El rotativo Die Welt abría ayer su sección de economía con la fotografía de una lápida con una leyenda que decía, textualmente: “Aquí descansa en paz la independencia del Banco Central Europeo”, seguido de las fechas: “1 de junio de 1998 – 10 de mayo de 2010”. Doce años ha durado el BCE, al menos el BCE que todos conocíamos, heredero de la tradición bancaria del Bundesbank, de su impecable ortodoxia, de su aversión a expandir la masa monetaria y, sobre todo, de su inquebrantable respeto por los principios fundacionales de la banca central.
Todo eso se vino abajo hace tres días, cuando el gobernador del banco, el francés Jean-Claude Trichet, ordenó la compra de bonos de los países muy endeudados como Grecia, España, Portugal, Irlanda o Italia. Que el banco central compre deuda pública no sería noticia ni motivo de escándalo en Estados Unidos porque la FED lo hace con regularidad, pero sí aquí. El BCE tiene prohibido en sus estatutos efectuar este tipo de operación. La razón es sencilla de entender, con tantos países que no comparten política económica pero sí moneda la tentación de endeudarse es muy alta, y más alta aún la de recurrir al emisor como comprador de última instancia de esa deuda.
Lo cierto es que, a pesar de las presiones políticas, el BCE se ha resistido durante dos años a tomar esa medida. Su consejo rector se refugiaba en los estatutos, en el mandato de estabilidad de precios y en su papel como responsable de la oferta de dinero. La crisis de la deuda griega lo ha trastocado todo. Trichet no ha podido aguantar más llamadas, más insinuaciones de los llamados “líderes” del euro y ha dado su brazo a torcer. En España no ha resultado extraño, más bien todo lo contrario. En tiempos de la peseta, el Banco de España solía comprar deuda soberana cuando se lo ordenaba el Gobierno, que además era su dueño.
En otros países como Francia tampoco, de hecho la prensa gala lo ha recibido con alivio y alborozo. No así en Alemania, el profesor Wolfgang Gerke, uno de los mayores expertos de Europa en cuestiones bancarias y hoy presidente del Centro financiero de Baviera, ha dicho que, en esta decisión, se ve “el largo brazo de la política”, que responde a presiones de Sarkozy y que, una vez tomada, conducirá “en el largo plazo a una inflación más alta”. Para rematar, Gerke, que está medio jubilado y no se casa con nadie, es de la opinión que esto, “con el Bundesbank no hubiese pasado”.
Desde el Commerzbank, el economista Michael Schubert no ha sido menos severo: “la compra de deuda pública es un pecado que conlleva una gran pérdida de confianza”. Su colega del Barclays, Thorsten Polleit, cree que “tal política pavimentará la entrada a la inflación”. Desde el BCE se defienden y aseguran que la inflación se mantendrá a raya por debajo del 2% y que todo ese dinero de nueva creación volverá al banco rápidamente, por lo que esta medida será inocua en el medio plazo. Trichet en persona se ha personado en los estudios de la segunda cadena de televisión alemana para tranquilizar a los espectadores: “La liquidez que estamos inyectando en los mercados la retiraremos de nuevo, de manera que no se incrementará la cantidad de dinero en circulación”.
Podría ser que los deseos del BCE se cumpliesen y todo ese dinero de nueva creación afluyese de nuevo al banco, pero eso no quitaría ni un ápice al hecho de que el BCE ha violado sus propios principios de funcionamiento. Y eso en la Bundesrepublik, patria del Bundesbank, no se lo perdonan.
Alemania: "El BCE ha muerto, Viva el Bundesbank"
No sólo ha sido el rescate a Grecia lo que ha caído como un jarro de agua fría sobre Alemania. La decisión de BCE de comprar deuda violando sus propios estatutos ha hecho estallar la polémica.
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