Sr. Presidente, señores diputados y diputadas. Quién nos lo iba a decir. Del aquí no pasa nada, del estamos en los mejores de los mundos, del somos los mejores preparados para afrontar las turbulencias, del vamos a llegar al pleno empleo, del vamos a adelantar a Francia y ser como Alemania, pasamos al tomo de la exposición que el señor Rodríguez Zapatero ha hecho en el día de hoy. ¿Quién es ahora el apocalíptico y el catastrofista?
Pero señor Rodríguez Zapatero, todo eso no vale. Hay que actuar en consecuencia. Y la pregunta que yo tengo que hacerle es: ¿hasta dónde tiene que llegar la cifra de parados para que cambie usted su política? ¿Hasta dónde tiene que llegar?
¿Hasta los cuatro millones? ¿Hasta los cuatro millones y medio? ¿Quizás hasta los cinco millones?
¿Cuándo piensa afrontar la realidad en toda su crudeza, decir la verdad a los españoles, admitir las causas específicas de nuestra crisis y comenzar a aplicar un auténtico plan de recuperación?
Porque cada día que pasa, mientras usted se pierde entre la propaganda y los mensajes de optimismo infundado, cada día que pasa, la lista de desempleados se engrosa en más de seis mil personas.
Sr. Rodríguez Zapatero, cada vez que le escucho a usted, comparecencia tras comparecencia en esta Cámara, pienso: ojalá nuestro único problema fuera la crisis.
Porque no padecemos un problema sino dos, y los dos son graves y los dos han empeorado desde su última comparecencia el pasado 27 de noviembre, es decir cuando llevábamos 340.000 parados menos.
El primer problema, que es la crisis económica, se agrava cada día que pasa. Cuantas más medidas toma usted, peor están las cosas, y cuanto más nos anuncia el amanecer, más negro se pone todo.
Hemos cerrado el mes de enero con 200.000 parados nuevos, casi 7.000 diarios. Este será su legado en las enciclopedias. Cuando llegó usted al Gobierno éramos el país europeo que más puestos de trabajo creaba, y ahora somos el país que más paro acumula en Europa. De cada diez nuevos parados europeos, nueve son españoles. Algo ocurre con la crisis española que la diferencia de las demás.
Ya hay 830.000 familias con todos sus miembros en paro y un millón de desempleados que no reciben ninguna prestación. Nos ronda el fantasma de los cuatro millones de parados. Estamos viviendo de prestado para pagar el desempleo, no sabemos si a fin de año quedará alguien que quiera prestarnos, y asoma ya las orejas un viejo conocido de ustedes: el déficit de la Seguridad Social.
Hasta aquí llegarían nuestros problemas si pudiéramos pensar que el Gobierno está en condiciones de enfrentarse a la situación. Pero no es así.
Mi convicción es que usted y su gobierno son parte importante del problema, es decir, que lejos de contribuir a resolver nada, contribuyen objetivamente a empeorar la situación.
Y lo digo por las siguientes razones:
Primera.- Que el señor Rodríguez Zapatero no quiere reconocer la realidad y, en consecuencia, no puede ofrecer medidas eficaces acordes con la dimensión de la crisis.
Segunda.- Que en su afán por aparentar que hace algo, toma medidas erráticas, despilfarra el dinero y contribuye a empeorar la situación.
Tercera.- Que no está dispuesto a aplicar ni una sola de las medidas estructurales que la crisis exige.
Y cuarta.- Que, por todo ello, ha pulverizado la confianza de las familias, de los inversores y de los empresarios.
Voy a intentar ser breve para exponer mis razones sin sacrificar la claridad.
Usted no reconoce la realidad; la falsea. No ha sido capaz de decir la verdad a los españoles en ningún momento. Ni siquiera lo ha hecho hoy. Teme a la verdad.
Primero la ocultó, como todo el mundo sabe, por motivos electorales, sin más. No sólo engañó a los españoles durante la campaña electoral sino que, para mejor apuntalar el engaño, afirmó, a sabiendas de que no era cierto, que los próximos cuatro años serían de crecimiento sostenido y que se proponía alcanzar el pleno empleo.
Eso lo hizo usted, señor Rodríguez Zapatero y lo malo de mentir es que luego hay que sostener la farsa. Por eso, pasadas las elecciones no ha podido rectificar, ni siquiera cuando ya resultaba imposible negar que las cosas se estaban torciendo. No puede salir de su propia trampa. Por eso gasta más palabras en anunciar el final que en remediar el presente.
¿Cómo se puede abordar eficazmente una crisis de la que no se quiere reconocer la extensión y de la que se anuncia todos los días que va a durar poco?
¿Qué clase de reformas puede proponer un gobierno que no las considera necesarias porque piensa que todo lo malo nos viene de fuera y que se resolverá cuando cambie el viento?
Si no conocemos las dimensiones precisas del problema, ¿cómo sabemos cuáles son las medidas adecuadas? ¿Cómo podemos abordar la crisis eficazmente?
La respuesta sólo puede ser una: No-Se- Puede, señor Rodríguez Zapatero. Esta es la primera razón para afirmar que este Gobierno forma parte del problema y no de la solución.
Como no sabe qué hacer y la crisis le desborda y necesita salvar las apariencias, todas sus medidas son erráticas. Y han de serlo a la fuerza, porque actúa sin método, según se les van ocurriendo las ideas. Cada día, lo hemos visto infinidad de veces, elaboran un diagnóstico nuevo, señalan un culpable nuevo y se inventan una promesa nueva.
La consecuencia es que con esa precipitación por aparentar que se hacen cosas, lo están poniendo todo mucho peor.
Señor presidente, respóndame a estas preguntas:
¿Cuál de sus milagrosas medidas ha dado resultado, por pequeño que sea, en términos de creación de empleo neto? Ninguna.
¿Qué influencia beneficiosa ha ejercido usted sobre la marcha del empleo y el paro? Ninguna.
¿Por qué? Porque todas sus medidas son simples decorados de cartón piedra, son meros soportes publicitarios.
El llamado Plan Municipal De Obras Públicas, 8.500 millones, es carísimo para crear unos pocos empleos eventuales. Y lo del ICO, mientras no rebrote la confianza, viene a ser una cucharadita de azúcar para el té. ¿Sabe usted, Sr. Rodríguez Zapatero cual es, de momento, la eficacia de las líneas de crédito del ICO? Lo sabe porque lo ha dicho, aunque fuera de otra manera. De los veintiún mil millones de euros previstos se han concedido ciento ochenta y cinco; es decir, no llega al 1%. Estas son sus medidas, señor Rodríguez Zapatero. Estos son sus efectos.
¿Qué ha hecho usted objetivamente, que no sean palabras, algo se pueda tocar?
Yo se lo digo: perder tiempo -ha perdido mucho-, despilfarrar el dinero de todos los españoles –ha despilfarrado mucho- y llenar el futuro de deudas, es decir, extender el problema y complicar la solución; algo así como apagar el fuego echándole gasolina. Eso es lo que ha hecho usted.
Mi tercer argumento es que si alguien está esperando que el señor Rodríguez Zapatero dé pasos en la dirección adecuada y tome las medidas necesarias por impopulares que sean, espera inútilmente.
La primera medida para combatir la crisis y el paro –vamos a hablar ahora de austeridad- es manejar bien el gasto público. ¿Qué hace el señor Rodríguez Zapatero? Lo contrario: lo aumenta irresponsablemente. Insisto, irresponsablemente. Porque no se trata de que en una situación como esta no haya que utilizar la herramienta del gasto público. Pero hay que hacerlo con un único objetivo: crear condiciones para frenar la destrucción de empleo y ayudar a que la economía salga cuanto antes de la parálisis. Por tanto, y como es obvio que de forma automática habrá que gastar más en prestaciones por desempleo, será más necesario que nunca extremar los controles del resto del gasto.
Tenemos ya una deuda pública desbordada, que está creciendo de forma muy intensa en muy poco tiempo. Una deuda cada día más cara, porque no la quiere nadie como no sea a intereses desorbitados. Ese es el futuro que nos está preparando el Gobierno: dedicar el Presupuesto del Estado a pagar su deuda. Hoy mismo, la Comisión Europea, el señor Almunia, ha anunciado que expedientará a España por déficit excesivo.
Y por cierto, voy a celebrar una medida que usted ha celebrado hoy. La reducción del gasto corriente en 1.500 millones de euros. Podía haberlo hecho hace tres meses cuando nosotros presentamos en el debate de los Presupuestos, esta enmienda, reducción del gasto corriente en los mismos 1.500 millones de euros y su grupo votó que no.
Es preciso que no malgaste el dinero, además, porque lo necesitamos para facilitar la actividad económica. Si quiere evitar la asfixia de las PYMES y de los autónomos, que son los que crean empleo, debería usted bajar los impuestos y las cuotas de la Seguridad Social.
Y también hacer efectivo su compromiso ante esta Cámara, cuando convalidamos los Decretos Leyes de apoyo al sistema financiero, de que el crédito llegaría con fluidez a familias y empresas.
A mí me parece muy bien que el señor ministro de Industria diga que los bancos están acabando con su paciencia. Pero a mí lo que me importa es lo que haga usted, señor presidente y toda esta Cámara apoyó sus medidas para que llegara crédito a los autónomos y a las pymes. Y usted tiene que dar explicaciones de por qué eso no es hoy así.
En lugar de gastar 8.500 millones de euros que no resuelven el problema de la financiación de los ayuntamientos y que tampoco van a arreglar el problema del paro, sería mucho más útil dedicarlo a que todas las administraciones públicas pagaran sus deudas y dejaran de arruinar a los pequeños empresarios. Eso es lo que habría sido útil. Y, como recordarán sus Señorías, hemos pedido en esta Cámara una línea de crédito para que las administraciones locales hagan frente a sus deudas de forma inmediata. Pero no. Hay que gastárselo en los carteles del señor Rodríguez Zapatero, que eran de un metro de largo por uno de ancho, y luego, de tres metros de largo por cuatro de ancho. Eso es hacer política.
Señorías, en tercer lugar, la economía española necesita reformas. Es necesario retirar los obstáculos que bloquean la creación de empleo, el ahorro, la inversión y la productividad. Es indispensable.
Son las mismas reformas que venimos reclamándole desde hace años y que usted, que se muestra muy preocupado por el futuro, se ha empeñado en no realizar, como si el futuro no le preocupara.
¿De qué reformas hablo? Todo el mundo sabe que las más necesarias son: la reforma laboral, la reforma energética y la reforma educativa. No son las únicas, pero sí las principales.
De la inevitable reforma laboral no quiere ni oír hablar porque le parece una patata demasiado caliente. Con la excusa de que deben llegar a un acuerdo empresarios y sindicatos, se lava las manos y aquí no hace nada.
En materia energética lo único que se le ocurre es condenarnos a una dependencia carísima, con la cual las empresas españolas nunca podrán ser competitivas en el mercado exterior.
La reforma educativa se ocupó usted mismo de desmantelarla en cuanto llegó al Gobierno con los resultados que todo el mundo conoce.
Señorías, hablar en estas circunstancias de preparar el futuro, incrementar nuestra competitividad y recuperar la prosperidad son ganas de hablar por decir algo.
Usted no se atreve con las reformas y no piensa hacer ninguna. No sólo estas a las que me he referido, sino tampoco otras imprescindibles como la reforma de la Administración de Justicia, el refuerzo de la unidad de mercado o la eficiencia en las políticas de I+D+i. Señor presidente, ése es su balance.
Por eso digo que con usted no será posible salir de la crisis. Y llegamos así al gran puntal de cualquier economía que es la confianza. La he dejado para el final porque es lo más importante.
Escuchen las declaraciones del Gobernador del Banco de España: “la desconfianza es total. El mercado interbancario no funciona y se generan círculos viciosos: los consumidores no consumen, los empresarios no contratan, los inversores no invierten y los bancos no prestan… Hay paralización casi total de la que no se escapa nadie”. Fin de la cita.
Y es cierto. Y la clave está, pues, en restablecer la confianza de los ciudadanos y de los mercados financieros.
¿Confianza en qué? Confianza en que la información que cada ciudadano recibe corresponde a la verdad de los hechos. Confianza en que a uno no le engañan. Cuanto más incierta sea la información, cuantos más bandazos e improvisaciones se den, como es nuestro caso, más crecen los temores, las cautelas y las respuestas irracionales.
¿Y confianza en quién? Como es obvio, en aquel o aquellos que tienen el poder, controlan la información y dirigen la política económica que son ustedes y, especialmente usted, señor Presidente del Gobierno.
¿Existe esa confianza? Evidentemente, no. El señor Rodríguez Zapatero la reclama porque la ha perdido. Es el primero en reconocer que no existe.
Si ni siquiera él confía en nada que no sea ganar tiempo y que pase el nubarrón ¿qué podemos pedir a los demás?
No puede sorprendernos que las Agencias de Rating rebajen la calificación de la deuda del Reino de España.
No puede sorprendernos que el diferencial con el “bono alemán” se haya incrementado en más de cien puntos básicos.
Señor presidente del Gobierno. La confianza no se pide. Hay que ganársela con hechos, diciendo la verdad, y demostrando el coraje suficiente para adoptar soluciones serias, que ya le he señalado cuáles son.
Renacerá la confianza cuando se diga la verdad, se haga mucho, se prometa poco y no se disimule nada. Desde luego, con ustedes, no va a ocurrir.
En resumen señorías. Sostengo que el señor Rodríguez Zapatero no se atreve a reconocer la realidad en todas sus dimensiones y, por tanto, no puede ser eficaz para corregirla; que pone las cosas peor con sus intervenciones siempre a salto de mata; que no quiere ni oír hablar de controlar el gasto, rebajar los impuestos o llevar a cabo reformas indispensables; y, en fin, que no cabe esperar que recupere la confianza el mismo que la ha dilapidado.
Estas son las razones por las que pienso que el señor Rodríguez Zapatero es ya parte del problema y no lo será de la solución. Dicho con otras palabras: mi convicción es que, mientras dependamos de ustedes, no cabe esperar que las cosas mejoren sino al contrario.
No confundamos las cosas. No le echo a usted la culpa de la totalidad de la crisis. Le reprocho no haber oído las advertencias a tiempo; le reprocho la desidia del principio; le reprocho la incompetencia del presente y el constante despilfarro de tiempo y de dinero que nos cuestan sus maquillajes. Usted se limita a empeorar la situación porque la gestiona mal.
Termino ya con un asunto que me parece importante y al que se ha referido en la última parte de su intervención. Dice usted que pide ayuda. Perdóneme, pero no es verdad. Al menos no es verdad que la pida para enfrentarse a la crisis. Lo que nos pide usted es la complicidad con una política que ha acreditado sus ruinosas consecuencias.
Le hemos hecho ya un sin fin de propuestas. Llevo más de un año ofreciéndole una colaboración que usted en ningún momento ha querido aceptar. Es natural, porque aceptarla equivaldría a reconocer lo que tanto le asusta.
Lo único que yo he sacado en limpio de mi oferta es que se me llame antipatriota por llevarle la contraria, que ya es el colmo.
Sr. Rodríguez Zapatero, en este terreno no tengo ninguna confianza en usted. No soy el único. ¿Qué ciudadano podría confiar en un Gobierno que se confiesa desbordado? No sólo soy yo quien lo dice, sr. Rodríguez Zapatero, lo ha dicho su vicepresidente económico, que es verdad que está desbordado y lo ha dicho al reconocer que ya no tiene ningún margen para luchar contra la crisis.
Nos pide que arrimemos el hombro. Pero arrimar el hombro ¿para qué? ¿para compartir sus errores? ¿para ser cómplices de su ineficacia? Eso no se nos puede pedir en serio. Se nos puede pedir, y yo le vuelvo a ofrecer, medidas y propuestas, una alternativa al desastre actual. Se nos puede pedir el apoyo a una política económica distinta.
Una política económica que cree empleo, a diferencia de la actual, que contribuye a destruirlo a velocidades vertiginosas.
Sr. Rodríguez Zapatero, puede usted hacer dos cosas: Mantener su actitud arrogante de no escuchar a nadie, que está enviando a tantos españoles al paro, o rectificar su política.
Y Si decide afrontar en serio la crisis, cosa que hasta el momento no ha hecho, y le ha producido un enorme daño a los españoles, si se decide a llevar a cabo una política responsable, yo estoy dispuesto a respaldarle.
Cuando se decida a hacerlo, y deje de presentar una medida, otra medida que jamás producen efecto alguno, entonces, nos llama. Hasta entonces, muchas gracias.