal no es sólo leyenda, sino el mejor jugador de la historia del tenis en la arcilla roja. Nadal, en sí mismo, son palabras mayores.

En la final, se mostró sencillamente inabordable. Wawrinka, tras su sensacional nivel ante Murray en la semifinal, empezó poniendo en aprietos el servicio del español, algo frío apenas en los tres primeros juegos, pese a ganar el primero en blanco. En su segundo servicio, el balear afrontó su única bola de break en contra del partido. Como los grandes, en ese momento, Nadal exhibió un servicio muchas veces cuestionado, pero consistente como una roca en los últimos catorce días. Tres buenos saques seguidos le demostraron a Wawrinka que iba a tener que sudar tinta china para siquiera inquietar al mejor jugador que haya pisado nunca la Phillipe Chatrier. De inmediato, cuando encontró ritmo al resto, Nadal no tardó en romper por primera vez el saque del suizo, al que su maravilloso revés no le permitía dominar ante un jugador con unas piernas tan frescas como cuando contaba con 18 años y larga melena.

Nadal exhibió recursos desde el fondo, para evitar que Wawrinka le atacara con sus golpes ganadores. Tiró de servicio cuando brilló menos, y exhibió una exuberancia física digna de épocas pretéritas, amén de esa mentalidad inasequible al desaliento, incapaz de relajarse ni un ápice cuando las cosas van bien, ni de temblar cuando las cosas van mal. Nadal exhibió al mejor Nadal, acaso la mejor versión vista nunca en París. Decir esto, con 10 trofeos coleccionados, y sumando 31 años, suena a hipérbole, pero es exactamente eso lo que el manacorí hizo pensar a los espectadores. Y al propio Wawrinka.

Y cuando el zurdo español exhibe su mejor versión, además ejerce de caníbal en la pista. En su primera ocasión, cerró el primer set al resto, para un contundente 6-2. Sin dar opción a que el suizo tomara oxígeno, encadenó siete juegos seguidos para ponerse 3-0 por delante en el segundo. Enfrente, Wawrinka, habitual dominador de sus partidos, apenas sumaba cuatro golpes ganadores en el primer set. Con break abajo en el segundo, empezó a desesperarse, frente a un Nadal que en esos minutos quizá jugaba su mejor tenis de siempre en París, como si el suizo tuviera delante a un marciano salido de un videojuego.

Al helvético le tocó cambiar de estrategia, y empezó a ser más agresivo con su servicio, buscando las líneas a la desesperada. Cuajó un gran tenis desde ese momento, pero enfrente había un jugador de otra esfera, de una consistencia sinigual. Inabordable, sin fisura alguna. Y sin la más mínima desconcentración. Una derecha paralela imposible tras un revés marca de la casa de Wawrinka, puso patas arriba la central parisina. El Nadal físico de los 18 años había aparecido, para complementar a la roca mental de los 25, y al agresivo con la derecha de los 31. Un Nadal prácticamente perfecto, ante el que Wawrinka, pese a cuajar un gran rendimiento, se veía como quien quiere subir al Everest sin oxígeno y con una mochila en la que sólo hay piedras. En otro de esos puntos casi imposibles de salvar, Wawrinka acabó destrozando una raqueta, y pareció empezar a hincar la rodilla. La multa económica no será problema para el de Lausana, impresionado como todos por el descomunal rival que tenía enfrente. Eso le dolerá más.

Tras cerrar el segundo set por 6-3, de nuevo el martillo pilón balear emergió al inicio del tercero. Un break por la vía rápida para gestionar el ascenso hasta ser el segundo jugador de la historia con más Grand Slams. Sumará ya 15, sólo por detrás de los 18 de Federer, dejando atrás los 14 de Sampras. Con 3-1, llegó la única oportunidad de Wawrinka de inquietarle, al avanzarse por 0-30 ante el servicio del español. Sin embargo, Nadal exhibió de nuevo servicio y derechas a la línea para terminar por desquiciar al de Lausana, para quien cada punto era un auténtico dolor de muelas, ante las fresquísimas piernas del español. Un puntazo del suizo le haría pedir el ánimo a la grada entre sonrisas, esa sonrisa irónica de la frustración del que sabe que está jugando a gran nivel pero no tiene nada que hacer. Rafa Nadal le había destruido mentalmente. Con el 6-1 final, el rey de la tierra batida recuperó su trono, cuestionado en 2015 y 2016, el que le pertenece como el mejor tenista de siempre en la arcilla, sumando diez títulos que le hicieron acreedor de una réplica especialmente diseñada para él de la Copa de los Mosqueteros, de la que le hizo entrega su propio tío, Toni Nadal. Ante su majestar, Roland Garros tuvo que saltarse el procolo habitual.

El Rey ha vuelto, si es que algún día se fue. Ha vuelto a reclamar su cetro, y a amenazar con prolongar su otrora tiranía en la tierra en próximas temporadas. Viendo su nivel de las últimas dos semanas, este exabrupto no suena como tal. Si el físico le respeta, Nadal ha demostrado que, a este nivel de rendimiento, es sencillamente intocable en París. El futuro no está escrito, pero al mejor deportista español de todos los tiempos, y su impresionante corazón, demasiadas veces subestimado, le queda cuerda para rato.

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